EL ÚLTIMO VETO
Artículo de Benigno Pendás
en “ABC” del 12.03.03
Con un breve comentario (L. B.-B.)
«ROMA
ya no está en Roma», clama el héroe de Corneille. Agustín de Hipona, antes de
ser santo, pasa de largo por la vieja urbe para buscar su fortuna en Milán, el
nuevo centro. Los germanos arrasan la ciudad (vae victis): luego, la abandonan.
La crisis del siglo V, la pavorosa revolución que pone fin a la Antigüedad
clásica, trae consigo un concepto nuevo del espacio. La Historia, hazaña de la
libertad, se complace no obstante en la paradoja: ¿será cíclica en verdad, como
pensaban los griegos? Nadie quiere aceptar la realidad desnuda: el centro de
gravedad de Occidente se ha desplazado sin remedio hacia América. Todos somos culpables:
Europa, escribe (profético) Díez del Corral, creadora por excelencia, ha
fabricado la mayor parte de sus propias desdichas. Mezcla heterogénea: viejos
sueños de grandeza, síndrome de Luis XIV sin el talento de Napoleón; envidias y
resabios, prejuicios e incoherencias, minúsculos intereses a corto plazo. Ganan
el dictador infame de Bagdad; la izquierda sin referencia desde el colapso del
Imperio soviético; los oportunistas de siempre, pescadores en coto ajeno.
Pierden Occidente, Europa y la libertad. A medio plazo, perdemos todos.
Francia
y Rusia (China no lo hará por sentido común) anuncian el derecho de veto en el
Consejo de Seguridad y van a certificar el fracaso de Naciones Unidas como
garante de la paz y la seguridad internacionales. Quizá la agonía se prolongue
algunos años si se llega a un compromiso de última hora. Un nuevo capítulo para
la Historia fallida del siglo XX, menos glorioso todavía que la quiebra de la
Sociedad de Naciones. Todos compartimos -por miedo o por prudencia- el horror al
vacío: es comprensible, incluso lícito, preferir una legalidad maltrecha. Falsa
voluntad colectiva: la ONU no es eficaz ni democrática. Otorgar un voto a los
microestados con el mismo valor que, por ejemplo, el de Japón, Canadá o Brasil
refleja un formalismo jurídico ajeno a todo sentido práctico. Peor todavía:
atribuir la misma legitimidad al voto en el Consejo de Siria, Angola, Camerún y
Guinea que al de España o Alemania supone desconocer la superioridad moral del
Estado Constitucional. La ONU no es una asamblea pluralista, que gobierna el
mundo en representación del «pueblo» de las Naciones Unidas. Es -ha sido- un
artificio mecanicista y coyuntural para ordenar (en lo posible) la sociedad
bipolar surgida de la II Guerra Mundial. Un instrumento útil de forma
transitoria, porque la razón de Estado -en su sentido natural de equilibrio y
precaución- era centro y eje en el juego de las dos superpotencias. La
tradición leninista prohibía cualquier aventura a los oligarcas del Kremlin.
Sólo fracasó el Ejército Rojo, ya entonces inservible, en Afganistán, lucha
pionera contra el fundamentalismo islámico. La Carta de San Francisco fue
concebida a imagen de ese presunto equilibrio del terror; en particular, el
derecho de veto, del que hoy disponen tres potencias ajenas a la victoria
contra el Eje en 1945: Rusia no es la Unión Soviética y la República Popular
China tampoco es Taiwan, apuesta errónea de los vencedores. Tampoco Francia
compartía el mérito de las armas: sólo (y no es poco) la grandeza natural del
general De Gaulle y una diplomacia forjada en la sutileza y la impostura de
Talleyrand. La URSS ejerció muy pronto su facultad y gana de largo en la
clasificación general. Pero el último veto, símbolo de este final de trayecto
para Naciones Unidas, tiene algo peculiar. Antes se actuaba con ánimo
vergonzoso, al modo de un privilegio injustificado contrario al sagrado
principio de igualdad soberana de los Estados. Ahora se exhibe de forma
ostentosa, con el apoyo del sedicente progresismo postmoderno.
Fracasa
el Consejo, quiebra la ONU, se consuma la crisis del orden internacional ya
caduco. Se tambalea la OTAN, inservible desde la caída del muro. ¿Qué va a ser
de la UNESCO y otras burocracias anejas al sistema? Para los libros de
Historia: 1945-1989, con un apéndice hasta el 11 de septiembre de 2001.
Después, el vacío como acto fundante, símbolo de la «zona cero». ¿Y ahora?
Basta de cerrar los ojos, actitud suicida cuando no estúpida. Estados Unidos
(no sólo los halcones, otra falacia) tendrá que reconstruir el nomos
internacional. Bush y sus herederos deben evitar los errores tácticos que
sitúan a sus mejores aliados en posiciones casi imposibles. Pero las bases de
la geoestrategia en el siglo XXI son muy simples, cuando se razona sin
prejuicios ni asperezas. América en el centro, the world island, como dirían
los clásicos de la geografía política. Hacia el este, Japón, en la vanguardia.
China es la clave: la transición democrática, secuela del capitalismo y las
clases medias, está más cerca hoy que ayer. ¿También en la India? No parece tan
fácil. Las dos Coreas y el paralelo 38 van a ser, a corto plazo, un simple
pretexto para películas de espías. No debe extrañar que los dragones del este
recuperen el impulso perdido. Es muy probable que las fieles democracias australes
adquieran mayor protagonismo. Cuidado, en general, con el equilibrio inestable:
California mira al Pacífico...
Al
Atlántico mira, a su vez, Nueva Inglaterra. En el Oeste, el Reino Unido servirá
todavía de enlace, si los viejos laboristas no consiguen hacer que la Historia
descarrile, como algunos pretenden con la Monarquía. Nórdicos y exsoviéticos
juegan a favor del espacio y el tiempo. Alemania clamará por un nuevo Bismarck
cuando asimile la factura de Defensa y descubra la estrategia francesa. En El Elíseo,
el intelectual de guardia recuerda las palabras de Paul Valéry: «...todo se ha
sentido perecer». Ya no va a manejar a la Europa de los 25; tan solo a influir
sobre algunos reyezuelos neocolonizados: ¿volverá la vista a Rusia, como tantas
otras veces? Retórico Chirac (con Villepin en el olimpo, ya jubilado) y
pragmático Putin: ¿alianza legitimista? En Bruselas, más burocracia...:
areópago apátrida e irresponsable, exageraba De Gaulle, ¿recuerdan? El eje
franco-alemán ya no funciona. Aquel anónimo poeta renano contaba así el final
de la aventura carolingia: ploret hunc Europa iam decapitata. Llore, pues, la
Europa decapitada. En la Edad Media, explica Pirenne, sólo despertó Occidente
ante la amenaza de Mahoma. ¿Y ahora? Incapaz de asumir el coste (moral y
material) de su propia seguridad, esta Europa epicúrea adapta su conducta al
pensamiento débil mientras cobra subvenciones a fondo perdido. Es tiempo de
reclamar un «Gran Designio», una Europa mejor, construida a partir de nuestro
genuino patriotismo nacional (excluidos los nacionalismos de aldea) y desde la
pasión por una cultura insuperable. Política nueva para el continente viejo: el
sueño de Paneuropa.
¿Y
España? Aznar sabe cuál es el objetivo y hace cuanto puede por alcanzarlo.
Intuye el sentido de la Historia, persigue el interés nacional y ejerce notable
protagonismo: ¿qué más se puede pedir? Es una política innovadora, sin
complejos ni timidez. La oposición, en cambio, se ha vuelto conservadora.
Defiende el modelo ONU al más rancio estilo, tan ajado como el vetusto edificio
de la Primera Avenida. Todo sea en nombre de un pacifismo efímero, que ni
siquiera ayuda al Islam para adelantar el reloj de los siglos, la única
solución eficaz contra el terrorismo. ¿Qué va a decir Occidente después del
próximo atentado? Al final, cada uno en su sitio. Bien lo sabía Maquiavelo,
amante (como también se confiesa Zapatero) del republicanismo cívico: «la
guerra no se elude; sólo se aplaza con ventaja para los otros».
BREVE COMENTARIO (L. B.-B.)
Verdaderamente, la cosa está tan mal, que hay que forzar la
imaginación hasta llegar al surrealismo, o a la pauta del junco, como
recomiendan los asiáticos.
Me explico: carezco de la intrincada
información que está fluyendo entre bambalinas en las cancillerías durante estos
días de locura, y además no ostento ninguna responsabilidad política. Por
eso quizá me pueda permitir el lujo de imaginar virajes surrealistas. No los
consideren irresponsables ni frívolos, sólo son aportaciones fundadas en la
buena voluntad y en el deseo de buscar salidas a la peligrosísima situación que
vivimos.
Entrando en materia: parece haber solamente dos opciones básicas.
La primera es continuar aceleradamente la negociación y las presiones de ambos
bandos de las NNUU, a fin de que uno de los dos obtenga una victoria pírrica.
Ya saben de qué lado estoy, y por eso desearía que la victoria fuera a favor de
la propuesta norteamericana-anglo-española. Si ni esto pudiera conseguirse, y
la ONU se bloqueara, EEUU y aliados deberían defender su seguridad y la
legalidad internacional incumplida por Irak y el Consejo de Seguridad.
La segunda que se me ocurre, la surrealista, es la siguiente: ¿no
dicen que creen ustedes en las inspecciones? ¡Pues venga inspecciones! En
síntesis, se trataría de abrir un nuevo plazo con fecha fija, hasta el
invierno, a la acción de un proceso de desarme de Irak. Pero un proceso de
desarme de verdad: multiplicando hasta un número muy elevado la cantidad de
inspectores, con un calendario preciso de evaluación de las medidas concretas
de desarme; encargando en exclusiva a las NNUU la gestión y control del
programa de "petróleo por alimentos y medicinas"; introduciendo en
Irak fuerzas de las NNUU que se encargaran de la vigilancia interior del
cumplimiento de esta nueva resolución; y, finalmente, redistribuyendo entre
EEUU y sus "aliados" ---además de los de verdad, también Francia,
Alemania, Bélgica y Rusia--- la vigilancia militar en las fronteras de Irak del
cumplimiento inmediato de dicha resolución.
Pasado el plazo establecido, si se alcanzara el desarme total, se
levantarían las sanciones, y durante el tiempo que se considerara conveniente
---años, si fuera preciso--- si no se hubiera producido un cambio de régimen,
las NNUU continuarían su vigilancia interna de Irak, a fin de evitar el rearme
del régimen de Hussein.
Y desde este momento, toda
la fuerza moral de pacifistas, "progres", comunistas, socialistas de
la vieja Europa, anarquistas, sindicalistas, etc., podría dedicarse a realizar
manifestaciones a favor del desarme y del restablecimiento de los derechos
humanos en Irak. Incluso podrían solicitar ---o no--- autorización a Hussein
para realizar dichas manifestaciones en Irak.
Un efecto colateral
"benéfico" de esta propuesta, para Francia, sería que podría
participar "ex aequo", con iguales cuotas de responsabilidad militar,
en la vigilancia de la ejecución de la nueva resolución de las NNUU.
En fin, estos dos últimos
párrafos constituyen ironías surrealistas, pero no me negarán que soy capaz de
ponerme en el espíritu de los otros.
Si llegado el invierno
continuara el incumplimiento del mandato de las NNUU, la misma resolución
prevendría de una intervención militar sin más dilaciones, para conseguir por
la fuerza su ejecución.
¿Podrán rechazar esta
propuesta los partidarios de la "paz" ---o la "no
guerra"--- y las inspecciones? ¿podrán rechazarla
Hussein o su régimen?