DEL ATLÁNTICO AL PACÍFICO

 

 Artículo de BENIGNO PENDÁS, Profesor de Historia de las Ideas Políticas

 

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

ESCRIBE Henry Kissinger (ABC, 29 de julio): los titulares de cada día (sobre Irak, supone) palidecen ante las «convulsiones tectónicas internacionales» que marcan nuestra época. El centro de gravedad de los asuntos mundiales se desplaza desde el Atlántico hacia el Pacífico. La noticia del verano es el repliegue de las fuerzas norteamericanas en Europa, anunciado -con eufemismos- por Bush ante los veteranos de guerra en Cincinnati y criticado sin excesos por el Partido Demócrata. Se acabó también la postguerra fría. Empieza la nostalgia del «checkpoint Charlie». El mundo cambia: hace falta un nuevo Hegel -que no sea eurocéntrico- para descifrar «la consideración pensante» de la Historia. Porque Europa sigue raptada y pendiente de un eje sedicente que no funciona. La crisis es, sobre todo, moral: seca la raíz clásica, relegado el cristianismo, apagada la luz de la Ilustración, sólo queda la «movida» universal, cada día más vulgar y chabacana. Gloria efímera para la masa pseudoemancipada, recreada hoy por Peter Sloterdijk como una suma de soledades virtuales; porque en nuestros días, dice con toda razón, «se es masa sin necesidad de ver a los demás». Para evitar el naufragio, hace falta un pensamiento fuerte; en este caso, el retorno de la Geopolítica y de la lógica de la razón de Estado. Porque así se llama y así se debe llamar, aunque falsos moralistas la confundan con la primacía de la fuerza sobre el Derecho. Es todo lo contrario. Apela al equilibrio, al interés racional, «balance of powers». ¿Cómo nos atrevemos a hacer reproches, hombres del siglo XX, cuya principal aportación a la Teoría Política se llama totalitarismo?

En el fondo, Estados Unidos no hace más que continuar su marcha hacia el Oeste. Vieja querencia. Desde las trece colonias hasta St. Louis, Missouri, frontera entre la ley y el estado de naturaleza. Desde allí, entre verdades y leyendas, hacia la mítica California. Desde el mar de Cortés prosigue el viaje hacia Occidente, para encontrar el Extremo Oriente. La geografía es así. Japón, primera escala, aprendiz aventajado, «máximo robador de Europa», al decir de Díez del Corral. Se cumplen ciento cincuenta años desde el tratado de Kanawaga, el «Perry Treaty» de 1854, que obligó al Imperio milenario a abrir sus puertas al comercio internacional. Japón concentra en siglo y medio una evolución que da vértigo, del feudalismo a la crisis postmoderna. Aquí nos ha llevado mil años desarrollar un proceso similar. El viajero disfruta en Kioto ante las señas de identidad del eterno Sol Naciente. Pero no ignora el presente, con sus éxitos y fracasos. Por ejemplo: una democracia corporativa sin talante liberal es campo abonado para la corrupción. Ya lo han comprobado y conocen las consecuencias. Dice F. Zakaria, editor de «Newsweek» (de origen hindú, por cierto), en un buen libro reciente, que la clave del gobierno occidental no es el plebiscito sino un juez imparcial. Anónimo y sujeto al imperio de la ley, añado. Lección para todos.

«Cuando China despierte.....», escribió hace treinta años Alain Peyrefitte. Ya despertó. La gran prensa internacional elogia sin reservas la «revolución" económica derivada del giro pragmático que decidió el Partido Comunista. Mucho más que una potencia emergente, China lo tiene todo para alcanzar un lugar hegemónico en el siglo XXI. Cuenta a su favor con el espacio y con el tiempo: ¿quién puede discutir la hondura histórica del Imperio del Centro? La población desborda cualquier previsión razonable. La mentalidad social está anclada en la mejor tradición del trabajo. Lo recuerda Montesquieu, en «El espíritu de las leyes»: «... se informa cada año al Emperador de qué labrador se ha distinguido más en su oficio, haciéndole mandarín del octavo orden». Institución admirable para fomentar la agricultura, comenta el gran pensador. Cuidado, no obstante, con las profecías sociológicas, llamadas siempre al fracaso: prosperidad económica creará clase media y ésta exigirá democracia. Sólo los occidentales (y no todos) somos mecanicistas. El modelo, organicista al fin, es intransferible: de los chinos y para los chinos. En último término, cómo no, se adivina una perspectiva religiosa: ni místico ni mistérico, mezcla de escepticismo y tolerancia con el objetivo de situarse armoniosamente en el juego del universo. ¿Entendemos algo desde aquí? Léase la sentencia número 48 de Lao-Tsé: «el estudio lleva lejos y cada vez más lejos». Ánimo, pues, y a apretar los codos.

Quizá comprendemos un poco mejor a la India, una «Grecia inmensa», según escribió algún historiador ilustre. Tal vez gracias a Forster, a lo mejor a Salgari, nos conmueve ese gigantesco Estado -continente, polvorín que no explota casi nunca gracias al buen sentido integrador del hinduismo, una genuina forma de vida y mucho más que una ideología. Los hindúes, se quejaba Hegel, son incapaces de una visión histórica y ni siquiera tenemos noticia alguna sobre el origen de las castas: la permanencia estática es y seguirá siendo la norma. Ya veremos. Porque el choque con el Islam ha roto siglos de convivencia y de respeto. Y esto no ha hecho más que empezar. Por eso, apuntaba Kissinger en el artículo referido que la India se juega más que nadie en la guerra de Irak y contempla expectante cómo ejercen los Estados Unidos su condición de hegemón. El asunto es muy serio, entre otras razones porque estamos en presencia de potencias nucleares. Pero el problema capital en la región se llama miseria y sus secuelas, como prejuicio y resignación. He aquí la clave del futuro, porque no existen soluciones mágicas.

La Historia empezó en Sumer y da la impresión de que quiere regresar allí después de haber girado por completo alrededor del planeta. Pero nos ocupa hoy el Pacífico. En el norte, Rusia, la potencia euroasiática. Y luego los dragones del Sur. Y la explosiva Indonesia. Conflictos potenciales de máximo alcance en Corea y en Taiwan. Reto grande en Filipinas, que de algún modo nos concierne, supongo. Las democracias anglosajonas, Australia y Nueva Zelanda, guardan el último flanco. Ante este panorama sugestivo, no debe extrañar la tentación americana de ignorar los desplantes de una Europa antipática e inconsciente. No hace falta devolver el golpe. Basta con mirar hacia otro lado, en sentido literal. No vale hablar de aislacionismo, ni sacar de paseo a los fantasmas de la primera postguerra mundial. La República Imperial no elude sus obligaciones. Pero esta vez el ejercicio del liderazgo toma un rumbo geográfico diferente.

¿Qué hacemos desde España? Por ahora, poca cosa. En realidad, nada. Primero habrá que abrir los ojos y hacernos cargo mentalmente de la cuestión. Contamos con buenos analistas: la Fundación Elcano; la revista «Política Exterior»; algunos profesores, periodistas y diplomáticos conscientes del gran desafío... Entre todos, podemos regalar a los gobernantes un hermoso atlas ilustrado. España fue protagonista en la revolución geopolítica que trasladó el eje del mundo desde el Mediterráneo al Atlántico. ¿En qué pensamos ahora, pocos meses después de la peor masacre terrorista en la historia de Europa? Más vale no contarle a nadie que la polémica del verano gira en torno a ciertas fotos impertinentes. Peor todavía: nos espera ración doble de ese debate insufrible sobre las esencias territoriales y su articulación jurídica. Triste narcisismo de la pequeña diferencia, decía Freud. ¿Saben ustedes que en la India mil millones de personas hablan dieciocho lenguas oficiales y más de mil dialectos? Aquí derrochamos sin sentido energías limitadas. Cuando perdamos el tren de la Historia -quizá para siempre- no servirán de nada los lamentos tardíos.