EL IRAQ QUE ENCUBRÍA SADDAM

 

 Artículo de CARLOS NADAL -  en “La Vanguardia” del  07/03/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)



La guerra y ocupación de Iraq y el terrorismo posterior dan de pronto un enorme salto cualitativo de posibles incalculables dimensiones históricas. En el conflicto palestino es posible remontarse a 1948 con la creación del Estado de Israel y, si vamos a su raíz, incluso al año 70 después de Jesucristo, con la gran diáspora judía de lo que era su propia tierra. Ahora, en Iraq la vuelta al pasado nos remite al año 680 de nuestra era, cuando la derrota y muerte en la batalla de Karbala del iman Hussein, nieto de Mahoma, consolidó el gran cisma del islam: chiismo contra sunismo. Hoy, las ciudades santas vuelven a encender los ánimos, a polarizar pasiones contradictorias. Karbala y Najaf en Iraq, Qom en Irán por una parte, por la otra La Meca y Medina en Arabia Saudí.

Y ocurre así justamente cuando los norteamericanos han ocupado Iraq, dicen que con el propósito de establecer allí un régimen democrático. El más sangriento atentado perpetrado desde la presencia militar estadounidense, el pasado martes, ya no ha sido contra las fuerzas ocupantes. Ni siquiera contra las delegaciones de la ONU y de la Cruz Roja. Tampoco encaminado a impedir que iraquíes necesitados de salir de la miseria se enrolen en la nueva policía autóctona. El objetivo ha sido esta vez el corazón espiritual de los chiitas iraquíes en el curso de sus días más santos, la Achura o expiación para conmemorar con procesiones de disciplinantes la funesta jornada en que la cabeza seccionada del iman Hussein fue mostrada por sus vencedores suníes partidarios del califa Yazid en la punta de una lanza.

La derrota y apresamiento del tirano Saddam Hussein ha destapado una realidad que su feroz dictadura tenía sofocada bajo la represión. E Iraq muestra ahora su verdadera faz. El gobierno oficialmente laico del Baas era detentado sistemáticamente por clanes suníes a costa de una implacable opresión contra las poblaciones minoritaria kurda del norte y la mayoritaria chiita que representa un sesenta por ciento de la población del país. Y por primera vez en treinta años estos chiitas en mayoría pueden organizarse, asociarse públicamente, manifestar abiertamente en la calles y plazas de las ciudades el día del dolor. Sus líderes religiosos, como los ayatolás Hakim o Sistani encabezan a sus gentes, a los fieles. Pero son víctimas de agresiones procedentes... ¿de quién?, ¿compatriotas iraquíes de obediencia suní, ex partidarios de Saddam o, según varias fuentes, militantes de Al Qaeda, talibán huidos de Afaganistán?

Cada vez va teniendo menos sentido los distingos políticos sobre si los atentados deben considerarse terrorismo o resistencia contra el invasor. Coinciden, efectivamente, en el propósito de desbaratar los proyectos norteamericanos, de hacer impracticable la normalidad y la paz. Los atentados del martes se produjeron, no por casualidad, en la jornada en que se iba a firmar el proyecto de Constitución para el país. El primer paso para la creación de un autogobierno democrático al que fuera posible traspasar los poderes y así facilitar la retirada de las fuerzas de ocupación. Pero las desavenencias sobre el reparto de poder entre chiitas, suníes y kurdos obligaron a aplazar el acto de la signatura constitucional, y la perspectiva de la evacuación norteamericana se transforma en lo más cercano a una ilusión. Pero el brutal atentado contra los fieles chiitas es puro y duro terrorismo contra gente del país.

Asoma en el horizonte la amenaza de guerra civil. Los dirigentes religiosos chiitas intentan evitar esta conclusión. Culpan a los norteamericanos de no impedir los atentados. Incluso de servirse de ellos para prologar su presencia militar en Iraq. Pero lo que se les viene encima no admite estas socorridas interpretaciones. En Iraq se ha destapado algo mucho más de fondo. Ha habido desde el 2003 una larga lista de atentados contra chiitas. Entre los de mayor relieve, el estallido del coche bomba contra la mezquita chiita del imán Ali en Najaf y el asesinato del ayatolá Mohamed Baqer Al Hakim. Y se produjeron atentados contra chiitas el mismo martes pasado en la ciudad pakistaní de Queta (42 muertos) y en la capital afgana, Kabul.

Donde el Gobierno norteamericano preveía una plataforma de expansión de la democracia en Oriente Medio, se ha producido una enorme explosión capaz de incendiar con llamas de viejas y recientes querellas religiosas al mundo musulmán. Bush reaccionó ante los atentados del martes con palabras que parecen pronunciadas por un sonámbulo: “Se trata de gestos desesperados, pero la democracia va a prevalecer”.

¡Democracia! Estamos hablando de creyentes mártires, de suníes y chiitas, de ortodoxias y heterodoxias, de cuestiones de fe, de desgarramientos hondos y muy antiguos. El dirigente espiritual y político del movimiento Hezbollah de los chiitas libaneses no se llama a engaño. Dice: “Si se confirmara que los atentados son provocados por la CIA y el Mossad, sería un consuelo”. Pero acusa a “grupos fanáticos, oscurantistas, esclerotizados, que viven en la edad media y no tienen ni razón ni corazón ni ética, y que pretenden pertenecer al islam”. Y añade: “Son fanáticos, rechazados por la ‘umma’”, la comunidad musulmana.

Sí. Es la “umma” lo que está en juego. Porque chiita es el régimen teocrático de un Irán de abrumadora mayoría de fieles de esta secta. Un régimen iraní que acaba de proceder a la involución hacia los orígenes fundamentalistas islámicos forzada desde la cúspide clerical. Y que, vecino de Iraq, tiene contactos muy directos con sus hermanos de fe en dicho país, que lo son en más de un sesenta por ciento. Así como los azeríes en un 65, en un 20 los pakistaníes y un 15 los habitantes de Afganistán.

Quienes atentan contra los chiitas pueden ser de Al Qaeda, según la versión predominante en el Gobierno Bush, seguidores del Bin Laden sobre cuyos pasos los norteamericanos van afanosamente. Los calificados de wahabitas porque son en gran parte procedentes de Arabia Saudí, donde esta secta musulmana radical es la religión oficial de la monarquía, en abierta contradicción con la corrupción y el pro americanismo oportunista de la casa reinante.

Al Qaeda o esta y otros grupos cualquiera que operen en la misma dirección buscan dinamitar la presencia y propósitos norteamericanos haciendo imposible todo arreglo propiciado por ellos en Iraq. Y sin duda van más allá, con el intento de desestabilizar desde la base, la cuestión religiosa, a todos lo gobiernos del golfo Pérsico y de Oriente Medio. Llegados a este punto crucial, impedirlo ya no depende tanto de Estados Unidos, la Unión Europea o la posible intervención de la ONU cuanto de que prevalezca la sensatez entre los distintos componentes religiosos o étnicos iraquíes y, en general que la “umma” sea de verdad un poderoso medio aglutinador.

Siempre se ha dicho que el fin último de Al Qaeda era acabar con el régimen saudí. Probablemente el objetivo es más ambicioso. Crear un estado general de revuelta en el mundo árabe. Derrocar a los regímenes pro americanos y recomponer la “umma” sobre los cimientos del fundamentalismo islamista antioccidental.