IRAK Y LA VERDAD POLÍTICA

 

 Artículo de BENIGNO PENDÁS. Profesor de Historia de las Ideas Políticas  en  “ABC” del 09/03/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

«SE mire por donde se mire, es inútil mantener un ejército en territorio recién conquistado». El consejo, cómo no, procede de Nicolás Maquiavelo, en El Príncipe, capítulo tercero. Defensores de una causa justa, Bush y los aliados no encuentran el camino para salir del laberinto. Sigue el baño de sangre, aunque parece que llega la esperanza en forma de Constitución. El sedicente minotauro era un tirano vulgar, ingrávido y cobarde. Pero Ariadna ha extraviado el hilo conductor y un Teseo miope tropieza día tras día con la pared engañosa. Por seguir con las metáforas griegas: la opinión pública occidental actúa como el prisionero perpetuo en el mito de la caverna. Confunde las sombras con la realidad. Como ya no tiene miedo, cae en la torpeza de siempre. ¿Nuevo orden mundial? No nos engañemos. Este grado de inseguridad resulta tolerable para la sociedad postmoderna y para los falsos profetas del progreso. No basta con Bali, Casablanca, Estambul, el Irak de cada mañana.... Se vive bien en Occidente cuando no toca desempeñar el papel de víctima. Ahora se habla de the wrong war, dirigida contra el enemigo equivocado porque el auténtico es Al Qaeda, el islamismo radical, el odio inoculado desde la «madrasa» en los futuros suicidas. Grandeza y servidumbre de la democracia: el vencido recupera una suerte de legitimidad, herencia de siglos de confusa mezcolanza entre política y falsa moral. Armada con sus tópicos favoritos, la opinión seudoilustrada pasa factura a los malvados responsables de la realpolitik. Tiembla Bush ante el emergente Kerry. Pierde Blair la batalla mediática a pesar del informe veraz del magistrado Hutton. ¿Qué va a pasar en España?
Vamos por partes. Kantianos sin fronteras (aunque ignorantes del imperativo categórico) imaginan una República universal y cosmopolita regida por un Derecho de la humanidad. A falta de mejor cosa, el sueño se identifica con la ONU, instrumento transitorio de la guerra fría elevado al rango ilusorio de gobierno universal. Sólo es tolerable —y eso de mala gana— el uso de la fuerza entendida como ejecución de un mandato cuasijurisdiccional. Para ello se inventa una fórmula de instrucción sobre el terreno (inspectores) y se dicta una semisentencia no del todo ejecutiva (la resolución 1441). El «genio maligno» descrito por Descartes nos induce al error, una vez más. Tal vez nos gusta. ¿Se puede decir la verdad en política? Acaso se parece a ésta. Dolidos en su orgullo histórico por el 11-S, los Estados Unidos necesitan reforzar la percepción (propia y ajena) como potencia hegemónica. No es proyecto de venganza, sino mandato de la seguridad quebrada por el temor hobbesiano a la violencia latente. Lo exige la gran mayoría, no es asunto de sectarios y extremistas. Caen los talibanes afganos, pero Bin Laden se esconde. Sadam, segundo objetivo, deja un sabor agridulce. ¿Y los demás? Blair aplica las leyes eternas de la geopolítica, más exigentes que la ideología coyuntural. Aznar, lúcido, percibe desde el principio el Espíritu de la Época. Actúa en función del interés nacional y del realismo político. Hace siglos se llamaba «razón de Estado». Ahora está prohibido invocar su nombre, porque los politólogos somos víctimas de escrúpulos inefables.
En Irak, cae el tirano miserable, pero fracasa el orden racional. ¿Por qué nos extraña? Pretendemos construir una democracia sin clases medias ni tradición constitucional. Es difícil que salga bien, aunque la Constitución provisional nos trae buenas noticias. En los países libres, por fortuna, llega el tiempo de elecciones y hay que rendir cuentas a los ciudadanos. Empieza la campaña norteamericana. Se esfuma el izquierdismo irredento de Howard Dean. Se afianza la propuesta inocua de John Kerry, aunque es pronto para exagerar sus efectos. Está indeciso George Bush, pillado tal vez a contrapié. Falta demasiado tiempo para el primer martes después del primer lunes de noviembre. Pero cabe ya analizar tendencias. Aunque tomó la dirección correcta, el presidente no ha logrado transmitir el proyecto ni ejercer el liderazgo. No sale del círculo vicioso creado en torno a las armas de destrucción masiva. Sigue atado por la madeja procesal, disfrazada de informes de la CIA y matices terminológicos. Perdida la batalla de las ideas, juega en campo del adversario: «si no hay armas, no había motivo para el ataque...» Es la falacia eterna. No puede decir la verdad política, porque invocar a Morgenthau conduce al abismo. Es culpable, como lo es la derecha en todo el mundo, de ese desarme del pensamiento conservador y liberal: fuerte en economía; incómodo en cultura; subyugado en teoría política. No le va a costar la reelección porque, aunque no se atreven a expresarlo, la mayoría de los americanos comparte su percepción acerca de la hegemonía amenazada. Pero ofrece bazas innecesarias a un adversario de apariencia irrelevante.
Punto de vista británico. Tony Blair es un superviviente, capaz de competir con el mago Houdini. Tiene mérito su renuncia a ser la referencia universal de la izquierda desorientada. Resistió momentos duros, pero el discurso se agota. Salió vencedor del caso Kelly gracias a un juez imparcial, pero ya no puede con la presión del ambiente. Tarde o temprano, los suyos le harán pagar el apoyo al adversario ideológico. Véase la acusación malévola de su ex ministra. Un socialista, aunque sea inglés, no puede aceptar la «guerra preventiva» y otras doctrinas ajenas al pensamiento débil. Se libra de la BBC, pero no de los servicios secretos. El enfoque procesal no le deja otra salida: «si llego a saber que no había armas....». Huye de la verdad, como huye de su propia sombra. ¿Qué hacer? Por ejemplo, encontrarse con Chirac y con Schröeder y poner en peligro el interesante modelo de la Europa empírica frente al bloque carolingio. Aquel Sadam desafiante alentó la esperanza de una Unión Europea más sincera y menos artificial. Este Sadam desmantelado acabará con la Europa de geografía y geometría dispersas, la única que nos gusta a los liberales. Pero, seamos justos: ¿se puede exigir al laborista Tony Blair más de lo que ha hecho?
De regreso a casa. Aznar apostó fuerte y ganó. España empieza a pagar su deuda con el mundo moderno, recupera un lugar en el mapa, configura libremente su política exterior. Muchos electores lo agradecen, incluso le cogen el gusto. Está comprobado. Pero la izquierda sigue empeñada en el error estratégico de hace ahora un año justo. Más Irak, para mayor algarabía en los mítines. Pero Irak no va a influir en las elecciones del 14 de marzo. Nos falta densidad sociocultural para percibir la relevancia del ámbito internacional. Postmodernos a nuestra manera, somos esclavos de cosas melifluas, como decía Leo Strauss, otro pensador olvidado. ¿Qué proponen los partidos para el día después? El programa popular juega en terrenos abstractos, llámense vocación europea o vínculo transatlántico. Rajoy, candidato sagaz, prefiere no competir en una batalla dialéctica casi imposible. Gracias a ello, el impacto electoral del «no a la guerra» va a ser insignificante. Más tarde, ya se verá. Del socialismo militante queda la frase de Zapatero contra el trío de las Azores y a favor de un quinteto extravagante y heterogéneo: Chirac, Lula y otros tres. No vale la pena intentar la exégesis.
El argumento procesal jugó en España un papel menos determinante que en otros países. ¿Suerte? ¿Habilidad? ¿Ventajas de no ser una gran potencia? Pronto llegará el futuro y nos dirá cuál es su ley. Si nos alcanza el terror, habrá que rasgarse las vestiduras, culpar a quienes no toman medidas y pedir más contundencia. Pasará otra vez el tiempo y volveremos a olvidar. ¿Se debe decir alguna vez la verdad política? Terminemos por hoy con Maquiavelo, en el capítulo XXIII: «un príncipe debe siempre pedir consejo, pero cuando él quiera y no cuando quieran los demás».