APROXIMACION A UN MODELO DEL HECHO NACIONAL EN ESPAÑA ( Y II)

 

EL MODELO POLÌTICO DE LOS DEMOCRATAS ESPAÑOLES

 

Luis Bouza-Brey, 6-9-04, 13:00

 

Días atrás publiqué la primera parte de este artículo, en la que afirmaba que esta segunda trataría del modelo político de los demócratas españoles sobre el hecho nacional en España, en contraposición al modelo de los nacionalismos periféricos, que en su formulación actual se sale del marco constitucional.

En efecto, los nacionalistas han radicalizado su discurso y ya no aceptan la autonomía o el autogobierno en el interior de un Estado compuesto, sino que sus objetivos buscan la soberanía, la confederación o la independencia.

Por ello, en mi opinión, es preciso clarificar las bases ideológicas y teóricas del modelo de Estado de la democracia española, a fin de hacer frente a los intentos de disgregación que se están produciendo y de evitar la introducción de reformas basadas en principios estructurales contrarios a la subsistencia del Estado español.

 

LA CONCEPCIÓN DE ESPAÑA

 

 

A medida que pasa el tiempo  se perfilan con mayor claridad los antagonismos radicales en la concepción de España por parte de los nacionalismos periféricos y los demócratas españoles.

Ya hemos visto en el primer artículo de esta serie cómo conciben España los nacionalismos periféricos.

Para los demócratas españoles, España es el conjunto de todas las nacionalidades y regiones integradas en el Estado español y constituye una sociedad diferenciada de las que la rodean y que dio lugar a uno de los primeros Estados modernos de Europa. España es una realidad histórica muy antigua, que tiene problemas y fines propios y comunes a todos sus componentes. En ese sentido es una Nación, de las más antiguas de Europa.

Pero la concepción de España como Nación ha variado ampliamente a lo largo de nuestra Historia, por lo que conviene abundar en el análisis de la misma, al menos en la época contemporánea.

Durante ella se han elaborado dos concepciones distintas en función de cómo se concibió la pluralidad y variedad del país: con la influencia de la Revolución Francesa y el pensamiento liberal se intentó unificar España de acuerdo con el modelo republicano, centralista y homogeneizador de Francia, a fin de superar una complejidad y variedad que se consideraba medieval y premoderna, desconociendo la existencia de nacionalidades y el pluralismo esencial de la sociedad española.

 

Hacia finales del siglo XIX, debido a las contradicciones oligárquicas del Estado liberal y a los “renacimientos” culturales de las nacionalidades, emerge una concepcíón alternativa de España, basada en el pluralismo constitutivo del país, que se enfrenta a la concepción anterior y que va a dar lugar, con el tiempo, a la puesta en cuestión de la misma idea de España y al sobredimensionamiento del hecho nacional de las nacionalidades periféricas.

 

De manera que, durante los siglos XIX y XX hemos ido pendulando entre una concepción unitaria que negaba la diversidad y una concepción diversificadora que negaba la unidad. La concepción liberal-republicana atomizaba el país en individuos iguales, desprovistos de rasgos nacionalitarios, y construía una idea de Nación española homogeneizadora de todos los ciudadanos y un Estado centralista. La concepción periférica reaccionaba rechazando el centralismo, la homogeneización impuesta externamente y, de rebote, la idea de España, convergiendo en este rechazo posiciones republicanas federalistas y posiciones conservadoras arcaizantes y reaccionarias.

 

La solución que predominó finalmente, para resolver esta contradicción que se superponía a las contradicciones de clase e ideológicas más generales fue la Dictadura de Franco, que ocupó la parte central del siglo XX y acentuó el rechazo a la idea de la España autoritaria, centralista y reaccionaria por él encarnada.

 

 Con la democracia española que se instaura desde 1978 se intenta resolver esta contradicción, y desarrollar una concepción equilibrada de España que permita dar cuenta de la complejidad sin romper la unidad  ni la igualdad entre los ciudadanos. Por ello, se concibe a España como una sociedad plural y solidaria, integrada por nacionalidades y regiones a las cuales se reconoce y garantiza el derecho a la autonomía. Se concibe a España como patria común e indivisible de todos los españoles, como una Nación plural, como una sociedad diferenciada de las demás, con problemas y fines propios pero que reconoce su propia diversidad interna sin que ello redunde ni en su disolución ni en su descomposición.

 

El problema político esencial, que en estos momentos se está manifestando en toda su dimensión, es que a esta rectificación histórica de los demócratas españoles no le ha acompañado una rectificación compensatoria de los nacionalismos periféricos. Estos continúan anclados en las posiciones del siglo XIX, radicalizando sus estrategias y objetivos, rompiendo con el bloque de constitucionalidad y pretendiendo reformular radicalmente el pacto constitucional de 1978 en el sentido de la ruptura de la unidad del pueblo español, del rechazo de la pertenencia a España, y de la búsqueda de la desintegración del Estado en nuevos Estados independientes, soberanos, confederados o asociados.

Los epifenómenos y canales estratégicos por los que aflora esta concepción radicalizada de los nacionalismos periféricos son variados y a veces moderados por consideraciones tácticas, pero todos ellos introducen anomalías e incongruencias en el sistema constitucional español, que si no se frenan acabarán con él antes o después. Piensen, como les decía en el primer artículo de esta serie, en la concepción de España como algo ajeno, en la reclamación de la soberanía, en la desobediencia a las instituciones estatales, en el rechazo de los símbolos comunes, en la pretensión de asimetrías entre regiones y “naciones”, en la demanda de relación bilateral para el “encaje” de las nacionalidades, etc., etc., etc.

 

La última ocurrencia es la de pretender diferenciar políticamente a las “nacionalidades históricas” de las regiones, con absoluta falta de rigor y de sensatez: En este país, “nacionalidades históricas” son todas sus partes, incluida España. Si la diferencia que se pretende establecer se deriva de la cultura y el idioma, no debe tener más trascendencia que ésta, consistente en la existencia de idiomas diversos que necesitan reconocimiento y protección. Y existen idiomas diversos no solamente en Cataluña, Euskadi y Galicia.

Si, por el contrario, se hace referencia al hecho de que estas tres nacionalidades adquirieron autonomía durante la Segunda República y eso les daba cierta pretensión de reconocimiento rápido dede el primer momento de la transición, así se hizo, pero la transición ya finalizó, y la democracia española ha refrendado la generalización de la autonomía igualitaria para todas las regiones.

La igualdad y solidaridad entre todas las nacionalidades y regiones de España constituyen principios a los que los demócratas españoles no pueden renunciar sin transformarse en otra cosa, dejando de ser españoles o demócratas. La especificidad y la diversidad son legítimas desde la perspectiva democrática de un Estado complejo, pero no pueden dar lugar a privilegios, ni históricos, ni económicos, ni políticos. 

 

 

LA ESTRUCTURA DEL ESTADO

 

 

Ya he analizado en diversas páginas de este sitio web el tema de la estructura del Estado español actual. Sintetizando mis propias ideas, opino que la descentralización generalizada del Estado, puesta en marcha con la Constitución de 1978, lo aproxima a un Estado federal, pero sin una articulación coherente ni operativa de las regiones con el centro. Por ello, creo que es imprescindible y urgente la reforma del Senado, a fin de permitir la coparticipación de las nacionalidades y regiones en las decisiones comunes.

Por lo que se refiere a qué modelo de Senado sería deseable, se puede elegir entre tres: el norteamericano, el austríaco y el alemán. Es decir un Senado compuesto por senadores electivos ---elegidos por los electores o por los parlamentos autonómicos--- o designados por los gobiernos de las Comunidades.

Sobre este asunto sigo manteniendo desde hace años la opinión de que sería conveniente evitar la reproducción mecánica de la estructura de los partidos en el Senado, por lo que me inclino por el modelo alemán como la mejor solución, creando un Senado potente dotado de capacidad decisoria fiuerte y representación directa de los gobiernos autónomos en el centro, pero que al mismo tiempo disolviera el bilateralismo de algunas comunidades en su relación con el Estado, obligándolas a aceptar la voluntad mayoritaria en el Senado.

 

Existe un asunto, el de las reformas de los Estatutos de Autonomía, añadido al anterior y que puede complicar enormemente las cosas, debido al proyecto Ibarretxe y a las concepciones nacionalistas que seguramente predominarán en la propuesta del Parlamento de Cataluña.

El proyecto Ibarretxe no es asumible por el ordenamiento constitucional español, pero me temo que el proyecto catalán se basará en concepciones nacionalistas que lo que buscan no es un federalismo cooperativo y una distribución equilibrada de poder entre centro y periferia, sino un vaciamiento del Estado en Cataluña. De manera que, en lugar de orientarse a aumentar los canales de participación en el centro, la estrategia seguramente consistirá en el vaciamiento del poder del Estado con el argumento de incrementar el autogobierno.

 

Finalmente, existe otro aspecto a tener en cuenta por lo que se refiere a las transformaciones necesarias de la estructura del Estado, y es el desarrollo de un poder político europeo que modifica los referentes primordiales de la acción política y los centros de poder y competencias existentes. Por ello, se hace preciso evaluar en qué medida debe evolucionar la distribución de poder, similar a la de un federalismo cooperativo con cuatro niveles de decisión, y la participación de las Comunidades Autónomas no sólo en el centro, sino a nivel europeo.

 

  

LA ESTRATEGIA DEL DESARROLLO POLITICO DE ESPAÑA

 

Parece necesario y urgente, por todo lo anterior, poner en marcha una estrategia de desarrollo político de la estructura del Estado español, consistente en la formulación clara y potente de las concepciones básicas de los demócratas españoles, y en una adecuación de la estructura del Estado a la evolución del país y de Europa.

El problema es que, en la situación actual, el equilibrio de fuerzas es muy peligroso, debido a la falta de claridad y a la división en el PSOE, así como a las alianzas y pactos de este partido con otros que defienden el “federalismo de libre adhesión” o la independencia de Cataluña. Por ello, la apertura del proceso en estas condiciones es peligrosísimo, pues puede conducir a la inestabilidad constitucional y estatutaria y a la deriva hacia soluciones incompatibles con la unidad de España y el Estado.

Por todo ello, vengo repitiendo hace tiempo que el pacto imprescindible para iniciar ese proceso es el del PSOE y el PP, dado que el conjunto de los nacionalismos periféricos ha radicalizado sus posturas hasta hacerlas inasumibles. Pero el problema es cómo podrá compatibilizar el PSOE, al menos de momento, la necesidad de pactar con el PP en este asunto, con la de conservar los apoyos que en esta coyuntura lo mantienen en el poder.

Habrá que dar tiempo al tiempo y ver cómo se desenvuelve la situación. Pero ésta es peligrosa.