LA ESPAÑA PLURAL Y LAS DOS ESPAÑAS
Artículo de Luis Miguez Macho en “El Semanal Digital” del 09.01.2004
El formateado es mío (L. B.-B.,
9-1-04, 12:00)
9 de enero. Hace ya tiempo que algunos de los que seguimos la actualidad
política desde la periferia habíamos detectado la progresiva sustitución en
España de la oposición clásica entre izquierda y derecha por otra más difícil de
definir con dos palabras, la que separa a quienes creen en la Nación española de
quienes niegan su existencia por entender que las verdaderas realidades
nacionales de nuestro país son las regionales (aunque no esté claro cuáles y
cuántas sean éstas). El paso definitivo en esta dirección se ha dado estos días
con la abierta renuncia por el segundo gran partido nacional, el PSOE, teórico
representante mayoritario de la izquierda, a sus señas de identidad
tradicionales en materia de solidaridad e igualdad entre todos los españoles y
la correlativa asunción de las tesis nacionalistas.
Los socialistas parecen dispuestos a orientar su campaña de las próximas
elecciones generales a proponer el proyecto nacionalista de la "España plural"
frente a la "España uniforme y centralista" que representaría el PP. La primera
reacción del candidato a la presidencia del Gobierno por los populares, Mariano
Rajoy, ante aspectos concretos de esta propuesta, como los judiciales o los
relativos a la gestión fiscal, ha sido la risa. No se le debe censurar, a pesar
de la gravedad de la situación. Llamar "España uniforme y centralista" a la
España de las Autonomías que ha gobernado el PP durante los últimos ocho años
únicamente puede producir hilaridad.
Habrá quien se pregunte cómo hemos llegado a esto. Porque el PSOE, en sus
catorce años de gobierno, no sólo no dio muestras de las veleidades
"pluralistas" que ahora le asaltan, sino que impuso una forma de entender el
Estado de las Autonomías y las competencias que la Constitución reserva a los
órganos generales del Estado en el seno del mismo notoriamente menos autonomista
que la que ha guiado al PP. Hay dos explicaciones, la primera evidente y la
segunda menos.
El PSOE de Rodríguez Zapatero está aquejado de una prisa loca por alcanzar el
poder a costa, literalmente, de lo que sea, en lugar de esperar su turno
haciendo labor de oposición de manera leal y patriótica. Su problema es que la
oposición tiene pocas posibilidades de ganar unas elecciones generales en una
situación de bonanza económica como la que vive España. En los países
democráticos avanzados como el nuestro (y es que hoy somos un país rico y
próspero, aunque algunos no quieran darse cuenta), el elector vota
fundamentalmente mirándose al bolsillo.
Este encantamiento sólo se rompe si se produce una crisis o conmoción nacional
que haga que la gente se fije en otras cosas. De ahí el intento socialista de
aprovechar la catástrofe del "Prestige" o la oposición a la guerra de Iraq para
desgastar al Gobierno. Como eso no resultó, la vía que ahora van a probar los
estrategas electorales del PSOE es la de subirse al carro de la tensión
artificial generada por las reivindicaciones secesionistas de quienes, aunque
mayoría en dos regiones, no representan más que a una parte ínfima del Pueblo
español.
Pero conviene no llamarse a engaño: si la dirección del PSOE puede dar un giro
como el que supone aceptar el programa nacionalista, sin provocar por ello la
ruptura inmediata del partido, es porque entre sus simpatizantes, militantes y
dirigentes hay un sector, más o menos amplio según las regiones, que comparte
sustancialmente las tesis de los nacionalistas sobre la inexistencia de la
Nación española. Es decir, a la minoría declaradamente nacionalista hay que
sumarle una parte difícil de cuantificar de la izquierda de ámbito nacional que
tiene parecidas querencias y sentimientos.
De este modo, la "España plural" acaban siendo, otra vez, las dos Españas. En un
mismo país hay dos comunidades, con lealtades nacionales distintas, mezcladas en
proporciones variables dependiendo de la parte del territorio en la que nos
fijemos. Si la actitud del PSOE provoca que esta
división se agudice y lleve a otras zonas de España a la misma situación de
fractura social que ya se vive en el País Vasco, el esfuerzo de consenso y
reconciliación representado por la Constitución de 1978 habrá muerto.
En nuestras manos está el impedirlo con el voto en las elecciones de marzo. Yo
tengo plena confianza en que una sociedad moderna y dinámica como la española
sabrá frenar la locura de unos políticos dedicados a crear problemas donde no
los hay en lugar de solucionarlos donde sí existen.