IRAQ Y EL SER O NO SER DE EUROPA
Artículo de CARLOS NADAL en “La Vanguardia” del 27-4-03
Las guerras de Afganistán e Iraq han sido dos grandes zancadas del salto
político y militar de Estados Unidos hacia el interior de Asia. Un cambio
cualitativo y cuantitativo en la hegemonía de la región medioriental y el área
del Golfo con alcances tentaculares hacia el Cáucaso y Pakistán.
Esta realidad ha tenido una repercusión nociva en los principios y fundamentos
de la OTAN, entendida hasta ahora como plataforma para el mantenimiento de un
orden mundial. Estados Unidos ha roto la beata ilusión de que la Alianza
Atlántica se compartía entre Washington y sus aliados europeos en igualdad de
responsabilidades. El tirón asiático de Estados Unidos ha acabado con la ficción
de los dos pilares equivalentes de la Alianza Atlántica.
Se ha puesto al descubierto que, de hecho, lo que se había mantenido desde los
años de la guerra fría era un pilar esencial, el norteamericano y otro
subsidiario, el de Europa. La estructura orgánica de la OTAN encubría, en su
esquema unitario, un desequilibrio notorio que ha acabado por alterarlo todo.
Existe un sistema orgánico de mandos y de fuerzas de la OTAN que en la realidad
encierra un evidente desfase, porque la defensa europea depende esencialmente de
la Alianza mientras que la norteamericana es, con mucho, autosuficiente. La
ficción ha saltado hecha añicos al comenzar Estados Unidos a disponer de su
enorme potencia militar para ponerla al servicio de una política propia de
ámbito mundial, prescindiendo de qué aliados le sigan o cuáles no. Este
desgarramiento atlantista ha hecho mella en los aliados europeos, en su
entendimiento mutuo y por consiguiente en la cimentación de la Unión Europea.
Ocho estados comunitarios han seguido en su aventura medioriental al gran aliado
de ultramar y diez de los ex satélites de la URSS, hoy ya firmantes de la
adhesión a la UE, se han alineado también con Estados Unidos, mientras el eje
París-Berlín, secundado por otros estados menores, rechazaba el unilateralismo
norteamericano.
Por ello, la firma en Atenas del documento por el que los quince miembros de la
UE pasaban a ser veinticinco tuvo un sabor agridulce, de práctica culminación de
su plenitud geográfica pero con hirientes interrogantes en el ambiente. Cuando
la UE está a punto de alcanzar sus límites naturales aparece envuelta en
claroscuros. Precisamente, también en vísperas de que la Convención, creada para
ello, le ofrezca un ambicioso marco institucional.
Demasiado tiempo la Unión Europea ha mantenido su condición de gigante económico
y enano político y militar. La desigualdad en este aspecto con el aliado
norteamericano ha acabado por descoyuntar la supuesta simetría atlantista,
cuando Estados Unidos ha emprendido vigorosas iniciativas propias de más que
dudosa legalidad contra el parecer de algunos de sus aliados de mayor peso.
Que el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, llegue a amenazar a
Francia con que pagará las consecuencias de haber
intentado obstaculizar la empresa iraquí de EE.UU. y que en Washington se hable
de excluir a Francia de la facultad de tomar decisiones militares en la Alianza,
colocan a ésta ante la posibilidad de su fin, por lo menos tal como fue
concebida. Con una Francia inaceptablemente marginada, la OTAN no sería la misma
Alianza. Y esto afectaría también a la cohesión de la UE, precisamente cuando
está llegando al momento de su ampliación continental.
La guerra contra Iraq ha colocado en una situación crítica las relaciones
intereuropeas y de Europa respecto a Estados Unidos. Ahora, la Administración
Bush se expresa respecto a Francia con el inaceptable lenguaje de pocos
miramientos diplomáticos a que nos tiene acostumbrados desde hace un tiempo,
mientras que París da indicios de buscar la reconciliación. Sería apropiado que
la hubiera, porque es necesaria para la buena andadura de la misma integración
europea. ¿Es esto lo que la Casa Blanca pretende impedir?
Establecer el sólido soporte de una identidad común europea es imprescindible
para su proyección exterior, el “espíritu de identidad” que Romano Prodi creyó
adivinar en el acto de ampliación de la UE, pese a las horas turbias de la
guerra de Iraq. Una identidad que debería incidir cada vez con mayor solvencia
en la UE, precisamente, cuando por su ampliación toca a sus extremos límites
geográficos y, precisamente, cuando eso la sitúa en la vecindad de áreas ajenas
con las que deberá tener fronteras necesariamente permeables.
La UE de veinticinco miembros limitará con Rusia por el este y Chipre y Malta la
acabarán de acercar al Mediterráneo meridional. La UE tendrá, pues, un perímetro
externo próximo del que ya ahora no puede desentenderse: los países árabes del
norte de África y de la costa occidental mediterránea, justamente puntos
calientes de la conflictividad que tensa la expansiva acción política,
diplomática y militar de Estados Unidos.
Es decir, que la UE avanza sus peones en el tablero en que está moviendo sus
piezas maestras Estados Unidos. Las áreas donde se va a decidir el más cercano
futuro geoestratégico mundial. Piénsese en Israel, en Palestina, en Siria. Y el
caso aparte de Turquía, miembro de la OTAN, ligada con vínculos especiales a la
UE y aspirante a la plena integración comunitaria. ¿Puede la UE inhibirse ante
el salto global norteamericano? ¿Ha de fortalecer una política de valores
propios al entrar en esta dimensión foránea pero cada vez más cercana o ha de
limitar su presencia en ese mundo, donde también se juega su propio futuro, y
dejar que Estados Unidos utilice allí todos los recursos de su poder?
Una UE ampliada no podrá mantenerse al margen o sin una política exterior
verdaderamente común. Y si lo hace, o no se dota de los instrumentos necesarios
para tener una voz propia en las áreas donde Estados Unidos se comporta con
tanta desenvoltura, acabará siendo amenazada en su propia identidad, en su
auténtica integración. Así pues, se le plantea a la UE el dilema de aceptar
sumisamente la primacía norteamericana, de buscar algún tipo de
complementariedad negociada con Estados Unidos o aportar un código propio de
propuestas y de maneras de hacer, lo cual exige no solamente la creación de la
fuerza militar adecuada, sino la concertación de criterios de la que por ahora
está muy alejada. Lo ocurrido respecto a Iraq es una advertencia. Désele la
forma que se quiera a la UE, pero habrá de atenerse a las consecuencias si no
entiende la profundidad del aviso.