LA PARADOJA TURCA
Artículo de JOSEP MIRÓ ARDÈVOL en "La Vanguardia"
del 16-12-02
Aquí no hay guerras de religión ni "clubs cristianos", sino intereses militares y económicos
Cuando ni siquiera estaba cerrado el acuerdo para la incorporación de diez
nuevos países a la Unión Europea (UE), lo que eleva la cifra de miembros a 25;
cuando se discute si existirá una Constitución, o simplemente un texto que
simplifique toda la compleja legislación comunitaria; sin saber cuáles serán
las nuevas instituciones y las atribuciones del Parlamento, los estados y la
Comisión; cuando sigue pendiente la política agraria futura, se abre de manera
imprudente el debate para la incorporación de Turquía, como si se tratara de
una urgencia para los europeos y una afrenta para los turcos. La pregunta es:
¿por qué? ¿A qué se debe esta prefabricada prisa, alentada por el
conservador Chirac y Schröder, el apurado líder socialdemócrata? ¿Por qué
ahora y por qué Turquía?
Lo lógico sería plantearse el futuro una vez definida la naturaleza de la
nueva Unión Europea y digerida la compleja ampliación a unos países cuya
renta por persona no supera la mitad de la de la UE (la de España era del 70
por ciento cuando se integró). Antes de alcanzar un compromiso concreto con
Turquía, Europa necesita una solución satisfactoria para Bulgaria y Rumania,
con las que ya tiene acuerdos concretos. Más todavía: ¿por qué nos olvidamos
de Eslovenia y Croacia, mucho más próximas en todos los órdenes? Y también
es prioritaria una política activa dirigida a integrar Yugoslavia, Bosnia,
Albania y Macedonia, y liquidar así la inestabilidad de los Balcanes. Cuando
toda esta tarea esté hecha, será oportuno plantearse un entorno más lejano en
distancia y en civilización, que no sólo es Turquía sino que, con iguales o
más razones, atañe a países como Túnez, Marruecos e incluso Argelia, en un
sentido, y por qué no, a Bielorrusia, Ucrania y la propia Rusia, en el otro.
Visto todo esto, ¿de dónde nace la urgencia?: de Estados Unidos, para quien
Turquía es la plataforma perfecta como base y aporte militar en la zona –los
americanos desean la intervención del Ejército turco en Iraq– y como paso
seguro de los nuevos oleoductos de Asia central. También porque nuestro amigo
americano prefiere una Europa que continúe siendo un gigante económico, un
enano militar y sobre todo un gusano en política exterior fruto de su
heterogeneidad y sus discrepancias internas.
En la paradoja turca confluyen dos extraños compañeros de cama, los servidores
de los intereses de Estados Unidos, con el desesperado Schröder a la cabeza, y
un cierto laicismo "a la francesa" que es capaz de vestirse de
lagarterana para arrinconar la evidencia religiosa. Turquía sería la excusa
perfecta por el "riesgo" del islam para negar a las religiones, léase
cristianismo, todo reconocimiento social.
Para quienes queremos una Europa fiel a sí misma y a sus valores, que no vemos
en el islam un enemigo y por ello preconizamos una política de integración
hacia Bosnia y Albania, en una Unión Europea aconfesional que reconozca en
términos positivos las distintas realidades religiosas, la denuncia de la
manipulación que se está produciendo con Turquía no nace de ningún temor a
lo musulmán, sino de la necesidad previa de saber qué es Europa y garantizar
que cualquier nueva incorporación respete y desarrolle los derechos de la
persona tal como son concebidos en Europa: la libertad de expresión, de
religión y de culto, de enseñanza y de asociación, y la aplicación del
principio de subsidiariedad con lo que conlleva de respeto a otras
nacionalidades, como la kurda. Ese es el tema y no otro. Aquí no hay guerras de
religión ni "clubs cristianos", sino intereses militares y
económicos. Como siempre.