¿QUIEBRA EUROPA?

 

Artículo de  ANA PALACIO. Ministra de Asuntos Exteriores en "ABC" del 3-2-03

LOS últimos diez días, con el desarme de Irak como telón de fondo, han venido marcados por distintos acontecimientos que parecen cuestionar el proyecto europeo. O así lo ha percibido la opinión pública europea, y utilizo esta expresión a conciencia, porque la emergente opinión pública europea se superpone, al interrogarse sobre la supuesta quiebra de Europa, a las opiniones públicas nacionales.

Porque desde el europeísmo convencido, no es fácil leer sin sobresalto la Declaración franco-alemana con ocasión del cuarenta aniversario del Tratado del Elíseo que propugna proyectos que son bienvenidos si se trata de iniciativas en el marco de la Unión, esto es, abiertas a todos y cada uno de los socios europeos, pero que no están exentos de un relente de unilateralismo excluyente frente a las Instituciones comunitarias y otros Estados miembros que llevamos batallando en este terreno desde hace años. Éste es el caso, por ejemplo, de la armonización del Derecho entre Francia y Alemania; o el proyecto de una ciudadanía compartida franco-alemana, que habremos de sopesar con exquisito cuidado para que no afecte negativamente al proyecto común de ciudadanía europea; o la adopción de estrategias bilaterales comunes en foros internacionales, con cita específica del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, obviando cualquier referencia a una concertación con sus socios europeos.

El mismo día, el exabrupto del Secretario de Estado de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, contraponiendo la nueva a la vieja Europa no pudo dejarnos indiferentes a quienes propugnamos más Europa desde la Europa unida, y sabemos que tanto tienen de viejo como de nuevo Praga y París, Berlín, Madrid, Roma o Londres.

Y en este contexto, cinco Estados Miembros actuales de la Unión Europea, y tres que lo serán el año próximo, todos ellos miembros de la OTAN, recordaron en voz de sus Jefes de Estado o de Gobierno la importancia del eje transatlántico en la construcción europea y en el papel que la Europa unida está llamada a jugar en la escena internacional en el siglo XXI.

El reflejo de estos hechos en los medios de comunicación marcó peligrosamente el énfasis en la aparentemente distinta percepción del papel fundamental de la relación entre Europa y Estados Unidos como origen de la quiebra del proyecto europeo. Según este planteamiento, estaríamos ante una alianza franco-alemana excluyente y con voluntad de distanciamiento del eje transatlántico, frente a un grupo de países cuyas prioridades en Europa vendrían dictadas desde Washington. Y es urgente esclarecer esta percepción de fracaso, que en absoluto se corresponde con la realidad.

En primer lugar, los europeos, hoy, tenemos tendencia a razonar sobre el futuro de Europa prescindiendo de la esencia del proceso integrador. Esto es, evitar la posibilidad de un nuevo enfrentamiento en una Europa asolada por los efectos de la última de una sucesión de guerras fratricidas, que con inexorable regularidad han ido marcando durante siglos a todas y cada una de las generaciones de europeos. Y a nadie se le oculta el apoyo fundamental que los Estados Unidos de América dieron en la reconstrucción del continente y en la consolidación de las incipientes Instituciones europeas.

Y asimismo, la impaciencia nos lleva, a menudo, al menosprecio de los logros alcanzados al tiempo que sancionamos como fracaso puro y simple la falta de funcionamiento de una política que todavía se halla en estado embrionario, enfatizando el camino que queda por recorrer. Sin tener en cuenta que una de las características del proceso de construcción europea es que el avance nunca ha estado exento de titubeos, de intentos fallidos de proyectos que sin embargo acaban viendo la luz -de los que el Euro es el mejor ejemplo-, de debates polémicos, y de una cierta decepción ante posiciones comunes que siendo grandes logros son percibidos como insatisfactorios acuerdos de mínimos. Y éste es el caso, muy particularmente, de la declaración sobre Irak suscrita, el pasado día 27, por los cuatro Miembros de la Unión presentes en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (Alemania, España, Francia y Reino Unido), y asumida como propia por el Consejo de Asuntos Generales; esto es, por unanimidad de los Ministros de Asuntos Exteriores de la Unión.

Además, a la hora de juzgar logros y fracasos de la Unión, en política exterior y de defensa, no podemos olvidar que las competencias de las Instituciones de la Unión que establece el vigente Tratado son limitadas, y que esta limitación responde a la lógica de eficacia sobre la que reposa toda la construcción europea. Porque si bien el ciudadano demanda que la voz de Europa se oiga más unida, no por ello está dispuesto a renunciar al mantenimiento de relaciones exteriores privilegiadas que unos y otros Estados miembros han ido construyendo a lo largo de su historia. Así, Reino Unido con los países Commonwealth, los Estados miembros ribereños del Mediterráneo con los países de la orilla sur, o España y Portugal con la comunidad Iberoamericana.

Pese a la dificultad que representa conciliar estas dos exigencias de legitimidad, la Unión Europea viene desarrollando en estos últimos años proyectos que son las primeras realizaciones de una auténtica política exterior y de defensa común. En el conflicto de Oriente próximo, la voz de Europa suena unida, y junto con los Estados Unidos de América, Rusia, y Naciones Unidas, lidera el Cuarteto, única propuesta de paz hoy vigente entre palestinos e israelíes. Por primera vez la iniciativa ha venido de Europa, y su «hoja de ruta» está en el origen del proyecto común. Asimismo, la primera operación de política de defensa común acordada recientemente en Copenhague se materializará con el envío de tropas bajo bandera común de la Unión Europea a Macedonia a partir del mes de marzo.

Hoy los trabajos de la Convención para el futuro de Europa pretenden responder al desafío de imaginar mecanismos que respondan a esta doble exigencia; que preserven la diversidad histórica, cultural e incluso política que hacen la riqueza de Europa al tiempo que avanzan en la proyección de los valores comunes mediante la adaptación de la arquitectura institucional.

Con este objeto, España ha promovido la creación de un Presidente del Consejo Europeo que dará estabilidad y visibilidad en el mundo al órgano que define las grandes orientaciones políticas de la Unión. Este Presidente estará asistido por un Ministro de Asuntos Exteriores de Europa, que será responsable del día a día de las relaciones con terceros Estados. Dicho dispositivo institucional estará apoyado en un proceso de toma de decisiones que combine la eficacia de la mayoría cualificada con la preservación de los intereses vitales de los Estados miembros.

Frente a los debates estériles sobre la supuesta quiebra de Europa, la receta de los padres fundadores sigue siendo válida. Esto es, la infatigable búsqueda de consensos en realizaciones concretas, pequeños pasos que, asumiendo la diversidad, reflejen la inevitabilidad de Europa. Francia y Alemania deben continuar jugando un papel esencial en la Unión con auténticas propuestas de integración, que de ninguna manera pueden prejuzgar ni excluir las aportaciones de otros Estados miembros, ni olvidar el papel que, juntos, Europa y Estados Unidos están llamados a desempeñar en el concierto internacional de Naciones del siglo XXI.