LOS VASCOS Y LA CONSTITUCIÓN: EL PÁJARO PEQUEÑO Y EL GRANDE

Artículo de GREGORIO PECES-BARBA MARTÍNEZ en "El País" del 15-11-02

Gregorio Peces-Barba Martínez es rector de la Universidad Carlos III.

A veces los pueblos, o sus dirigentes, se confunden y caminan hacia su propia perdición. La ceguera es el peor defecto de un político y también de un pueblo o de parte de él si le sigue en el camino del abismo. España necesitaba de un reconocimiento generoso de los hechos diferenciales que los vascos, los catalanes o los gallegos tienen, y que son una realidad incontrovertible. De unas formas o de otras, desde los Reyes Católicos, con los Austrias, con los Borbones y con los pocos espacios republicanos que hemos vivido en nuestra historia, ése ha sido un objetivo permanente. Hacer una unidad fuerte de todos los pueblos de España, más unidos por la historia que separados por los errores de unos y de otros. La idea de la communis patria ha estado más presente que la de la propiae patriae. Hasta el siglo XIX esa figura la representaba la Corona, y a partir de 1812 lo hizo la idea de nación. Incluso en muchas ocasiones la religión católica fue usada también como elemento unificador desde la idea, a mi juicio equivocada, del Estado Iglesia. Entre la tradición republicana que arrancaba de Maquiavelo hasta los imitadores españoles de Bossuet, que pretendían también extraer las lecciones políticas de la Sagrada Escritura, todos los modelos de la unidad han sido ensayados, sin que por otra parte el país se rompiese y estallase en ningún momento, pese a los errores y a los caminos equivocados que se siguieron. Incluso en autores como Feijoo se combate la vertiente particularista con una idea antecedente de lo que Sternberger y Habermas plantearán después de la Segunda Guerra Mundial, el patriotismo constitucional, en una línea republicana que aparece en los libertinos y en autores de la Ilustración como Voltaire, con sus Ideés republicaines, y como Rousseau. En el siglo XIX, las guerras carlistas, la experiencia federalista de la Primera República y la restauración canovista plantearon modelos diferentes, pero siempre para resolver los mismos problemas de la unidad y de la diversidad. La Segunda República, con la idea del Estado Integral, planteó por primera vez la idea de la autonomía regional, tan mal recibida por la derecha, que fue una de las causas del levantamiento militar. En aquel escenario los nacionalistas expresaron también su falta de lealtad con la proclamación del Estat catalá y con las negociaciones vascas con Mussolini, y con su rendición temprana, mucho antes de concluir la guerra.

El franquismo mantuvo el peor de los escenarios posibles en este tema, porque sirvió al centralismo de los modelos más alejados en la historia para la sensibilidad de los hechos diferenciales, el autoritarismo. El desprecio y la unidad forzada desde la represión de todos los signos del carácter propio de la cultura vasca, catalana y gallega aumentaron la distancia, el abismo y la incomprensión, que estuvieron más presentes que nunca en la historia de España. De todos los modelos posibles ensayados desde los Reyes Católicos, sin duda fue el más nefasto. Por eso la Constitución de 1978 afrontó la cuestión con toda profundidad partiendo de la compatibilidad entre la nación común, España, y las naciones con hechos diferenciales existentes en su interior, y también de la constatación de que nunca desde los Reyes Católicos se había producido en serio una acción secesionista, salvo en la Cataluña de la Segunda República. Si los momentos históricos más centralistas y unificadores generaban agravios serios en los defensores de la 'patria propia' era precisamente en uno de los momentos más flexibles y más abiertos cuando se produjo el intento de distanciamiento con el Estat catalá.

En la Constitución de 1978, las bases de la unidad se basaban en los siguientes principios:

Primero. España se constituía en un Estado social y democrático de derecho cuya soberanía nacional correspondía al pueblo español en su conjunto. Esta idea de la unidad de la soberanía se correspondía con la realidad histórica, porque nunca habían existido en la España moderna otras naciones soberanas.

Segundo. Se reconocía la autonomía de las nacionalidades y de las regiones, dentro de esa sociedad plural. Nacionalidad y nación son conceptos sinónimos en la Constitución. Se distinguía la única nación soberana, España, y además se reconocía que en su interior existían hechos diferenciales nacionales de carácter cultural. Por eso algunos hablamos de España como nación de naciones y de regiones.

Tercero. El nacionalismo español, compatible con los nacionalismos periféricos, estaba, pues, en el marco de la Constitución, y lo estaban también estos últimos siempre que se considerasen compatibles con la idea de España. Quedaban fuera del marco constitucional aquellas expresiones nacionalistas incompatibles con los otros nacionalismos: el nacionalismo español que no aceptase la idea de hechos diferenciales nacionales de carácter cultural y lingüístico, diferentes de las tradiciones asturianas, castellanas, leonesas y aragonesas, que forman el núcleo inicial de la idea de España, a la que se unirán Valencia y Murcia, Andalucía y Extremadura; y enfrente el nacionalismo periférico que no aceptase la idea de España.

Cuarta. Se puede hablar de federalismo funcional para identificar al Estado de las autonomías, porque las normas del Título Octavo y los desarrollos estatutarios se sitúan en el ámbito de la racionalidad jurídica, y no en las raíces comunitarias y nacionales que configuran nuestra sociedad. Por eso, ni una sola de las normas estables que organizan la distribución territorial se basa en elementos culturales, salvo en lo que se refiere a los hechos diferenciales. Así, puede hablar de federalismo asimétrico para identificar las normas referidas a las características propias culturales y lingüísticas de Cataluña, del País Vasco y de Galicia, pero en ningún caso para pretender una supremacía competencial en otros ámbitos distintos como pretende ahora el señor Mas en su propuesta de modificación estatutaria electoralista.

Este modelo de la Constitución de 1978 es el más avanzado, abierto e igualitario de todos los que han tratado de regular la relación entre la patria común y las patrias propias. Sólo están excluidas dos situaciones: la independencia, que nunca ha existido en la historia moderna española, y la pretensión de tener más competencias, al margen de las referidas a los hechos diferenciales, justificadas en la diversidad lingüística y cultural. Al margen de esa diversidad es imposible expresar razones, ni comprenderlas desde fuera, para reclamar una desigualdad competencial. La misma particularidad vasca del concierto económico es una realidad histórica que surge cuando el foralismo se agota a finales del siglo XIX. No es, pues, un punto de apoyo.

En los diversos temas tratados y resueltos por la Constitución, todos los grupos tuvieron que abandonar principios propios y puntos muy queridos por las distintas tradiciones ideológicas. Los únicos que en sus temas no abandonaron casi nada fueron los nacionalistas, porque no tenían nada, sólo agravios y reclamaciones que fueron satisfechos en gran medida. Todavía algunos meses atrás defendí a un grupo de nacionalistas vascos que eran acusados de colocar una ikurriña en la torre de una iglesia, como ya he relatado en alguna ocasión.

Al consenso sobre esa organización del Estado de las autonomías, no concurrieron ni el PNV, que reclamó la abstención en el referéndum constitucional, ni AP, que planteó un voto particular rechazando la totalidad del título.

Los Gobiernos vascos, siempre del PNV, a partir de la aprobación del Estatuto han mantenido su postura, pese a apoyar su norma institucional básica, incluso en sus orígenes, con entusiasmo. Con una actitud mezcla de infantilismo y de hipocresía, han ignorado algo tan obvio para cualquier estudiante de primero de Derecho y para cualquier persona de sentido común como que el Estatuto proviene y se apoya en la Constitución.

Además, ese rechazo les ha justificado para colocar sólo la ikurriña, la bandera propia, ignorando la bandera constitucional, y también el discurso del Rey en Navidad, que no transmite la televisión vasca. Sin embargo, no han dudado en gobernar desde el principio con esa Constitución reprobada, usando sus recursos y sus controles de constitucionalidad, los medios económicos que el Estado ha invertido generosamente en el País Vasco y beneficiándose de las subvenciones para partidas, para instituciones o para grupos que establecen las leyes y que el Gobierno ejecuta. Ahora, la última propuesta del presidente de la comunidad autónoma vasca, el lehendakari Ibarretxe, que ya he comentado en otro artículo, visualiza la deslealtad a un sistema que les ha dado a los nacionalistas todo lo que tienen y del que, en un brindis al sol, después de aprovecharse de sus beneficios, quieren alejarse en una pintoresca propuesta de Estado libre asociado.

La idea de que una ruptura de la Constitución les va a favorecer y van a poder caminar hacia un primer paso de unión en cuerda floja con España, sin descartar la independencia, figura naturalmente como presupuesto de su actitud. Pero no es seguro que si se fuerza la tensión el resultado vaya a ir por ese camino. Puede suceder, e incluso a mi juicio es lo más probable, que se produzca una involución constitucional y una vez más fracase el más amplio e imaginativo intento de unidad dentro del respeto que supone un Estado compuesto como es el Estado de las autonomías. Hay muchas personas hartas de esta situación y de la continua provocación de los nacionalistas vascos, y hay mucha gente en la derecha que saldría a la palestra para apoyar limitaciones y mano dura. Incluso en el Partido Popular hay muchas personas, entre las que se encuentra el propio presidente, que no aceptan algo muy claro en la Constitución: que existen en España naciones culturales diferenciadas. No es exagerado decir que en plenitud, con la inclusión de ese equilibrio entre la nación España y las naciones periféricas, sólo el Partido Socialista mantiene esta interpretación integral de la Constitución. Me gustaría equivocarme y que el Gobierno y el PP me desmintieran, afirmando que aceptan la identificación entre nacionalidades y naciones culturales, y no soberanas en el marco de España Nación de Naciones y de Regiones.

En todo caso, lo que debe hacer el PNV es gobernar con la Constitución y el Estatuto y abandonar el aventurismo político, porque una modificación de la Constitución no va a ir en la línea que ellos desean, y seguramente desbordaría también a quienes sostenemos su óptimo valor para regular nuestra convivencia.

Y a todos esos que dicen que hay que negociar para resolver el problema vasco conviene también recordarles estas verdades, y que lo que deben aconsejar al Gobierno vasco, mientras sea Gobierno, es que se dedique a gobernar en un marco muy claro y a mi juicio definitivo, que es el de la Constitución y el Estatuto.

Maquiavelo, en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, recuerda una muy juiciosa sentencia del rey Fernando: '... Los hombres... a menudo se comportan como las pequeñas rapaces, que están tan ansiosas de conseguir su presa, incitadas por su naturaleza, que no se percatan de que un pájaro mayor se ha colocado encima de ellas para matarlas'.

Todos debemos aprender de la historia, y también de situaciones contemporáneas como la de Irlanda, donde una simple decisión del Gobierno británico suspende una autonomía precaria, mucho menos amplia que la española. Sería importante volver al sentido común y evitar posiciones maximalistas, quizá no compartidas por quienes se dice serán sus beneficiarios. No creo que nadie quiera que volvamos a empezar a luchar desde la nada, cuando ahora tenemos todo lo que es posible, que es mucho.