GUERRA A LA VISTA

  Artículo de FERNANDO ÓNEGA  en “La Vanguardia” del 16.09.2003

 

Temblad, gente guapa: dicen que vuelve el guerrismo. Varios cronistas han pegado el oído a los raíles del tren socialista y oyen ese ruido, que tanto espanta a burgueses. Ven a su cabeza visible al frente de la lista de Sevilla. Leen que Matilde Fernández puede tener mando en Madrid. Oyen que se retira Felipe, y sale el diagnóstico: el odiado, vilipendiado, temido, admirado Alfonso Guerra vuelve a inspirar al socialismo.

¡No puede ser!, exclaman los escépticos. La resurrección de los muertos es imposible en política. Y, además, el guerrismo, si existió, nunca se ha ido. ¿No es guerrista Rodríguez Ibarra, y sigue ganando por mayoría absoluta? ¿No lo es Paco Vázquez? Yo creo que si la palabra “guerrista” estuviese en el diccionario, se habría quedado reducida a una acepción: amigo de Alfonso Guerra, sin significación ideológica. El guerrismo, como ideología, existió cuando tenía sentido convocar a los “descamisados”, al estilo peronista. Tuvo razón de ser cuando el PSOE pretendía ser “el partido de los pobres”. Tuvo vigencia cuando el socialismo gobernante necesitaba una ala izquierda para no perder su identidad frente a la orgía de pragmatismo de sus ministros. Y alcanzó atractivo dialéctico como azote de la derecha.

Hoy no quedan descamisados y los que quedan son, por lógica, esos que Aznar llama “comunistas”. Los pobres, como masa, se han convertido en una clase media que mira las cotizaciones de bolsa. Y en cuanto a los mandobles dialécticos, son repartidos con igual eficacia por un personaje tan andaluz como Alfonso Guerra, que se llama Javier Arenas, y por un señor tan serio como José María Aznar. Por eso, guerrista, lo que se dice guerrista, ya no lo puede ser ni Alfonso Guerra.

¿Qué se teme, por tanto, de esta supuesta resurrección? Hombre, se teme lo que tiene de antiguo: la gente tiene derecho a esperar algo más moderno de Rodríguez Zapatero. Se teme lo que tiene de agotamiento de equipos, y deben de ser escasos, porque hay que volver a lo ya conocido. Se teme que, con estos mimbres, sea imposible una auténtica renovación. Y, por último, hay muchos que no tienen miedo, tienen pánico a la boca de Alfonso Guerra. Lo quieren callado, porque un solo apodo salido de su boca puede tener más influencia que toda una campaña electoral.