ZAPATERO Y EL EJE CHIRAC-SCHRÖDER

 

 Artículo de ÍÑIGO MÉNDEZ DE VIGO  en  “ABC” del 30/04/2004

 

 

El Sr. Rodríguez Zapatero prometió en su discurso de investidura la «recuperación del consenso en materia de política europea». Pero en vez de reunirse con la oposición para fraguar ese consenso, ha acudido a Berlín y París para solicitar las bendiciones del eje franco-alemán. De sus declaraciones en Berlín se deduce su acuerdo con la idea expresada por el Presidente de la República Francesa en el año 2001, según la cual, Europa progresaba cuando así lo hacía el motor franco-alemán, pero «se estanca -añadió- cuando la relación entre Francia y Alemania se atasca».

¿Cuánto hay de mito y cuánto de verdad en esta afirmación? ¿Ha existido o existe un motor franco-alemán que actúa en favor del progreso de la construcción europea? Y, en caso afirmativo, ¿cuál es el balance de su actuación y cuáles sus perspectivas?

Echemos la vista atrás. Fue Jean Monnet quien supo asentar la construcción europea sobre la reconciliación franco-alemana como un antídoto frente a los nacionalismos a la manera de François Mitterand cuando afirmó «los nacionalismos son la guerra» ante el Parlamento Europeo en 1995. El objetivo último de las propuestas de Monnet y del primer Presidente de la Comisión Europea Walter Hallstein era la unión entre Francia y Alemania en el marco de una federación europea. Pero el general De Gaulle no estaba por la labor, porque no era un europeísta como Monnet o Schuman, sino un intergubernamentalista para quien Europa debía ser una unión de Estados a la manera de una alianza de derecho internacional. De ahí que bloqueara todas las propuestas federalistas y emprendiera una cooperación entre Francia y Alemania, plasmada en el Tratado del Elíseo.

La relación franco-alemana durante los años setenta cambió de registro, con la entente Giscard-Schmidt, quienes inauguraron una fase de iniciativas conjuntas franco-alemanas, requerida tanto por su voluntad de orientar Europa hacia los objetivos políticos consagrados en los Tratados como exigida por el aumento de Estados miembros. Esta colaboración fue continuada en la década de los ochenta por sus sucesores Mitterand y Kohl.

¿Cómo funcionaba en esta época el motor franco-alemán? Según relata Delors en sus Memoires, las iniciativas franco-alemanas perseguían la profundización de la construcción europea, es decir, hacer más Europa. La labor del Presidente de la Comisión consistía en limar asperezas con el resto de los socios aplicando una regla de oro no escrita, formulada por Genscher, y consistente en no imponer nada a ningún país miembro que éste fuera incapaz de soportar. Después de debatir con todos los Gobiernos concernidos, Delors presentaba un acuerdo aceptable por todos que redundaba en beneficio de los intereses generales de la Unión.

La llegada al poder de Chirac y Schröder en Francia y Alemania a mediados de la década de los noventa cambió drásticamente este panorama. A diferencia de sus predecesores, ni Chirac ni Schröder eran supervivientes de la guerra. Esa falta de vivencia histórica, esa ausencia de convicción en que Europa es la respuesta a las tensiones nacionalistas, de que el interés europeo debe primar sobre los intereses nacionales, de que en muchas ocasiones ese interés común supone sacrificios propios, marca una diferencia de gran calado en estos últimos años de construcción europea.

La relación Chirac-Schröder ha pasado por dos fases. En la primera, coincidente con el primer mandato de uno y otro, las iniciativas comunes franco-alemanas brillan por su ausencia.

Más adelante, reelegido abrumadoramente Chirac y liberado de paso de la cohabitación con los socialistas y habiendo ganado Schröder in extremis sus elecciones legislativas, se abre una segunda fase en las relaciones franco-alemanas que ha supuesto un giro copernicano respecto a la relación anterior.

En mi opinión, tres han sido las causas que han motivado este drástico cambio de tercio. En primer lugar, lo que Alain Lamassoure llama la revolución numérica que acarreará la ampliación. La consigna parece haber sido «o mandamos nosotros u otros mandan por nosotros».

El segundo factor radica en la inconsistencia de sus políticas internas frente a los postulados comunitarios que Francia y Alemania han impulsado históricamente y que hoy aplican las instituciones europeas. Con Chirac y Schröder, ambos países han sido incapaces de poner en práctica las reformas necesarias para propulsar su crecimiento económico acordadas en el Consejo Europeo de Lisboa del año 2000. Por esta razón, de ser un aliado como en tiempos de Delors, la Comisión se ha convertido en un obstáculo. Quizá el mejor ejemplo lo constituya la suspensión del procedimiento sancionador, previsto en el Pacto de Estabilidad, auspiciada por Francia y Alemania para evitar que la Comisión les sacara la tarjeta amarilla por su excesivo déficit público. Una actitud que ha causado perplejidad en los demás socios europeos que habiendo cumplido unos compromisos que han exigido importantes sacrificios económicos y políticos, se enfrentan a la incómoda tesitura de explicar a sus opiniones públicas cómo, al igual que en la Rebelión en la granja orwelliana «todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros».

El tercer factor aparece con la amenaza norteamericana de intervenir militarmente en Irak si el régimen de Sadam Hussein no cumplía el mandato de la ONU. Lo rechazable de la actitud franco-alemana no es sólo que le dieran publicidad urbi et orbi sin consultar ni a la Comisión ni al resto de los socios; peor aún fue que pretendieran que su posición era imputable al conjunto de la Unión Europea; es decir, Francia y Alemania hablaban en nombre de Europa cuando la mayoría de los países europeos no compartían su postura.

Y es que hoy, el eje Chirac-Schröder, en vez de impulsar iniciativas comunes en beneficio de los intereses europeos como antaño, se ha convertido en algo parecido a una sociedad de socorros mutuos donde uno y otro Gobierno se apoyan en función no ya de los intereses europeos sino de los intereses nacionales. Así, Francia obtiene el apoyo de Alemania para garantizar el montante de los gastos agrícolas - un interés vital francés- hasta el año 2013. A cambio, Francia apoya las pretensiones alemanas para desnaturalizar la directiva sobre OPAS -que no gustaba a los empresarios alemanes- y, como propina, consigue la rebaja del IVA en hoteles y restaurantes, lo que beneficia notablemente a la potente industria turística francesa.

Para los europeístas, la actitud de Chirac y Schröder supone no sólo una ruptura con la trayectoria de las tres últimas décadas sino también una profunda decepción. Si el motor franco-alemán ha asumido históricamente el liderazgo europeo lo ha sido para hacer más Europa y no para defender intereses particularistas; lo ha sido para contribuir a la cohesión económica, social y territorial de la Unión y no para limitar su presupuesto al 1% del PNB. Chirac y Schröder se han desviado de los objetivos que guiaron la actuación del eje franco-alemán desde la década de los setenta y han adoptado una actitud defensiva, guiada por la búsqueda de la preservación de sus respectivos intereses nacionales.

La reacción de Schröder a la visita de Zapatero ha sido comprensiva con los buenos deseos del Presidente del Gobierno de España. Por eso ha afirmado que París y Berlín celebrarán cumbres con Madrid «si se dan las circunstancias». Menuda desgracia para todos los españoles educados en el «yo y mis circunstancias» del maestro Ortega. Gracias al Sr. Rodríguez Zapatero nos vamos a convertir en las circunstancias del eje Chirac-Schröder. Para ese viaje, no hacían falta alforjas.