HACIA UNA EUROPA CULTURAL

Artículo de ORIOL PI DE CABANYES en "La Vanguardia" del 20-11-02

 

La cultura no debe medirse por la cantidad sino por la densidad, insistí en el simposio sobre "La ciudadanía europea" que, convocado por la Asociación de Periodistas Europeos, nos reunió en el Centre Internacional de Premsa de Barcelona. ¿Cuánta gente vivía en la Grecia de Pericles o en la Inglaterra de Shakespeare? Y sin embargo, aquellas sociedades, a través de sus creadores, consiguieron fecundar por siglos y generaciones nuestra cultura occidental.

Hoy esta cultura occidental está pasando una fuerte crisis de personalidad. De hecho, se han devaluado sus valores (unos valores que nacieron en el Mediterráneo), en parte tal vez porque han perdido su antigua capacidad de diálogo con el mundo oriental. Cuyas enseñanzas y sensibilidad llegaron tanto a la Grecia de Alejandro como a la Italia del Renacimiento, a través de Venecia.

Es una crisis que se podría explicar por el agotamiento de un modelo hiperracionalista, utilitarista a tope, materialista, centralizador, unidireccional, etcétera, modelo que para sobrevivir debería encontrar en el exterior del propio sistema lógico (y no en el interior, como se creyó hasta la caída del muro) los contrapesos y los elementos de contraste que necesita vitalmente para reidentificar la realidad.

La interrelación entre culturas ha sido constante a lo largo de la historia. En la actualidad este proceso se ha acelerado tan enormemente que existe el peligro de que la globalización (que es básicamente de tipo económico) acabe comportando la disolución de toda diferencia cultural en un magma despersonalizador que acabe impidiendo la posibilidad de nue-vas síntesis regeneradoras al servicio de nuestra evolución como especie.

La diversidad es necesaria para la vida en su más pleno sentido. Aunque ahora nos encontramos con que tal como se impone la globalización, por la fuerza de los hechos materiales, está seriamente amenazada la subsistencia de unos valores -los de la cultura- que tradicionalmente han tendido a actuar de contrapeso a toda clase de apetencias totalitarias.

La lógica de la cultura trabaja contra la lógica de la potencia (y al revés, claro), como ya señalaba Samuel Huntington en la entrevista a "Die Ziet" que publicó el pasado 11 de septiembre "La Vanguardia".

Dejemos de lado ahora si la inhibición europea ante las amenazas a la estabilidad planetaria es una cuestión relacionada con la crisis de la cultura europea, que también lo es, y preguntémonos por qué Europa no es capaz de generar un discurso alternativo -o complementario- al norteamericano, y no sólo desde la política, o desde la economía, sino también desde la cultura.
¿No es ésta una necesidad de primer orden para nuestra propia supervivencia? Observaba Huntington que una cultura común modera el conflicto de potencias. Hasta que la encontró durante el Renacimiento y la Ilustración, Europa se desangró en un rosario de guerras fratricidas. Que, a pesar de todo, continuaron por las pretensiones de Napoleón, Hitler o Stalin a imponer la unión a la fuerza.

Ahora nos encontramos en un nuevo estadio de nuestro desarrollo como europeos. ¿Por qué no ambicionar para Europa la puesta en práctica de un modelo de articulación de la unidad con la diversidad que, lejos de las tentaciones de recorrer a la fuerza para resolver los conflictos entre poderes y culturas, pueda ser útil a escala planetaria?