INEVITABLE MESTIZAJE


 Artículo de Andrés Montero Gómez, presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia,
 en “La Razón” del 26/08/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 


El estrés es una respuesta adaptativa del organismo que se convierte en disfuncional cuando supera ciertos umbrales, de tiempo o de intensidad. Igual que ocurre con el colesterol, existe un estrés nocivo y otro clemente. Cuando las demandas externas o internas al ser humano exceden la percepción que tiene sobre su capacidad para ofrecer una respuesta adaptativa, el estrés maléfico se manifiesta con pretensiones de asentamiento. Y entonces incluso podemos agarrar un resfriado por la depresión inmunitaria que resulta de un incremento sostenido del cortisol, un elemento químico en la misma ruta de síntesis que el colesterol, precisamente. Las defensas caen por el estrés sostenido.
   Pues algo similar al estrés pasa con la inmigración. Es benéfica hasta que excede la capacidad de los estados y territorios para asimilarla adaptativamente. Y ésa es la clave, precisamente, la asimilación adaptativa. Relacionada con ella, con esa asimilación, está íntimamente presente el eje de referencia que utilicemos para incorporar las poblaciones de inmigrantes a nuestras respectivas comunidades. En España, al igual que en otros estados, como criterio de referencia está primando el laboral, el económico a la postre. En cambio, pueden utilizarse otros, como el cultural o el étnico. Dependiendo de cuál sea el parámetro de asimilación, así encontraremos un potencial mayor o menor para la emergencia de determinados efectos colaterales a la inmigración, como los brotes de xenofobia, los embolsamientos marginales de colectivos y fenómenos en el mismo campo de desajuste.
   La inmigración está en ese paquete de problemas sociales ligados a la globalización que la humanidad tendrá que gestionar en el siglo XXI. Los nuevos modos de gobierno en la sociedad red promoverán otros problemas dentro de ese paquete y, por supuesto, la gestión de las nuevas amenazas ofensivas determinará, por ejemplo, un nuevo ajuste incluso de nuestra propia concepción de la libertad. Alguno de estos desafíos, como el relativo a los modos y esquemas de gestión política de la sociedad red, con la emergencia de una distinta estructuración (o con una estructuración, en suma) de las sociedades civiles, podrán derivar en disquisiciones más o menos académicas, filosóficas o místicas. Es decir, la población general podrá ignorarlos, como hace con la política, en una determinada medida y dependiendo de los intereses de grupos de presión e interés. Sin embargo, la inmigración en tanto fenómeno tiene una densidad presencial, una visibilidad y una capacidad de influir en la fisonomía de los grupos sociales en períodos del corto plazo, que va a demandar, entiendo, modelos globales de gestión de flujos humanos más eficaces de los parches que estamos aplicando hasta el momento. Sólo hay que observar el impacto, beneficioso, que la población inmigrante está teniendo en nuestras arcas de la seguridad social o en la, todavía tímida, configuración de la curva de nuevos nacimientos.
   Repito que el parámetro de asimilación que tomemos para interiorizar a la población inmigrante será determinante para nuestro ajuste social futuro. Es absolutamente relevante. Si el parámetro director es cultural, el mestizaje será una amenaza trascendental en el modelo de asimilación. Si es económico, el mestizaje no es inmediatamente un inconveniente. En ambos, la xenofobia es un tumor eventual, aunque evidentemente no se le escapa ni al menos informado que podría ser más pronunciado en su asociación con modelos culturales o étnicos de orientación a la inmigración. A su vez, la percepción de la inmigración a través del filtro cultural es propia de los nacionalismos, mientras la óptica económica laboral es predominante en los estados y, sobre todo, en los entes supranacionales, como la Unión Europea. Lo que está claro es que la inmigración tiene que estar reglada. La regulación de flujos asentados en oportunidades laborales que España suscribió primero con Ecuador y luego con otros está funcionando decentemente. Con todo, la reactividad a la inmigración va a estar presente en todas partes a medida que las sociedades comiencen a enterarse de la magnitud de sus implicaciones.
   Así en un estado netamente multicultural, como los EE UU, ni más ni menos que ha sido un intelectual como Samuel Huntingon, el ideólogo del choque de civilizaciones, quien ha advertido contra el peligro de la inmigración. Y lo ha hecho sobre una base cultural. Huntington ha activado la alarma acerca de la inmigración mexicana, latina en general. Ingresan en los EE UU sin asimilar las costumbres anglosajonas. Conforman grupos propios que conservan la gastronomía de sus lugares de origen, su música, su simbología identitaria y, sobre todo, su idioma. El español. No aprenden o aprenden mal el inglés. Pronto, además, como deducimos de la extensión del idioma español en los EE UU y de la importancia que los candidatos van concediendo a la bolsa de voto hispano en las elecciones presidenciales, se establecerán como «lobbies» con influencia y capacidad de acción política. Huntington considera que eso es un peligro para la supervivencia del modo de vida americano. Tal como él lo entiende, claro.
   Lo que sí que no ha entendido Huntington, acusado de ignorante por otros académicos, es que el proceso es tan irreversible en los EE UU como en Europa. O quizás sí lo ha entendido, y por eso estaba expresando más el resultado de una actitud personal que una argumentación rigurosa. Tan irreversible es la inmigración como, a medio plazo, los brotes de xenofobia. Porque estamos en una fase de transición histórica, traída sin anestesia por las dinámicas globalizadoras y porque pretendemos adoptar soluciones cortoplacistas desprovistas de planteamientos estratégicos. De ahí también que algunos, como Jordi Pujol, estén empeñados en reivindicar y asumir cuanto antes competencias en gestión de inmigración.
   Con un nacionalismo asumido y declaradamente sostenido en la pervivencia del idioma catalán, Pujol observa con inquietud que políticas de normalización lingüísticas de décadas se diluyan en otras tantas por flujos migratorios donde no se haya cuidado la inmersión cultural. Inmigrantes que no aprendan el catalán porque, por ejemplo en Barcelona, puedan perfectamente no sólo subsistir sino adaptarse hablando español. Pujol sabe que, aun en el caso del asentado catalán, el equilibrio puede trastocarse en cuestión de varias generaciones que dependen, demográficamente, de la inmigración. Las oscilaciones, o las inversiones, demográficas de la globalización son la terrible paradoja de un nacionalista.
   Entiendo que, además, la asimilación de los colectivos migratorios se está centrando desproporcionadamente en adaptar al inmigrante a la nueva sociedad, sin preparar a la población residente para adaptarse a las nuevas realidades globales. La adaptación es un proceso bidireccional. Es fundamental que el recién llegado, con otras costumbres culturales, adopte los patrones de convivencia y se empape de los elementos identitarios de la sociedad de acogida. Esencial tanto más para el ajuste del inmigrante que para cualquier otro. Aunque si ponemos todo el foco luminoso en ese aspecto, dejaremos en penumbra la relación de intercambio, aquello que el colectivos de inmigrantes dejan, ya están dejando, en las poblaciones de acogida. Comenzando por los emparejamientos familiares, el mestizaje, y siguiendo por el crecimiento de bienes y servicios con marca cultural alrededor de muchas áreas de residencia en grandes ciudades. Como digo es irreversible. Las nuevas políticas de inmigración, que considero acertadas en su direccionamiento sobre parámetros económico-laborales, porque son más neutrales y ligan con la concepción de ciudadanía, bien harían en comenzar a plantearse el cuidado del ajuste cultural de las poblaciones de acogida. Sin olvidar la evidente necesidad de exigir un esfuerzo de asimilación para quien llega, conseguiríamos así un engranaje más fino de procesos de intercambio que, de todos modos, van a generar fricciones.
   
   Andrés Montero Gómez es presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia