¿GUERRA INJUSTA?


 Artículo de Ángel Cristóbal Montes, catedrático de la Universidad de Zaragoza de Derecho Civil,  en “La Razón” del
04/03/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

En una de las últimas apariciones en la televisión qatarí, en las que un supuesto o real Osama Bin Laden lanza todo tipo de exabruptos, despropósitos y amenazas, deslizó un comentario sobre la reciente guerra de Iraq calificándola de «guerra injusta». De entrada dos consideraciones elementales: primera, que un hombre sobre cuya conciencia pesan algunos de los peores crímenes que ha conocido la aciaga historia de la humanidad hable de «guerra injusta» suena, por lo menos, a sarcasmo, a burla, y segunda, que la expresión que usa es exactamente la misma que tanto bienpensante progresista, derrotista e ingenuo utiliza en Occidente, pero esto último forma parte de nuestro sino (Revel).
   Parece obvio que a estas alturas, tras el siglo XX, «uno de los más mezquinos crueles y sangrientos de la historia de la humanidad» (Drucker), y en las puertas del siglo XIX que no se anuncia, ni mucho menos, mejor, traer a la palestra las nociones de «guerra caballerosa, diplomática o versallesca» o las teorías de Grocio, Thomasio, Wolf, Puffendorff, Suárez o Vitoria sobre guerras justas e injustas, puede suponer un interesante ejercicio intelectual, pero con poca o ninguna conexión con las cosas que realmente ocurren entre nosotros desde hace casi un siglo: doctrinas y Estados totalitarios (bolchevismo, fascismos, nazismo), y movimientos terroristas (el actual islamista) sin parangón en la historia de la violencia ciega, inhumana y sanguinaria.
   Sadam Husein y su régimen totalitario constituían el peor ejemplo de desprecio, «ad intra», de los derechos y valores humanos elementales, y «ad extra», de la paz entre naciones, del respeto a las fronteras y del sometimiento mínimo a los requerimientos de ese Derecho internacional, escuálido y vulnerable casi sin castigo, que pretende regir la vida externa de los pueblos. Masacró, gaseó, aterró y golpeó sin piedad a muchísimos iraquíes por razón de etnia, religión, política, simple inhumanidad o vesania del déspota, y como «buen» totalitario y en la misma senda por la que discurrieron tantos conquistadores enloquecidos atacó a Irán y peleó con ella durante ocho años, invadió y se anexionó Kuwait, transformándolo en su dieciséis provincia, bombardeó con cohetes a Israel y, probablemente, sin la presencia y resolución americano-británica en Oriente Medio se habría adueñado y esclavizado a la mayor parte del mismo.
   Ése fue el hombre y ése fue el régimen. Atacar, derrotar al tirano y a su odioso sistema, ¿es una guerra injusta? Si se parte de la base de que toda guerra es inhumana, cruel y contraria a estricta razón, la respuesta debería ser positiva. Pero si partimos de que la condición humana, individual y colectiva, la historia (Popper) y el reino de la voluntad (Nietzsche) son lo que son, la respuesta puede ser perfectamente negativa. Derrocar a un hombre y a su entramado político-policial-militar que conculcaban todas y cada una de las exigencias de una vida interna y externa mínimamente respetable, puede sonar a timoratos, derrotistas y entreguistas como un acto de imperio intolerable, de arrogancia y prepotencia, pero lo cierto es que puede entenderse como conveniente y aun necesaria extirpación de un miembro gangrenado y en extremo agresivo. ¿O acaso se olvida que Sadam entregaba 5.000 dólares a la familia de cada terrorista palestino que asesinaba indiscriminadamente?
   Claro que cabe formular dos preguntas: ¿por qué ese tirano y no otros de los que pueblan el mundo? y, ¿por qué Estados Unidos y Gran Bretaña y no la ONU? Ambas tienen cumplida respuesta. El derrocado, dentro de los muchos de oprobio que ofenden a la humanidad, no era un régimen cualquiera, pues había motivado ya una primera intervención internacional, amenazaba a sus vecinos y se sabía que si no era atacado él atacaría. La vía de la ONU se intentó «ad nauseam», pero pudieron más los intereses mezquinos de los tres principales acreedores de Husein, defectos estructurales de Naciones Unidas y celos y recelos respecto a USA. Y al mundo anglosajón, una vez más, no le quedó más remedio que enfrentar el desafío y el peligro reales. ¿Ojalá que por muchos años podamos seguir contando con tan especiales guardianes colectivos, a pesar de los lamentos de la «progresía»!