BUSH HA PERDIDO LA GUERRA EN IRAK
Artículo
de Sami
Nair en "El
País" del 1-12-03.
Sami Nair es
eurodiputado y profesor invitado de la Universidad Carlos III. Su libro El
imperio frente a la diversidad del mundo
acaba de ser publicado por la editorial Areté. Traducción de News Clips
Cada
día, la lista de muertos se alarga en Irak. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí? Al
principio hubo la mentira de Estado. Estados Unidos y sus aliados
(principalmente los Gobiernos de Gran Bretaña y España) quisieron manipular al
mundo al hacer creer que Irak disponía de "armas de destrucción
masiva". Los inspectores de la ONU enviados a Irak no encontraron nada. En
consecuencia, el Consejo de Seguridad se negó a avalar la guerra que Estados
Unidos quería desencadenar. Éste no lo tuvo en cuenta. Con Gran Bretaña, ha
violado la legalidad internacional, pisoteado a la ONU y despreciado a la
opinión pública mundial que clamaba su rechazo a la guerra. Desde entonces,
España ha pagado con muertos su participación en esta agresión, al igual que
Italia, Gran Bretaña y todos los demás. Mientras tanto, Estados Unidos se ha
apoderado de las riquezas de Irak, incluida una parte de aquellas que, situadas
en las cuentas del embargo de la ONU en el marco del programa Petróleo por
Alimentos, sirven para paliar las necesidades elementales de los iraquíes: en
efecto, Estados Unidos solicitó el pago de dichos fondos, alegando la necesaria
"reconstrucción de Irak", sin que su utilización pueda ser objeto de
ningún control. Han "asegurado" los pozos petrolíferos; han ofrecido
a las compañías privadas el "mercado" iraquí: carreteras, puentes,
edificios, materiales de toda clase, licencia de telecomunicaciones, todo está
entre sus manos. Las empresas estadounidenses que se reparten el botín de la
"reconstrucción", por el momento 8.000 millones de dólares,
pertenecen, según la periodista estadounidense Rosa Townsend, a una verdadera
"fraternidad", una especie de logia oculta cuyas conexiones con el
Gobierno de Bush son sumamente estrechas. La más importante es la Science
Application Internacional Corporation (SAIC). También es la más misteriosa:
todos sus contratos son secretos. Trabaja con el Pentágono, la CIA y otros
organismos de seguridad. Esta compañía secreta ha obtenido de Donald Rumsfeld
el contrato para proponer un "Gobierno y una Administración" en Irak,
la creación de una red de medios de comunicación de masas, el entrenamiento del
ejército y otros muchos proyectos mantenidos en secreto. Esta empresa, como
muchas de aquellas que han obtenido contratos "iraquíes", contribuye
a financiar, claro está, la campaña electoral de los republicanos y de Bush.
Este rapto de la ocupación por las empresas privadas estadounidenses ofusca
hasta a los servidores más dóciles de EE UU: algunos medios empresariales
británicos protestan ante tamaña voracidad. Pero Bush, Cheney y Rumsfeld son
los amos. Y se sirven.
Se
analice como se analice la cuestión, siempre se llega a la misma conclusión: se
trata realmente de una invasión colonial enmascarada, como en el siglo XIX, con
la retórica de la defensa de la civilización. A ello se añade hoy, para parecer
moderno, los derechos humanos frente al malvado Sadam Husein. El método es el
mismo: establecimiento de un poder iraquí fantoche, formado por hombres
transportados en los furgones del ejército estadounidense. Y estos hombres, al
ser ilegítimos, viven en el terror, a la sombra de una protección
estadounidense cada vez más incierta. Incapaces de gobernar, recurren a la
corrupción, tratan de dividir las confesiones, pero lo único que consiguen es
oponerse unos a otros. El resultado es que el pueblo iraquí, que no lloró el
final del régimen de Sadam Husein, no cree en EE UU. Esto es lo más importante:
los iraquíes se han vuelto rápidamente, mucho más rápido de lo previsto, contra
los estadounidenses. Y en un periodo de seis meses se ha formado la
resistencia. Nadie sabe quién la compone, cómo funciona, cuándo va a golpear,
pero todo el mundo comprende lo que quiere: la marcha de las tropas de
ocupación. Irak no es Bosnia, ni Afganistán, ni Palestina. Irak es una nación
que tiene una vida propia, más allá de las etnias y de las confesiones que la
componen. Es el sentimiento nacional iraquí el que ha sido humillado. Es él
quien se venga ahora. Entre "una democracia" bajo ocupación
extranjera y su dignidad nacional, al parecer los iraquíes han elegido. Es la
principal victoria de los adversarios de la invasión anglo-estadounidense. Es
también una victoria para Sadam Husein, que, transformado en guerrillero
invisible, se reconstruye un destino de liberador. Pero, ¿quién es el
responsable, salvo el propio Estados Unidos?
Estados
Unidos no conoce el mundo árabe-musulmán. Lo ve a través de la sumisión
consentidora de los regímenes árabes, no comprende que en Bagdad, en Basora o
en Nasiriya, todos los pueblos musulmanes aplauden los atentados, se alegran de
las explosiones y aguardan con júbilo el recuento de las próximas víctimas. No
se viola impunemente el derecho internacional. En EE UU ya se habla francamente
del "atolladero" iraquí. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld,
habla de una guerra larga. La CIA, en un informe secreto, del que se publicaron
algunos extractos el 12 de noviembre en el Philadelphia Inquirer,
confirma que la situación es muy grave para las tropas de ocupación: decenas de
miles de iraquíes se han unido a la resistencia, toda acción de envergadura del
ejército de ocupación genera un rechazo por parte de la población, las
fronteras son imposibles de controlar y los combatientes llegan de todas
partes. Irak se ha convertido en un territorio de fusión entre nacionalistas
laicos, baazistas e islamistas (integristas o no). Es la alianza entre la
nación y la religión. Desde comienzos del siglo XX, nadie en el mundo árabe había
conseguido unir estas dos corrientes; Estados Unidos lo logra. Ha conseguido
unir contra sí mismo a unos adversarios a los que todo oponía desde hace
décadas.
La
guerra, que no tuvo lugar cuando los estadounidenses bombardeaban desde sus
aviones, ha comenzado ahora en tierra. Los iraquíes se pegan a las tropas de
ocupación, les "cogen por la cintura". Los aviones son impotentes. Ya
han muerto muchos jóvenes soldados inocentes, y otros correrán la misma suerte.
La moral de los ocupantes está en el punto más bajo. Se producen deserciones.
Pero los Gobiernos de ocupación prosiguen, como de costumbre, haciendo creer
que ganarán, olvidando la muerte, cada día, de sus ciudadanos. Pero la trampa
ya se ha cerrado sobre el Gobierno de Bush. Las próximas elecciones
presidenciales no parecen muy prometedoras. Bush creía presentarse como
"libertador" de Irak, como héroe de la seguridad y la paz
internacionales, pero en realidad interpretará el papel de perro apaleado. La
salida que ha encontrado, queconsiste en preparar la devolución del poder a los
iraquíes, es decir, a 'sus' iraquíes, antes de junio de 2004 es una cortina de
humo. No tendrá más éxito que sus otros intentos. Es demasiado tarde:
los estadounidenses no pueden transmitir ninguna fuerza política creíble ya que
todo lo que procede de ellos adolece de ilegitimidad congénita en opinión de
una parte cada vez mayor de la población. La prueba está allí: los
estadounidenses han perdido la guerra que provocaron al violar la legalidad
internacional. Nadie en Irak aceptará una solución que proceda de EE UU o de
sus aliados. Y si algunos la aceptasen, siempre habrá suficientes grupos para
oponerse a ella. Pero lo más difícil de afrontar es lo que vendrá después de la
derrota estadounidense: la victoria ineludible de una coalición
islámico-nacionalista en Irak, cuyo ejemplo será temible para toda la región,
en especial para Oriente Próximo y el Asia musulmana. Arabia Saudí, Jordania,
Palestina, Siria y Egipto se verán afectadas. Será una
onda de choque devastadora que estructurará la oposición a EE UU durante al
menos una generación. Y esta coalición islámico-nacionalista se convertirá en
una solución ineludible para los propios iraquíes: será la única forma de
evitar una guerra civil generalizada. Los estadounidenses recurren hoy, fuera
de la ONU, a la comunidad internacional. Pero sólo la ONU, dotada de un mandato
claro, puede actuar. Deben respetarse tres condiciones. En primer lugar, EE UU
y sus aliados deben retirarse militarmente. Mientras permanezcan allí no habrá paz.
Deben ante todo someter sus tropas a un mando de la ONU. En segundo lugar,
deben aceptar, ya mismo, el establecimiento de un gobierno provisional
que represente todas las sensibilidades iraquíes. Este gobierno debe ser
representativo, lo que implica que los baazistas deben formar parte de él. En
tercer lugar, las principales potencias mundiales representadas en el Consejo
de Seguridad deben hacerse cargo de la cuestión iraquí y obligar a Bush, antes
de las elecciones presidenciales, a someterse a la legalidad internacional.
Harán por fin lo que no pudieron hacer en abril de 2002. Harán triunfar la ley
internacional. Y esto implica que los países ocupantes asuman sus
responsabilidades: han invadido Irak y deben pagar económicamente la
reconstrucción. Los estadounidenses pueden también, a costa de grandes
pérdidas, permanecer en Irak como en Vietnam, donde se quedaron hasta 1975,
aunque la guerra estuviera perdida desde 1965. En Irak también han perdido ya.
El papel de la ONU es ayudarles a marcharse rápidamente: los civiles iraquíes
son los que pagan; lo que está en juego es la estabilidad regional. Lo mejor
sería que el pueblo estadounidense librase al mundo del equipo de Bush en las
próximas elecciones. Pero lo mejor no siempre es posible. Sólo una actitud
firme por parte de los que se opusieron a la guerra puede obligar a Bush a
revisar sus planes. Irak ya no es una cuestión del todo estadounidense. Hay que
ayudar al pueblo iraquí a encontrar una solución iraquí a la tormenta en la que
lo han sumido Bush y sus secuaces.