SIRIA: ¿UNA TERCERA GUERRA DE ORIENTE MEDIO?
Artículo de WILLIAM R. POLK en “La Vanguardia” del 28.04.2003
La diminuta aldea de Al Qaim, a orillas del Éufrates, podría ser el punto de
ignición que conduzca a la tercera guerra de Oriente Medio.
Durante miles de años y desde el empleo generalizado de camellos, ha sido el
campamento (el significado árabe de su nombre, Al Qaim) de las tribus nómadas en
sus travesías del gran desierto sirio. Aquí el río Éufrates alimentó rebaños de
ovejas y camellos, mientras los beduinos trabajaban en sus tierras en las
labores propias de temporada. Al Qaim fue, asimismo, punto de estacionamiento de
los soldados, mercaderes y viajeros que recorrían el curso del Éufrates desde el
Mediterráneo hacia el golfo Pérsico a través de Bagdad.
Más tarde, al término de la Primera Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña y
Francia se repartieron Oriente Medio en sus respectivas áreas de influencia, Al
Qaim entró a formar parte del mandato británico sobre Iraq de acuerdo con lo
dispuesto por la Sociedad de Naciones.
Cuando visité por primera vez este lugar, hace cincuenta años, Al Qaim era una
aldea soñolienta, circundada por tierras feraces irrigadas por el caudaloso
Éufrates. Es el último de los lugares sobre cuyo suelo podría uno imaginar que
pudieran desarrollarse acontecimientos dramáticos.
Actualmente podemos estar aproximándonos a tal posibilidad. La Administración
Bush, después de haber conquistado Iraq –sin hallar armamento alguno de
destrucción masiva, cuya existencia su Gobierno había negado reiteradamente, y
sin haber capturado a sus antiguos líderes– ha comenzado a alumbrar nuevas
iniciativas: en primer lugar, ha editado una baraja de cartas con el rango y la
efigie de los más buscados de la lista de dirigentes del partido Baas que quiere
detener; en segundo lugar, ha reforzado las unidades de vigilancia en las
carreteras en dirección a Siria, por donde supone que los líderes y sus familias
podrían intentar huir, y, en tercer lugar, ha iniciado una campaña “diplomática”
para amenazar a los sirios.
Cuando hablé por última vez, en febrero, con el viceprimer ministro Tareq Aziz,
me sorprendió la seriedad con que me juró que nunca huiría de Iraq. “Nací aquí
–me dijo– y aquí moriré. Ésta es mi patria.” Naturalmente, nadie puede saber
cuál será la reacción de una persona al enfrentarse a la muerte, pero creo que
tanto él como la mayoría de los líderes supervivientes del Gobierno iraquí
intentarán seguir ocultos en Iraq. No me imagino que Saddam Hussein, sobre todo,
desee figurar en la memoria del mundo árabe como un cobarde que huyó.
Desaparecer es una larga tradición política. Y no sólo entre los árabes. Como en
el caso del imán islámico oculto, la figura del zar asimismo oculto ha sido una
figura revolucionaria en la historia de Rusia. En épocas de tensión, los rumores
de su “regreso” aglutinaban a los elementos desafectos. Supongo que Saddam
deseará encontrar su lugar en la historia en el marco de este misterio aún no
resuelto, razón por la cual los estadounidenses necesitan matarle.
¿Y qué puede decirse de los demás? Según mi experiencia, durante la crisis de
los misiles en Cuba aquellos de nosotros que intentábamos manejar la crisis en
el seno del Gobierno norteamericano pensamos que era verosímil una guerra
nuclear y enviamos a nuestras mujeres e hijos lejos de Washington, a lugares
donde confiábamos en que estarían a salvo. Y actualmente este posible refugio,
en el caso de los iraquíes, es Siria.
¿Se hallan en condiciones de llegar allí y, en tal caso, sería aceptada su
presencia por parte de Siria?
La respuesta a la primera pregunta es sencilla: en vísperas de la guerra,
probablemente podrían haberse dirigido desde Bagdad a Ar-Ramadi, en la ruta del
Éufrates –yo mismo lo hice en dos ocasiones hace dos meses sin encontrar
controles ni obstáculos de ninguna naturaleza– y desde allí remontar el Éufrates
hasta Al Qaim en una noche en caso de ir por carretera y en pocas horas más en
barco. Camiones, autocares, barcazas y barcos de diverso calado hormiguearon a
lo largo de esta ruta hasta que las fuerzas estadounidenses llegaron a las
puertas de Bagdad.
¿Aceptarían, dado el caso, los sirios a los iraquíes sobre su suelo? Una
respuesta rápida consiste en responder afirmativamente a la pregunta. En todas
aquellas sociedades imbuidas de valores de carácter tribal, la garantía de asilo
constituye un deber absoluto. Si nos remontamos a las épocas anteriores al
islam, dejar de honrar este precepto acarreaba la mayor pérdida de reputación en
que un pueblo podía incurrir. Y no se trata de una cuestión privativa del mundo
árabe: podemos constatar que los pueblos tribales que residen a lo largo de la
frontera afgano-pakistaní –por más que se hallen sumidos en la más miserable
pobreza– no picarán el anzuelo de un (para ellos impensable) soborno de
cualquier especie con tal de revelar la más mínima pista sobre Ossama Bin Laden.
Y, en el caso de los sirios, rechazar a los refugiados iraquíes constituiría una
actitud infamante que caería sobre ellos como un baldón a lo largo de
generaciones.
Pero hay que contar con otro lazo que presumiblemente debe haber afectado a los
sirios: ambos gobiernos –el sirio y el iraquí– han actuado a impulsos de una
forma radical de nacionalismo laico conocido como baasismo (partido del
renacimiento árabe). Hace unos años, las dos tendencias de este movimiento se
escindieron y llegaron a oponerse, aunque ambas conservaron como mínimo una
actitud respetuosa por el movimiento primigenio y original que compartían.
El factor importante, con todo, estriba en la lección que los sirios puedan
extraer del caso de Iraq. ¿Qué balance harán?
Como me dijo Tareq Aziz y afirmaron sus colegas en el Gobierno, el Gobierno de
Estados Unidos había decidido de hecho atacar a Iraq prescindiendo de lo que
ellos hicieran o del resultado de los informes de los inspectores de las
Naciones Unidas. El mismo Hans Blix ha confirmado recientemente su punto de
vista: en una mordaz crítica a la Administración Bush, Blix ha declarado que
Estados Unidos había falsificado pruebas y había decidido ya desde un principio
el desencadenamiento de la guerra. ¿Cabe aventurar que Siria fuera a esperar
menos de todo esto?
Pero es menester subrayar todavía que la política estadounidense fue objeto de
explicación pormenorizada en las propuestas de los “halcones” neoconservadores.
¿En qué consisten estos documentos y qué dicen?
En 1992, Paul Wolfowitz, entonces subsecretario de Defensa, redactó una
propuesta política en la que abogaba por un ataque preventivo contra Iraq y
contra cualquier país que estuviera en condiciones de desafiar a Estados Unidos.
Cuando se publicó su texto, fue rechazado; sin embargo, constituyó la base de lo
que conforma actualmente la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos.
La idea de un ataque contra Iraq y contra Siria recibió un nuevo empujón en 1996
a cargo de Richard Perle y otros neoconservadores, en un documento escrito para
la estrella entonces en ascenso del primer ministro de Israel de la extrema
derecha, el Likud. El proyecto neoconservador para derrocar (en primer lugar) al
régimen iraquí se presentó dos años después a la consideración de Bill Clinton.
Posteriormente, en el texto del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, del año
2000, los neoconservadores trazaron las líneas maestras de lo que iba a
convertirse en el fundamento de la política exterior de la Administración Bush.
Paul Wolfowitz y otros aprovecharon sin vacilar el ataque del 11 de septiembre
del 2001 contra el World Trade Center en Nueva York, que vincularon a Iraq, para
poner en práctica las ideas y objetivos que habían estado defendiendo durante
tanto tiempo: la reestructuración total del Oriente Medio árabe en colaboración
con Israel. Iraq sería la primera diana; Siria, la segunda.
Como Colin Powell –en calidad de secretario de Estado– advirtió el pasado 13 de
abril, Siria ha constituido “motivo de preocupación durante mucho tiempo”.
¿Qué sucederá ahora? Mi predicción apunta a un periodo, tal vez de seis meses de
duración, caracterizado por el ejercicio de una fuerte presión sobre Siria a fin
de que se desembarace de su pretendida posesión de armas de destrucción masiva y
corte radicalmente toda clase de lazos con el fundamentalismo islámico. Pero lo
que haga Siria no satisfará; se exigirá un cambio de régimen..., cosa que,
probablemente, únicamente podrá alcanzarse mediante una invasión.
La invasión exigirá tiempo; presumo que verosímilmente el momento sea a finales
de otoño, dado que se ha utilizado tanto armamento en Iraq que se precisarán
nuevos suministros de armas y el verano no es época fácil para lanzar una
campaña bélica. Asimismo, la Administración Bush tratará nuevamente de obtener
el apoyo de la ONU.
Sin embargo, en el caso de que se trame –o cuando se trame– un ataque contra
Siria, es probable que parta parcialmente de la nueva base de Estados Unidos en
Iraq. Consiguientemente, aquella aldea de Al Qaim es el lugar idóneo de
observación.
WILLIAM R. POLK, director
de la fundación W. P. Carey. Autor, entre otros, de “The United States and the
arab world”
Traducción: José María
Puig de la Bellacasa