EL ANTIDOTO
Artículo de AMOS OZ, escritor israelí, en “La Vanguardia” del 21.09.2003
El atentado
suicida contra la sede de la ONU en Bagdad y el asesinato suicida que se
perpetró en Jerusalén contra un autobús lleno de familias y niños pequeños que
regresaban de orar tuvieron lugar con tan sólo cinco horas de diferencia. Cada
uno se cobró unas 20 vidas, además de un centenar de heridos.
Todavía no se sabe quién llevó a cabo el ataque asesino en Bagdad, pero sí
sabemos con exactitud quién fue el hombre que destruyó ese autobús lleno de
familias en Jerusalén.
Se llamaba Raad Abd El Hamis Mask y era de Hebrón. No era el adolescente de
costumbre, pobre, analfabeto y con el cerebro lavado. No. De hecho, era más bien
uno de los que se encargan de esos lavados de cerebro: un alto clérigo, un imán
de una de las mezquitas más prominentes de Hebrón, que también era profesor de
religión en un instituto. Estos dos crímenes no fueron orquestados por el mismo
cerebro, pero tienen muchísimo en común: una fuerza que fue descrita una vez por
Salman Rushdie como “islamismo paranoico” ha intervenido en ambos casos. Ese
mismo fenómeno se esconde probablemente tras el hecho de que, de entre unos 28
conflictos violentos que existen en la actualidad por todo el mundo, no menos de
25 cuentan con al menos un bando islamista: desde Indonesia hasta Cachemira,
desde Sudán hasta Chechenia, desde Oriente Medio hasta el norte de África.
El islamismo paranoico sostiene que “la modernidad”, u “Occidente”, o “los
judíos”, o “las superpotencias”, o incluso “la comunidad internacional al
completo”, conspiran para erradicar el islamismo y, por lo tanto, los verdaderos
creyentes deben adelantarse a ello mediante el exterminio de todos sus
enemigos... y, a ojos de esos paranoicos, prácticamente todas las personas del
mundo son enemigos mortales.
El islamismo paranoico se ha convertido en el peor enemigo de la civilización
musulmana misma, un enemigo de sus valores, de su patrimonio y de su ancestral
tradición de tolerancia y sabiduría. Este extremismo patriotero ha llegado a
representar la mayor amenaza para la cultura de los árabes en general y para
casi toda estructura política árabe en especial. De forma irónica, una mezcla en
cierto modo similar de paranoia y patriotismo agresivo está amenazando también
al Israel judío desde su interior. Determinadas sociedades cristianas podrían no
ser tampoco inmunes.
Este mal sangriento no puede aplastarse simplemente por la fuerza. Para
domeñarlo no basta un gran bastón; es necesario curarlo.
En mi opinión, el antídoto para el islamismo demente sólo puede encontrarse
dentro del ámbito del islam moderado y cuerdo (lo mismo vale para otras culturas
que albergan semillas de enajenación interna). No podemos curar la demencia
limitándonos a aplastarla. Lo que debemos hacer es refrendar, apoyar y ante todo
confiar en los elementos sanos, en las mayorías silenciosas, en las fuerzas
pragmáticas que existen en toda sociedad y toda cultura enfermas. En lugar de
amonestar con el dedo al islam como tal, a los judíos o a “Occidente”,
busquemos, encontremos y reafirmemos los elementos moderados de toda sociedad.
Contribuyamos a que éstos prevalezcan. Contribuyamos a que domeñen y curen las
partes infectadas de sus propias familias.
El problema es que los elementos moderados no suelen poseer el fervor para
defender su moderación contra los fanáticos. Si lo tuvieran, podrían perder
fácilmente su actitud moderada, aunque creo que ha llegado el momento de
combinar fervor y moderación. Aquellos que poseen esa mezcla de moderación y
resolución merecen heredar la Tierra, aunque sólo sea porque nunca han lanzado
una cruzada ni han declarado una “yihad” por ella.
Traducción: Laura Manero