CÓMO PERDIÓ ALEMANIA LA GUERRA DE IRAK

 

  Artículo de MICHAEL MERTES  en  “El País” del 16.05.2003

 

Michael Mertes, antiguo asesor político de Helmut Kohl, es escritor y socio de Dimap Consult, un gabinete estratégico comercial con sedes en Bonn y Berlín. © Project Syndicate, 2003. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Las guerras siempre tienen vencedores y perdedores. Sadam Husein -que está muerto o huido-, desde luego, es el gran derrotado de la guerra de Irak. Pero Alemania también ha perdido mucho, incluidos todos los soldados estadounidenses que, al parecer, van a ser recolocados en bases de otros países. Pese al anuncio de los planes para crear un ejército europeo en unión de Francia, Bélgica y Luxemburgo, Alemania cuenta menos ahora en la política europea y mundial que antes de la guerra. Reparar el daño no va a ser fácil.

Todos los elementos de la posición internacional de Alemania han resultado perjudicados por la guerra. El país no puede ya desempeñar el papel de mediador transatlántico entre Francia y Estados Unidos. Puede olvidarse del apoyo estadounidense a su campaña para lograr un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. En vez de construir una tercera vía para la izquierda europea junto con el primer ministro británico Tony Blair, el canciller Gerhard Schröder necesita que Blair interceda en su nombre ante George W. Bush, que se siente personalmente traicionado por el comportamiento del canciller en las semanas previas a la guerra.

En la Europa del Este postcomunista ya no consideran a Alemania como firme defensora de las necesidades de la región. Las instituciones multilaterales que sirvieron de pilares de la política exterior alemana durante casi medio siglo han quedado debilitadas: las esperanzas de la Unión Europea de poner en marcha una política común en materia de relaciones exteriores, seguridad y defensa corren grave peligro.

Desde el punto de vista de Estados Unidos, las coaliciones flexibles y ad hoc de los países voluntarios han resultado más útiles que la alianza estable de la OTAN, en la que Alemania encabezó el rechazo a la petición de ayuda de Turquía. Incluso la ONU -la institución que Schröder estaba presuntamente defendiendo- ha quedado perjudicada por su irresponsabilidad.Ahora bien, el elemento crucial es el deterioro de las relaciones germano-estadounidenses. Alemania no es la única culpable, en absoluto, porque la diplomacia de Estados Unidos en relación con Irak ha sido a menudo torpe y grandilocuente. No obstante, las críticas a los errores de los demás no van a ayudar a rehabilitar la posición de Alemania.

Las relaciones entre Alemania y Estados Unidos sufrieron un golpe devastador cuando Schröder fomentó las posturas mayoritariamente pacifistas del país. De esa forma, ahogaba las inquietudes sobre el bajo crecimiento y el desempleo elevado que amenazaban sus perspectivas de ser reelegido. Pero esa estrategia política hizo pensar al presidente Bush que Schröder le había apuñalado por la espalda. Y lo mismo que ocurre con las personas ocurre con los Estados: una vez perdida la confianza, es muy difícil recobrarla.

Los partidos de oposición de Alemania y gran parte de sus responsables de política exterior advirtieron de que el país corría el riesgo de aislamiento diplomático, así que Schröder se incorporó a una coalición de circunstancias de los países de oposición, junto con Francia y Rusia. Este paso agravó aún más el error, porque creó un desastre de imagen. Gran parte de la prensa mundial denominó a esta "banda de tres" el "eje", una palabra con ecos siniestros del eje de Alemania, Italia y Japón en la II Guerra Mundial. Resulta comprensible que Polonia -como otros países del centro y el este de Europa- acudiera a Estados Unidos y Gran Bretaña en busca de seguridad cuando sus gigantescos vecinos, Alemania y Rusia, emprendieron sus coqueteos antiamericanos.

Lo que ocurre es que las victorias de guerra convierten en cobardes a los dirigentes que han apoyado al bando equivocado. Por eso, con la caída de Bagdad, Schröder empezó a mandar señales conciliatorias a Washington y Londres. El canciller empezó a dar una bienvenida implícita al cambio de régimen en Irak. Durante la cumbre franco-germano-rusa en San Petersburgo, eludió claramente criticar a Estados Unidos y Gran Bretaña. "No quiero hablar del pasado", destacó, "debemos pensar en cómo hacer que la victoria militar beneficie a toda la región". El hecho de que el presidente francés, Jacques Chirac, sea todavía menos popular que Schröder en Estados Unidos, es un ligero consuelo para los diplomáticos alemanes. Pero que Francia se oponga a la política de Estados Unidos no es nunca una sorpresa. Es más, tanto el tono como las tácticas de Chirac se ajustan a un estilo gaullista de libro. En cambio, la firmeza alemana frente a Estados Unidos sí fue un asombro, tal vez porque, como suele decirse, para apuñalar a uno por la espalda hay que estar totalmente detrás de él.

Los colaboradores del canciller Schröder intentan justificar su retórica diciendo que es la expresión de la madurez política del país. Por fin, dicen, pueden los cancilleres alemanes hacer uso de la soberanía sin restricciones conseguida por Alemania con la reunificación en 1990. Pero el experimento juvenil del canciller en madurez diplomática no ha aumentado el prestigio de Alemania, sino que lo ha disminuido.

La cosa está clara: el gaullismo alemán no funciona. Al fin y al cabo, la política exterior de Alemania, tradicionalmente discreta, hizo que el país fuera uno de los puntales de la OTAN y contribuyó a asegurar la reunificación. Dicha tradición diplomática no se limitó nunca a hacer "buenas obras" y aportaciones del libro de cheques destinadas a las misiones de pacificación en todo el mundo. Consistía en crear y transmitir estabilidad mediante la contribución al fortalecimiento del gobierno mundial y las estructuras supranacionales.

Alemania es demasiado grande para abstenerse de las labores de dirección en Europa. Pero le conviene evitar las sospechas de tener objetivos hegemónicos. La estrategia política más prometedora para el país consiste en compartir la soberanía con otros países europeos y ejercer influencia en las instituciones europeas y atlánticas.

Además de abandonar toda pretensión gaullista, la otra lección que debe aprender Alemania es que la influencia no se basa sólo en un "poder civil" blando, sino también en una firme capacidad militar adaptada al mundo posterior a la guerra fría. Si Alemania quiere aumentar su peso diplomático, tiene que incrementar su gasto de defensa. Sólo una mayor importancia de Alemania en la política europea y mundial convencerá a Estados Unidos de que ha llegado el momento de enterrar el hacha de guerra.