LA VÍA MUERTA DEL PSOE

 

  Artículo de Alejandro Muñoz-Alonso en “La Razón” del 29.09.2003

La inmensa mayoría de la sociedad española estima, con práctica unanimidad, que el mayor problema con que se enfrenta nuestra democracia es el aventurismo rupturista e irresponsable del PNV, concretado en el demencial Plan Ibarreche, presentado oficialmente el pasado viernes. Algunos incluyen, con no escaso fundamento, las tendencias revisionistas del statu quo autonómico mantenidas en Cataluña no sólo por los nacionalistas «oficiales» sino por esa relevante tendencia del socialismo catalán representada por Maragall y sus peregrinos proyectos de resucitar la Corona de Aragón. Con el pretexto de revisar el «modo de encaje» en el conjunto de España de algunas de sus regiones, ni más ni menos respetables que las demás, lo que se pretende no es otra cosa que sustituir la España autonómica de la Constitución de 1978 por una vaga confederación centrífuga, formada por una serie de componentes obsesivamente empeñados en subrayar sus «hechos diferenciales» mientras se encubren los muchos más numerosos elementos comunes que se comparten. Aquella histórica solución supuso el arreglo definitivo ¬sí, definitivo¬ de un problema secular y, no nos engañemos ¬consúltense las hemerotecas¬, le dio a los nacionalistas mucho más de lo que pedían y esperaban. Otra cosa es que la nueva generación de los Ibarreche, los Maragall y los Mas haya resucitado la congénita insaciabilidad nacionalista, al grito de «todos contra el Estado».
   Sería inútil rebajar la gravedad de estos proyectos que, sin el menor atisbo de exageración, lo que pretenden es dinamitar la misma idea de España para poner en su lugar una serie de nuevas soberanías que, contra toda posibilidad, aspirarían a encajarse directamente en la UE manteniendo con Madrid unos vínculos que no serían mayores que los que conservan con Londres los países de la Commonwealth. La pretensión es tan descabellada ¬para cualquiera que no haya perdido el sentido común¬ que, por absurdo e irrealizable, el supuesto problema pierde peligrosidad, lo cual no quiere decir que no pueda y vaya a producir dificultades y disgustos de toda clase.
   Sólo hay un aspecto por el que este problema conserva un alto grado de gravedad y es por la ambigua actitud hacia el mismo del PSOE, el primer partido de la actual oposición y uno de los dos únicos partidos «nacionales», por lo menos en principio, que existen en España. Ese sí es el más grave problema de nuestra democracia: la falta de unidad en lo fundamental, la carencia de la más elemental cohesión y del indispensable liderazgo, la persistencia, en suma, de los viejos demonios en el único partido, el PSOE, con capacidad teórica para convertirse en alternativa de gobierno. Se añade a todo ello la obsesión por volver al poder a toda costa, a cualquier precio, y el horror a parecer que sigue la senda del PP, incluso en aquellas cuestiones en que los partidos democráticos pueden y deben coincidir. La incoherencia del PSOE quedó a la vista el viernes en el Parlamento de Vitoria: Patxi López hizo un discurso correcto y acertado, pero no da ni un paso para defender junto con el PP el marco constitucional que ambos partidos comparten. Todos estos elementos y, seguramente, muchos más han incapacitado gravemente al PSOE para estar a la altura de las presentes circunstancias y presentar un perfil de partido con recursos y condiciones para ocupar el poder con ideas y responsabilidad
   Después de tres años, la dirección zapaterista del PSOE ha tenido tiempo suficiente para madurar y generar un discurso coherente. Pero no lo ha hecho y sólo con un exceso de optimismo se puede esperar ya que lo consiga. Nadie responsablemente se puede alegrar de esta situación porque en los tiempos de fronda nacionalista hacia los que vamos será muy necesario que los dos grandes partidos constitucionalistas sean capaces de mantener un mínimo frente común para poner freno a las vanas pero peligrosas pretensiones de los diversos nacionalismos, incluidos los que vivaquean entre las filas socialistas. Durante todo este tiempo, el PSOE no ha tenido más línea política que la de apuntarse y «ponerse al frente de la manifestación» (en sentido figurado y literal) de cualquier iniciativa que pudiera desgastar al PP, a la búsqueda del voto fácil, más esquivo al final de lo previsto. El invierno empezó con el «Prestige» y terminó con Iraq y después vinieron la primavera y el verano con Madrid, Marbella, Navarra y todo lo demás. Desentenderse del Pacto de la Justicia y amenazar con dinamitar el de Toledo (los micrófonos dan testimonio del caos socialista) son las últimas aportaciones del PSOE al progreso de España.
   Alguien ha dicho que, en estos momentos, el PSOE se parece a algo así como una «confederación de izquierdas o socialismos autónomos». Aunque hay que hacer la salvedad de que ni siquiera en cada región el discurso socialista es uniforme, como muestra abiertamente el caso vasco y, más encubiertamente, el caso catalán. No hay más que oír hablar a Zapatero para constatar que en el PSOE no hay ideas claras ni sobre su propia definición ideológica ni sobre el programa ni, menos aún, sobre el modelo de Estado o, si se quiere, más solemnemente, sobre el concepto de España. Se aceptan las machadas de Maragall y todavía creen algunos que se puede responder a la ofensiva anticonstitucional del PNV dialogando con el lehendakari y manteniendo la equidistancia entre el nacionalismo y el PP. Signos inequívocos de que el PSOE, o esta dirección del partido, ha perdido definitivamente el norte: no está en la «tercera» ni en la «cuarta vía» sino en la vía muerta. La España del PSOE es una jaula de grillos que, indefectiblemente, se transformaría en una Caja de Pandora. Ese es el proyecto para España de la actual «dirección» (¿?) del PSOE.