¿DEBE LA POLÍTICA ESTAR REGIDA POR LA MORAL?



Artículo de ANDRÉS ORTEGA en "El País" del 15-12-02

DEBATE EN VIENA SOBRE LA FALTA DE VALORES UNIVERSALES Y LA DIMENSIÓN ÉTICA DE LA ACCIÓN PÚBLICA

 

Moralidad y política son términos que parecen casar mal en tiempos en los que abunda la corrupción y vuelven a sonar los tambores de la guerra, que en demasiadas partes del mundo nunca se silenciaron. La cuestión es si la moralidad debe dejarse a un lado de la acción política, y en particular de la política exterior. En general, los políticos y los diplomáticos participantes en el debate sobre esta peliaguda cuestión organizado en Viena por el Instituto de Ciencias Sociales y la organización periodística Project Syndicate hablan en términos nada exentos de cinismo. Así, el primer ministro austriaco, Wolfgang Schüssel, se llevó la palma cuando, casi con admiración, habló de Talleyrand como un político "que traicionó a todos a los que sirvió, pero nunca traicionó a Francia".

Sorprende que en una de las mesas participara Julia Tymoshenko, no por ser la jefa de la oposición en Ucrania -país que dista de entrar siquiera en la categoría de transición a la democracia-, sino porque está, con su marido, acusada de corrupción, lo que no deja de tener una dimensión política, pero también moral. Cubierta de pieles, pudo afirmar que "el dinero es inmoral" y que a los corruptos no se les puede pedir que cambien "como un caníbal no se puede volver vegetariano", afirmación disputada por un irritado periodista africano.

Para el ex ministro conservador británico Michael Howard, "la moralidad no sirve de guía" para la política, pues, por ejemplo, "el objetivo moral de la preservación de puestos de trabajo puede impedir la creación de empleos". Desde este punto de vista, la crisis con Irak, a diferencia de la guerra de Kosovo, "es una cuestión práctica", y "los que creen que es una cuestión moral están profundamente equivocados". No es una opinión compartida por Bronislaw Geremek, que no está por la Realpolitik, aunque tras alertar contra las utopías -ha sobrevivido a la soviética- reconoce "no haber encontrado un camino para un enfoque más moral". Para el histórico dirigente y ex ministro de Asuntos Exteriores polaco, el principio de la soberanía debe volverse a definir ante la "desintegración del orden de Westfalia".

El retorno de la religión

El filósofo de la política John Gray considera que la política exterior debe servir valores universales, pero que a veces esos valores universales entran en conflicto entre sí. Además, Gray ve pocos valores o derechos realmente universales. En su opinión, lo son, por ejemplo, el derecho a la vida, a no ser humillado, o no sufrir de desnutrición en la infancia, que deja secuelas permanentes. El debate sobre política y valores se ve complicado, según Gray, por dos retornos y un cambio: 1) el retorno de la geopolítica (ante la escasez de recursos y la competencia por necesidades vitales, como petróleo); 2) el regreso de la religión y los conflictos religiosos "que permanecerán" y ponen de manifiesto "el fracaso de la secularización generalizada" que anunciaran Saint Simon, Marx o Comte. Pues la secularización sólo se da en algunas parte de Europa, pero no en EE UU, ni en China o la India, por ejemplo), y 3) la "metamorfosis de la guerra", que ya no se libra sólo ni principalmente entre Estados, y hace más difícil no ya el acto bélico, sino poder declarar la paz. "¿Cómo se declara la paz con algo amorfo" (como Al Qaeda). Para Gray, "la violencia organizada se privatiza y elude el control de los Estados", y "la violencia privatizada a escala mundial es terrorismo". Lo que lleva a una mayor preocupación con la seguridad que con la libertad, a través del "Estado de vigilancia" (Surveillance State).

La moralidad pública no se debe limitar a la política. También las empresas, las grandes corporaciones, aunque sean privadas, actúan en una esfera pública, y, según Joseph Stiglitz, "deberían estar sujetas a un control público". A este respecto, el premio Nobel de Economía cita el ejemplo de la petrolera British Petroleum que decidió hacer públicos todos sus pagos a Angola, lo que puso de manifiesto una importante diferencia entre lo que BP pagaba a ese Gobierno y lo que éste declaraba haber recibido. Sin embargo, ninguna otra de las grandes empresas de petróleo siguió este ejemplo.

Para Stiglitz, la moralidad resultaba útil para que la gente viviera junta, en comunidad. Ahora la existencia de una "comunidad global" hace necesaria una "moralidad global" que lleve a "lo contrario" de la ronda Uruguay de liberalización comercial, que tuvo un "alto grado de inmoralidad". Las consecuencias, según el ex vicepresidente del Banco Mundial, han sido severas: los ingresos del África subsahariana se han reducido en un 2%, y el desempleo global ha crecido en un 3%. En parte es también una consecuencia de la guerra fría, durante la cual Occidente "compró amistades" en forma de préstamos que acaban en cuentas en bancos suizos o chipriotas de dirigentes corruptos, pero que ahora los países receptores se ven obligados a devolver.

Los actos morales, con la mejor de las intenciones, pueden llevar a situaciones inmorales. Es lo que, para Stiglitz, ha ocurrido con la reducción de los tipos de interés, pues uno de sus resultados, en EE UU y en otras partes, ha sido encarecer sobremanera los bienes inmobiliarios. O con la inmigración. Pues los pobres que entran en los países ricos se benefician, pero a la vez hacen caer los salarios de la mano de obra no cualificada del país de entrada, generando pobreza entre los sectores más bajos de su sociedad. Tanto Stiglitz como Ruud Lubbers, ex primer ministro holandés y alto comisionado de ACNUR (la Agencia de la ONU para los Refugiados), creen en la necesidad de instituciones internacionales, especialmente cuando, tras el 11-S, en vez de ayudas a las personas que huyen de las guerras o de regímenes opresores, se les impide la entrada en nuestros países.

Quizá ante el embate de la globalización, una buena respuesta sea la integración europea. Para Noelle Lenoir, ministra francesa de Asuntos Europeos, "los antiglobalizadores no están completamente equivocados", y "cuando los problemas son transnacionales, las soluciones deben ser trasnacionales". La ampliación de la UE va a contribuir a extender al Este democracia, libertad y seguridad.

Democracia y derecho

Hay problemas nuevos, como el que genera el debate sobre las células madre, que rebasan la capacidad de los Parlamentos en democracia, y que quizá necesiten para resolverlos input externos, como un consejo moral, según el sociólogo y miembro de la Cámara de los Lores británica lord Dahrendorf. Para éste, la democracia "permite el cambio sin violencia", pero "no es un conjunto de instituciones morales, sino prácticas". Puede haber límites morales a lo que la democracia puede conseguir. Según Dahrendorf, la moralidad está más en la rule of law (que se suele traducir por Estado de derecho, aunque él prefiere no hablar de "Estado") que en la propia democracia. Para Dahrendorf, hay tres requisitos para que esto sea posible: confianza (relación entre gente y ley), mecanismos efectivos para aplicar la ley, y un poder judicial independiente e incorruptible. Para él, la sharia, la ley musulmana, no es rule of law, entre otras cosas "porque reivindica legitimidad no de abajo, sino religiosa". Y "la ley debe estar separada de la religión y basada en la soberanía popular. Ése es un problema con todos los fundamentalismos, no sólo el islam".

La politóloga estadounidense Amy Gutman es de otra opinión, al considerar que la democracia es moral en sí, especialmente al imponer la igualdad de la mujer. Cita como ejemplo de inmoralidad la pena de muerte. E inmoralidad de la defensa de ella que hizo un senador de EE UU al preguntarse que, sin pena de muerte, ¿dónde estaría hoy el cristianismo?: "Jesucristo se hubiera librado con 10 o 15 años por buena conducta".