CONTRATERRORISMO CLANDESTINO

 

 Artículo de Andrés Montero Gómez, presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia, en “La Razón” del 04/10/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 El formateado es mío (L. B.-B.)

 

George Tenet fue la apuesta de Bill Clinton para dirigir la CIA. Cuando en 2004 dimitió de su cargo, se comenta que sirviendo de parapeto a los errores de juicio de la administración de otro George, Bush hijo, hizo varias revelaciones. Algunas de ellas ante la comisión bipartisana que investigó el 11-S. Quien fuera director de la CIA concluyó que la organización de inteligencia más poderosa del mundo necesitaría, al menos, cinco años para construir un servicio clandestino decente contra el terrorismo. Tal panorama en pleno siglo XXI y desde la todopoderosa Agencia Central de Inteligencia.
   Aunque parezca el relato de una novela, el servicio clandestino de la CIA es real, un departamento especializado dentro de su dirección de operaciones. Desde hace décadas es responsable de ejecutar misiones encubiertas, esas que tradicionalmente el imaginario colectivo puede atribuir sin dificultad a los espías. Los agentes del servicio clandestino actúan bajo identidades ficticias, encubiertos tras vidas pantalla y destacados en lo más caliente del escenario informativo. Así mismo, el servicio clandestino representa la malla de conexiones desde donde la agencia de inteligencia gestiona sus informadores, sus colaboradores externos y los topos situados, por ejemplo, en grupos terroristas, criminales y gobiernos malvados.
   Un profesional del servicio clandestino necesita un período de capacitación de entre cinco y siete años para prepararse. Es decir, fácilmente podremos deducir que hasta los atentados del 11-S y según las declaraciones de Tenet, la rama contraterrorista encubierta de la CIA era inexistente. El declive de las operaciones encubiertas de la CIA tras la caída del muro de Berlín ha sido tan escandaloso que en 1995 únicamente 25 personas consiguieron finalizar el período de formación para convertirse en agentes clandestinos. En toda la CIA y para misiones en todo el mundo, relacionadas o no con el terrorismo. Cualquier promoción de cajeras/os de un supermercado medio es más numerosa. La debacle parecía ser de tal magnitud que en 1998 las instancias reaccionaron y el congreso norteamericano concedió autorización, y fondos, para reconstruir el programa de instrucción de agentes en el servicio clandestino.
   Dirán ustedes que no hay para tanto. Pues imagínense que una de las principales críticas a la CIA de los últimos tiempos radica en su incapacidad recalcitrante para alertar sobre la trama del 11-S. O piensen en la desinformación sobre la real situación de Iraq. Incluso en la localización de la madriguera de Ben Laden y sus cinco lugartenientes, que todavía se reúnen para grabar vídeos mundiales de horror después distribuidos por Al-Jazeera.
  
 La acción de los servicios de inteligencia es la única alternativa sensata a un planteamiento netamente bélico frente al terrorismo. La guerra contra el terrorismo es un error de dimensiones colosales. Desactivar el terrorismo internacional con métodos de investigación policial tradicional es una pretensión ingenua. Lo menos iluso es combinar técnica jurídica y mecanismos de justicia internacionales con el desarrollo, que tendría que ser exponencial, de capacidades de inteligencia transfronteriza en el marco de adecuados equilibrios de control en cada país.
   Encubierto no es ilegal, necesariamente. Aunque son pocas las legislaciones preparadas para hacer servicios de inteligencia funcionales a la par que democráticos. La británica si acaso. La estadounidense, también, aunque sometida a una realidad institucional más compleja y, por tanto, productora de mayores atolladeros y algún desafuero. La española está en desarrollo embrionario. Y los ajustes legislativos se topan con un problema adicional, derivado de la necesaria circunstancia de agentes de inteligencia operando en el extranjero, bajo leyes de otros países. También con el encaje de bolillos que significa tener servicios de inteligencia policiales contraterroristas y también servicios de inteligencia no policiales, que como la CIA o nuestro CNI intervienen en contraterrorismo, sobre todo en el extranjero. Una maraña de desconexiones que es hábilmente explotada por los malos y los asesinos repartidos por este mundo interconectado.
   
El terrorismo islamista está revelando la valiosa aportación que tendrían informaciones obtenidas desde el mismo interior de los grupos terroristas para anticipar y desbaratar sus planes de muerte. Aparte de la aplicación de medios técnicos, como las interceptaciones telefónicas y cibernéticas, la mejor información suele provenir de fuentes humanas. Alguien que cuenta qué está ocurriendo en el interior de un grupo sectario, cerrado y altamente fanatizado que planea asesinar mucho. Alguien que se lo cuenta a otro alguien, que es un agente clandestino de inteligencia y que es de los buenos.
   En inteligencia contraterrorista, tres son las formas humanas encubiertas de obtener información.
Las agencias de inteligencia pueden tener informadores sobre actividades terroristas, topos en el interior de organizaciones criminales o agentes propios infiltrados en ellas. Y luego todo un surtido de satélites y sofisticado instrumental tecnológico de escucha y vigilancia. La información obtenida por esos agentes humanos bajo cobertura es esencial ahora, pero será vital en el futuro en el desafío contraterrorista. Algunos analistas han propuesto combinar acciones de comando con inteligencia para desarticular grupos terroristas. Otros, más lejos, abogan por actuaciones restrictivas de corte ofensivo, como los denominados asesinatos selectivos. El presidente ruso Putin ha prometido perseguir a los terroristas allá donde se encuentren, persecución no precisamente entendida como acción para ponerlos a disposición de la justicia. Hace años, un comando del SAS británico asesinó a terroristas del IRA en el campo de Gibraltar, territorio español. Margaret Thatcher les concedió una medalla. En los EE UU, voces y análisis están revisando la orden ejecutiva presidencial que prohíbe a la CIA matar personas en el extranjero. Ciertos académicos están proponiendo que métodos coactivos puedan ser aplicados en interrogatorios de terroristas en determinadas circunstancias. De hecho, una combinación de varias de estas supresiones de derechos humanos de detenidos por terrorismos ya la ha deslocalizado EE UU en Guantánamo, para evitar los controles constitucionales de su marco legal. Y así llegamos a la clave de todo. A necesidad de controles, a la anglosajona «accountability», la obligación pública de rendir cuentas.
   El nuevo terrorismo islamista es inmune a la sanción del sistema penal. El fanático terrorista islamista es impermeable a los juicios y al internamiento penitenciario. Encarcelémoslo y articulará una red islamista en prisión. Le pondremos en libertad y continuará matando. No tengo una solución fácil, porque no existe. Aunque sí podemos intuir algunos ingredientes que tendrán que componer un esquema contraterrorista efectivo y limpio para nuestro futuro.
Los marcos legislativos de las democracias tendrán que evolucionar. Alrededor de un núcleo jurídico de defensa de los derechos civiles y de imperio de la ley, se desarrollarán instrumentos que incorporen a la democracia mecanismos de coerción ofensiva contra el terrorismo. El servicio clandestino de la inteligencia de los países más avanzados se combinará con comandos de fuerzas especiales para secuestrar o asesinar sospechosos de terrorismo en todo el mundo. Al contrario que hoy, no se lo contarán a la CNN. Nadie se enterará de ello. Un juez especial lo habrá autorizado y una comisión parlamentaria será informada del resultado. Es un horizonte que nos despierta el miedo. Pues ¿cómo asegurar que no me van a secuestrar a mí por error? O de nuevo a Segundo Marey. La coerción ofensiva contraterrorista ya funciona en algunos países. Sin embargo, no para que un grupo de pistoleros adictos al juego que masacren un bar de Biarritz o entierren en cal viva a unos sospechosos. La pregunta que nos van a ir obligando a hacernos en el futuro será del tipo: si ustedes se enteraran, o no lo hicieran nunca, que Ben Laden ha muerto asesinado por un comando a su vez autorizado por un juez que ha revisado todas las garantías, ¿se sentirían seguros y democráticos? De la respuesta dependerán algunos cambios en nuestro modo de vida.