UNA LECCIÓN EXTERIOR EN CLAVE MUNICIPAL

 

 

  Artículo de RAMÓN PÉREZ-MAURA en “ABC” del 03.06.2003

No. En las elecciones municipales del pasado 25 de mayo el pueblo español no ha recriminado al presidente del Gobierno el papel internacional que ha jugado nuestro país en los últimos ocho meses. Pocos días antes, el 1 de mayo, se habían celebrado idénticos comicios en el Reino Unido con estrepitosa derrota para los socialistas de Tony Blair. Muchos, incluido el vicepresidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, se apresuraron a achacar ese golpe electoral a la causa bélica, tan aparentemente impopular allí como aquí. El razonamiento fallaba por el pedestal: los grandes triunfadores de las municipales británicas fueron los conservadores. Un partido que en conjunto ha apoyado la política de Blair en Irak con más entusiasmo que la mayor parte del laborismo. En cambio, los liberaldemócratas de Charles Kennedy no obtuvieron rédito electoral significativo de su oposición a la intervención del Ejército británico en el país mesopotámico. Pero, cuando a pocos días de las municipales y autonómicas, miembros del Gobierno español empezaron a ponerse previsoras vendas, el barrunto de tormenta nublaba la visión hasta las más altas esferas. Al fin, las cosas han sido ubicadas en su sitio y en la mayor parte de España los resultados electorales traslucen causas de buena y mala gestión doméstica: de Aragón a Baleares, pasando por las capitales andaluzas y por la Costa de la Muerte.

La madurez demostrada por el electorado puede ser prueba de que a los españoles no les parece tan mal que este presidente de su Gobierno se haya reunido con el de los Estados Unidos más veces que la suma de todos los demás jefes del Gobierno de la historia de España. Esta prueba de la privilegiada relación que hoy tiene Madrid con Washington es un capital político de enorme valor, fruto de una coyuntura histórica, cierto, pero también de la forma en que Aznar ha sabido manejarla. Hace dos meses un alto cargo del Ministerio de Exteriores polaco afirmaba a su interlocutor español: «Hemos estudiado con admiración la visión estratégica de España. Ustedes no tienen ni un soldado en combate en Irak y son punto de referencia para Washington. Nosotros estamos allí y...» El probo interlocutor español, funcionario al fin, no se atrevió a decir en voz alta lo que corría por su mente «No se equivoque: ésta es la visión personal del presidente del Gobierno».
España ha logrado este privilegiado emplazamiento en el escenario internacional de forma rápida y por lo tanto su asentamiento es muy inestable. Por encima del hecho fundamental de que nuestro país se haya alineado junto a Estados Unidos -que es el dato básico, fundamental- está la privilegiada relación de José María Aznar con George Bush; el buen entendimiento personal creado entre ambos. Y esa alianza personal tiene fecha de caducidad: primavera de 2004. A partir de entonces, un hipotético presidente del Gobierno perteneciente al Partido Popular seguiría teniendo las puertas de Washington abiertas, mas tendría que construir por sí solo una nueva relación personal. Y si fuese Rodríguez Zapatero quien ocupara La Moncloa corremos el riesgo de que decida más conveniente cerrar ese idilio bilateral. Quienes desde hace meses profieren descalificaciones a la Administración norteamericana («¡indocumentados!», «pandilla de extrema, extrema, extrema derecha», «¡depravados!» y otros finos análisis) ocultan a sus interlocutores un principio que puede llevar a engaño al Partido Socialista: la política exterior norteamericana sigue siendo fruto del consenso. La dirección del Partido Demócrata en el Congreso ha apoyado al presidente Bush en Irak. Sin fisuras. Y quien se precipitó a criticar esa política presidencial, el fallido héroe Al Gore, ha tenido que retirarse de la carrera presidencial de 2004. Hay cosas que el pueblo norteamericano no perdona. Si los demócratas vuelven a la Casa Blanca en 2004 ó 2008 seguirán valorando mucho el apoyo de España en 2003. Si los socialistas ganaran las elecciones legislativas del próximo año, más les valdría construir en política exterior sobre los logros de Aznar. Será un giro incómodo de tomar, pero una minucia comparado con el que hubieron de dar en torno a la OTAN tras la victoria de 1982. Y sería más fácil si se dan los primeros pasos desde ahora.
Si todos admitimos que vivimos en un mundo unipolar, pero en el que deseamos ver un proceder multilateral, el PSOE debe restablecer urgentemente sus relaciones con el Gobierno norteamericano. En sus propias filas tiene interlocutores privilegiados para una acción así, empezando por Javier Solana. Con ello facilitaremos un principio básico de la política exterior de cualquier país: que ésta debe ser previsible. Que sus aliados sepan en qué circunstancias pueden contar con uno y en cuáles otras hay legítimas discrepancias.

A partir de aquí no sería difícil trazar un consenso en uno de los asuntos más trascendentales de nuestra política exterior: Marruecos. La amenaza de inestabilidad en nuestra frontera sur es evidente. Gobierno y PSOE saben que es fundamental garantizar la estabilidad de la Monarquía marroquí como vía más rápida hacia un desarrollo social y democrático. El Gobierno de Rabat quiere pasar la página de Perejil y tiene ante sí la gran cuestión pendiente: el Sahara Occidental. Es ésta la principal baza que en estos días juega la diplomacia francesa para no perder posiciones frente a España: París ha favorecido en los últimos años las tesis de Rabat para la solución del conflicto -al igual que Washington y Londres- mientras que España -junto a Rusia- ha mantenido una posición presentada como neutral -«solución consensuada»- que los marroquíes veían como hostil a sus intereses.  El conflicto de Irak ha alineado a Rabat y Madrid en el mismo bando. Francia está descolocada. Y lo que es más importante, Washington se fía de Madrid, mas no mucho de París. Constrúyase a partir de aquí una nueva relación en la que el Sahara no sea un obstáculo, sino un punto de encuentro. Y afróntese con valor los problemas que puedan generar en nuestra economía una mejora del sector pesquero marroquí o una mayor producción agrícola exportable a Europa y muy competitiva con nuestros productos. Porque la única forma de frenar el auge del fundamentalismo y la inmigración ilegal en nuestra frontera sur es generando empleo allí -es decir, riqueza-.
Los españoles hemos aprendido mucho de la guerra de Irak. Las urnas del pasado 25 de mayo fueron un ejemplo práctico y una lección para nuestra clase política, incluyendo una buena parte del centro derecha, atemorizado, una vez más, por la toma de las calles vista en febrero. Es hora de poner en práctica, todos, las lecciones aprendidas. Y una de las más importantes es que estamos en una nueva y privilegiada posición internacional que el PSOE no puede desperdiciar.