LECCIONES DE UNA PARADOJA CRUEL

  Artículo de BENIGNO PENDÁS. Profesor de Historia de las Ideas Políticas en “ABC” del 11.06.2003

LA sesión constitutiva de las Cámaras suele mostrar la faceta más burocrática y rutinaria del Parlamento. Votaciones lentas y prolijas, ambiente institucional, escaso relieve político. Ayer, sin embargo, la Asamblea de Madrid ha ofrecido la sorpresa mayor en la historia de la democracia española, en dura competencia con otro parlamento autonómico, que se niega a ejecutar una sentencia judicial. Ciudadanos perplejos, socialistas abrumados, populares expectantes... Hace falta sosiego para digerir las múltiples lecciones políticas y jurídicas que derivan de este suceso insólito, capaz de romper los esquemas al mismo W. Churchill, maestro en las artes flexibles del régimen parlamentario. Adaptarse para sobrevivir: he aquí la fórmula darwiniana que inspira a la única forma de gobierno que ha sabido captar el juego sutil de los poderes a lo largo de la historia. Aviso para profesores encerrados en la arcadia conceptual: sigue siendo verdad que el mandato de partido ha ganado la batalla, pero resulta que el viejo mandato imperativo, residuo del Estado absoluto, está prohibido jurídicamente y la letra de la Constitución y del Reglamento triunfa cuando la ficción del consenso se destruye. Está claro, pues, que el parlamentario es dueño de su acta y no está vinculado a las «instrucciones» de nadie: el discurso de Burke en Brístol marca todavía la pauta dos siglos largos después. Recuérdese que esa prohibición tajante del mandato imperativo deriva de una coyuntura concreta: la lucha emprendida por la naciente democracia cuantitativa frente a las prácticas corporativas del Antiguo Régimen, que hoy día -como es notorio- reaparecen en nuestra compleja democracia de masas con rasgos plebiscitarios. Obligamos así a la convivencia entre una realidad anterior al siglo XVIII (la representación), otra del XIX (el Parlamento, regido por pautas liberales) y otra más del XX (los partidos en su faceta de maquinarias electorales): ocurre que, al calor del debate, estalla la confusión entre intereses públicos y privados.

Lección política sobre pactos razonables y aventuras imposibles. Es imprescindible una convención que organice el frenesí de intercambios que practican sin pudor los agentes partidarios. Ya hemos visto cosas raras y, si el susto no lo remedia, veremos algunas más. Izquierda Unida no es un buen socio para el socialismo moderno, en busca de amables antecedentes fabianos y de referencias socialdemócratas. La «tercera vía» de Blair y los recortes al Estado de Bienestar del renuente Schröder no son meras tácticas coyunturales. Son señas de identidad para el futuro del socialismo, materia de análisis para los intelectuales al servicio de la causa, en «Sistema», en «Leviatán» o, mejor todavía, en «Temas para Debate». El pacto no es la mejor alternativa para la izquierda, escribía hace poco Mikel Buesa en ABC. Hablaba yo ese día, en la misma página, de «miopía política», recordando la tradición ideológica del PSOE. Han dado mucho juego las palabras proféticas de Bono sobre el «caladero» de votos en el centro. Pero Ferraz, en su obsesión por consolidar un liderazgo discutido; Simancas, a punto de alcanzar un éxito difícil de imaginar; unos y otros, con el objetivo de acortar plazos y acelerar el cambio de ciclo... han caído en la trampa. La política se escribe con los trazos firmes y rigurosos del sentido común. El interlocutor, Izquierda Unida, arrogante y ambicioso, insaciable en sus pretensiones después de su fracaso objetivo en las urnas, ha contribuido a la debacle. Error tras error, que la política no consiente; caldo de cultivo de una paradoja cruel, que dejará huellas profundas en los protagonistas.

El PSOE apuesta fuerte al expulsar a los implicados y exigir su renuncia: siempre -cómo no- en el nombre irrevocable de la democracia y el Estado constitucional. Por cierto, y también en nombre del «demos», está claro que conviene cuidar el proceso interno de selección de las elites parlamentarias. La opinión pública valora la firmeza y agradece la rectitud. Ahora falta un paso más. Los datos no engañan. El Partido Popular ganó de largo las elecciones en la Comunidad de Madrid. Una mayoría muy amplia expresó su opción en favor de Esperanza Aguirre, prudente ayer al hablar de los «problemas internos» del Partido Socialista. No hubo preferencia en las urnas por el sedicente «pacto de progreso». La dignidad que reclaman Zapatero y Simancas exige que se acepte con elegancia un gobierno popular en minoría, sin ofrecer a los tránsfugas posiciones de privilegio que no merecen. Las acusaciones implícitas sobre apaños inconfesables sólo introducen confusión y demuestran mal estilo: mucho cuidado con extender la sombra de la sospecha, sobre todo si no hay pruebas. El PSOE ha cometido varios errores: ya los ha pagado en Baleares y los pagará -seguro- en Cantabria. Cuenta ahora con una oportunidad estupenda para reforzar el acierto de Zapatero al plantear con claridad la situación en Álava. La tristeza ante el sueño que se esfuma es comprensible, pero sería una apuesta inteligente para el futuro. La sociedad española no quiere gobiernos con presencia de comunistas de ideología trasnochada y con graves tentaciones soberanistas en el País Vasco. Soltar lastre para poner los cimientos de una alternativa seria se tomará su tiempo, como es natural; pero así es la política, espejo de la vida.

Más lecciones. El sistema electoral sacralizado por la Transición requiere una revisión a fondo. La fórmula d´Hondt deriva en un sistema proporcional corregido, que se aleja (cociente a cociente) de la voluntad popular. La ficción aritmética destruye la realidad del sufragio. Bagehot y Stuart Mill mantuvieron en el siglo XIX una brillante polémica acerca de las ventajas del modelo mayoritario y del proporcional. Pero nosotros no tenemos ni una cosa ni otra: sólo muchos números, que favorecen a terceros y cuartos partidos, con réditos excesivos a cambio de méritos limitados. Por lo demás, la Constitución deja vía libre a cualquier fórmula imaginable, excepto (si no se desea la reforma) para el Congreso de los Diputados y para las Comunidades Autónomas constituidas al amparo del artículo 151, quedando en libertad -en cambio- las que han seguido el «iter» menos brillante del artículo 143. Algo falla si tenemos en cuenta que, con los mismos sufragios, la mayoría en Madrid habría sido concluyente si se mantuviera el mismo número de escaños que en la elección anterior. Tecnicismos aburridos, estadística enojosa para gabinetes de expertos. El ciudadano no entiende de sutilezas, pero es muy sensible a la legitimidad: dejará de apreciar al sistema si se siente engañado por los partidos.

Última lección, esta vez práctica, para dogmáticos incorregibles. Se reprocha al Estado de partidos la concepción «grupocrática» del Parlamento, donde los diputados carecen de voluntad propia fuera del marco rígido que les viene impuesto. Resulta, no obstante, que la disciplina es la única vía para garantizar el principio democrático. Dos diputados incluidos en una lista cerrada, (fatal) elegidos por el aparato de su partido, a modo de cuota irrelevante para alguna familia díscola en el mal avenido socialismo madrileño... tienen en su mano la dignidad de la Cámara. Solución práctica, insisto: debe gobernar en minoría la lista más votada. El tiempo, decía J. Bentham, es el químico que amalgama los contrarios y sedimenta las pasiones. Es triste, sí, el espanto del desengaño, la quimera que se desvanece, esa gloria efímera que sólo dejará nostalgia. Pero también es tiempo de aprender las lecciones de la experiencia, en esa «hora violeta», propicia al regreso, cuando cae la tarde sobre la tierra baldía del poeta T. S. Eliot.