LOS CRÍMENES DE OSLO

 

Artículo de AMOS OZ  en  “El País” del 11.06.2003

 

Amos Oz es escritor israelí. Traducción de News Clips. © Amos Oz, 2003.

 

El verdadero liderazgo se manifiesta no sólo en las "decisiones valientes" y en las "acciones audaces". El liderazgo se manifiesta ante todo en la voluntad de los líderes de provocar un cambio de parecer entre sus partidarios y entre sus pueblos. Ejemplos que vienen al caso son el de Charles de Gaulle, quien, en completa contradicción con la actitud de generaciones, persuadió a sus conciudadanos de las ventajas de abandonar las colonias de ultramar; David Ben-Gurion, quien una vez y otra enseñó a sus conciudadanos los límites del poder; Menahem Begin, que mostró a sus enfurecidos seguidores que la paz era más importante que los territorios; y su homólogo Anuar el Sadat, que mostró a los egipcios que la paz era más importante que la venganza. ¿Están Ariel Sharon y Mahmoud Abbas, como líderes, hechos de la misma pasta que todos estos? ¿Tienen la capacidad de reprogramar el corazón y la mente de sus conciudadanos? ¿Tienen verdaderamente la intención de procurar cambiar el panorama emocional y remodelar los patrones de pensamiento fijados? Es difícil saberlo. Mientras tanto, como es habitual, Hamás y los Kahanistas, la Yihad Islámica y los principales secuaces judíos, están enloqueciendo de furia, amenazando al unísono con destruir y erradicar, a cualquier precio, la "deshonrosa traición de Áqaba". Todos ellos prometen seguir hasta que la amenaza de la paz haya pasado. Todos exigen de sus heridos y asustados pueblos que no olviden "las lecciones de Oslo", es decir, la traición del bando contrario.

En realidad, todos tienen algo de razón: antes de disponernos a seguir la senda de Áqaba, vale realmente la pena pararnos a examinar los chascos de Oslo: nuestra enfurecida derecha, la derecha que clama incesantemente por el "desastre de Oslo", y que exige que sus "criminales" -es decir, los negociadores israelíes- sean juzgados; la derecha que ve los ríos de sangre vertidos desde la firma de los acuerdos de Oslo como prueba de que los palestinos nos han engañado; la derecha que llega a la conclusión de que no se debe hacer la paz con esos "rufianes" y que debe seguir la guerra total. Entre los palestinos hay demasiados que han llegado a la misma conclusión, pero a la inversa: Israel fue a Oslo con el objetivo de defraudarnos y despojarnos. ¿Fueron los acuerdos de Oslo buenos o malos? ¿Razonables, o absurdos y llenos de lagunas? En realidad, no hay forma de saberlo, porque ninguno de los bandos los cumplió, ni siquiera por un instante. El acuerdo de Oslo nació como hijo no deseado. Lo maltrataron sus dos progenitores desde el momento mismo en que vino al mundo.

Arafat y su banda utilizaron Oslo como trampolín para entrar en Ramala y en Gaza, llevando con ellos el concepto "salami" de la liquidación gradual de Israel, la incitación a continuar la yihad y un escudo para la aparición de la infraestructura terrorista. Pero tampoco las manos israelíes están limpias: durante los diez años de Oslo, bajo los Gobiernos de Rabin y Peres, Netanayahu y Barak y Sharon, los asentamientos se multiplicaron. Israel dio a entender a los palestinos que, por lo que a él se refería, los acuerdos de Oslo eran un sutil método para proseguir su ocupación de los territorios palestinos. Israel fue a Oslo para decirles a los palestinos algo como: hasta ahora, hemos hecho la guerra y saqueado vuestras tierras, y vosotros nos habéis matado. Pero desde el día de la firma de los acuerdos de Oslo, pasemos página: vosotros dejáis de matarnos y no interferís con nuestra continua rapiña de vuestro territorio, hasta que finalmente no os dejemos nada.

Por consiguiente, podemos encontrar a los verdaderos "criminales de Oslo" en ambos bandos: son todos aquellos que hablaron de compromiso histórico pero que en realidad siguieron luchando por sojuzgar al contrario. De modo que las lecciones de Oslo son más sencillas y mucho más punzantes de lo que los incitadores y los demagogos de ambos bandos pretenden hacernos creer: la paz exige -además de habilidad, astucia, precaución y sutileza- una enorme cantidad de buena fe. Sólo aquel que acepta verdaderamente e interioriza verdaderamente el hecho de que este diminuto territorio es la única patria de dos pueblos heridos, él y sólo él podrá iniciar el largo camino hacia la curación y la recuperación.