LA CAÍDA DE NACIONES UNIDAS

 

 

  Artículo de RICHARD PERLE  en  “El País” del 13.04.2003

 

 

Richard Perle es miembro del consejo político asesor del Departamento de Defensa de EE UU y del American Enterprise Institute de Washington. Traducción de News Clips.

 

El reino de terror de Sadam Husein está a punto de finalizar. Su Gobierno baazista, sin embargo, no se irá solo. Naciones Unidas se está hundiendo con él, lo cual no deja de ser irónico. Quizá no desaparezca toda la Organización de Naciones Unidas. Las partes dedicadas a "buenas obras" (por ejemplo, las misiones de paz de bajo riesgo, o aquellas que luchan contra el sida y la malaria, o que protegen a los niños) se mantendrán. La imponente jaula de grillos situada en el East River neoyorquino seguirá parloteando. Lo que ha muerto con la negativa del Consejo de Seguridad a emplear la fuerza para obligar a Irak a cumplir sus resoluciones sobre armas de destrucción masiva ha sido la fantasía mantenida durante décadas de que la ONU era la piedra angular del orden mundial.

Cuando analicemos los escombros de la guerra para liberar a Irak, será importante conservar -para comprender mejor- el naufragio intelectual del concepto liberal de seguridad, mantenida a través del derecho internacional administrado por instituciones internacionales. Mientras los iraquíes libres documentan la pesadilla que durante un cuarto de siglo supuso el Gobierno de Sadam, no debemos olvidar quién respaldó esta guerra y quién no, quién sostuvo que la autoridad moral de la comunidad internacional se consagraba en la petición de conceder más tiempo a los inspectores de la ONU, y quién desfiló contra el "cambio de régimen". En el espíritu de reconciliación de posguerra que los diplomáticos son tan propensos a generar, no debemos reconciliarnos con la noción malograda de que el orden mundial nos exige retroceder ante Estados rebeldes que aterrorizan a sus ciudadanos y amenazan a los nuestros.

Decentes, considerados, altruistas, los millones de personas que se manifestaron en contra de obligar a Irak a rendir cuentas estaban convencidos de la idea de que sólo el Consejo de Seguridad de la ONU tiene autoridad para legitimar el recurso a la fuerza. Una coalición voluntaria de democracias liberales dispuesta a poner a sus soldados en peligro no les bastaba. No parece importar que dichas tropas se estén utilizando para hacer cumplir las exigencias del Consejo de Seguridad. Si un país o coalición de países diferente del Consejo de Seguridad de la ONU utiliza la fuerza, incluso como último recurso, no prevalecería el derecho internacional, sino la "anarquía", destruyendo así toda esperanza de alcanzar un orden mundial. Al menos eso creían los manifestantes. Pero esta idea es equivocada, porque conduce a poner grandes decisiones morales (e incluso decisiones militares y políticas existenciales) en manos de Siria, Camerún, Angola, Rusia, China, Francia y otros por el estilo. Si una política está bien cuando la aprueba el Consejo de Seguridad, ¿cómo puede estar mal sólo porque la China comunista, o Rusia o Francia o una panda de dictaduras de poca monta nieguen su aprobación? Quienes se han opuesto a las acciones de la coalición en Irak destacan que el "orden" debe prevalecer sobre la "anarquía".

Pero ¿es esto cierto? ¿Es el Consejo de Seguridad la institución más capaz para garantizar el orden y salvarnos de la anarquía? La historia indica lo contrario. Naciones Unidas surgió de las cenizas de una guerra que la Liga de Naciones fue incapaz de evitar. La Liga simplemente no pudo enfrentarse a Italia en Abisinia, y mucho menos (si hubiera sobrevivido a esa debacle) a la Alemania nazi. Con la euforia causada por la victoria en la II Guerra Mundial, se depositó en el Consejo de Seguridad la esperanza de poder convertir la seguridad en algo colectivo, con lamentables resultados. Durante la guerra fría, el Consejo de Seguridad se vio desesperadamente paralizado. De hecho, la decisión de defender a Corea del Sur de un ataque en 1950 la tomó el Consejo sólo porque Stalin ordenó a sus diplomáticos que boicoteasen los procedimientos de Naciones Unidas, lo que significó que no hubiese por allí ningún embajador soviético que emitiera su veto.

Fue un error que los soviéticos no volverían a cometer. En 1967 y en 1973, ante la inminencia de una guerra, la ONU se retiró de Oriente Próximo, dejando que Israel se defendiera solo. El imperio soviético se vino abajo, y Europa del Este fue liberada, no gracias a la ONU, sino a la madre de todas las coaliciones, la OTAN. Ante las múltiples agresiones de Milosevic, la ONU no pudo parar las guerras de los Balcanes, ni siquiera proteger a sus víctimas. ¿Se acuerdan de Sarajevo? ¿Recuerdan Srebrenica y la matanza de miles de musulmanes que se encontraban bajo la supuesta protección de Naciones Unidas? Hizo falta una coalición de voluntarios para salvar a Bosnia de la extinción. Cuando la guerra terminó, la paz se firmó en Dayton, Ohio, no en la ONU. El rescate de los musulmanes de Kosovo no fue una acción de Naciones Unidas: su causa nunca obtuvo la aprobación del Consejo de Seguridad.

Este siglo presenta nuevos desafíos para las esperanzas de establecer un nuevo orden mundial. No derrotaremos y ni siquiera contendremos al terrorismo fanático, a no ser que podamos llevar la guerra a los territorios en los que se inicia. Esto a veces requerirá el uso de la fuerza contra Estados que albergan a terroristas, como hicimos cuando destruimos el régimen talibán en Afganistán. Los más peligrosos de estos Estados son aquellos que poseen armas de destrucción masiva, armas químicas, biológicas y nucleares capaces de matar no a cientos o a miles, sino a cientos de miles. Irak era uno de esos Estados, pero hay otros. Cualquier esperanza de poder persuadirlos de que nieguen su apoyo o refugio a los terroristas descansa en la certeza y en la eficacia a las que se enfrentan. El fracaso crónico del Consejo de Seguridad a la hora de hacer que se respeten sus resoluciones (con respecto a Irak) es inconfundible: simplemente no está a la altura de la tarea. Así que nos quedan las coaliciones de voluntarios. Lejos de menospreciarlas como una amenaza contra un nuevo orden mundial, deberíamos reconocer que son, por defecto, la mejor esperanza para ese orden y la verdadera alternativa a la anarquía causada por el triste fracaso de Naciones Unidas.