LA REVOLUCIÓN NEOCONSERVADORA EN EE.UU.

  Artículo de WILLIAM R. POLK  en “La Vanguardia” del 22.01.2004


Los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001 contra el World Trade Center en Nueva York y el Pentágono en Washington permitieron el acceso al poder en Estados Unidos de una notable camarilla de hombres cuidadosamente preparados, con grandes relaciones entre sí y una gran motivación ideológica. Pese a haber sido nombrados por el entrante gobierno de Bush, la llegada a la supremacía de los neo- conservadores (“neocons”) ha sido tan espectacular que algunos han considerado que se trataba casi de un golpe de Estado.

En un grado sin precedentes en la experiencia política estadounidense, los neoconservadores guían hoy las políticas del presidente George W. Bush y su Consejo de Seguridad Nacional; trabajan conjuntamente y bajo los auspicios del vicepresidente Dick Cheney; controlan casi por completo el “establishment” militar más poderoso del mundo y neutralizan las opiniones contrarias en el Departamento de Estado. Cuando fueron incapaces, al menos en un principio, de convencer a los organizaciones de los servicios de inteligencia para que afirmaran lo que ellos querían oír, fundaron su propia “Oficina de Planes Especiales”. La polí-tica exterior estadounidense opera con el mapa neoconservador y según sus especifi-caciones. Actuando en conjunción con la dirección republicana en el Senado y la Cámara de Representantes, formando estrechos y lucrativos lazos con los principales contratistas de defensa en lo que el presidente Dwight Eisenhower denominó el “complejo militar-industrial”, garantizando una financiación masiva para sus “laboratorios de ideas” y utilizando el poder de sus cargos para silenciar a los críticos, los neoconservadores forman hoy un gobierno virtual dentro del propio Gobierno de Estados Unidos.

Siendo como son hombres con un poder tan inmenso y sin precedentes al mando de campañas militares en todo el mundo con operaciones en más de 150 países que repercuten en las relaciones económicas entre los países y postulando como postulan un programa orientado a dominar el mundo del siglo XXI, resulta sorprendente lo poco conocidos que son todavía los neoconservadores.

¿Quiénes son esos hombres? ¿Qué los motiva? ¿Cómo están tan vinculados entre sí? ¿Cómo extraen fuerzas del gobierno de Bush en la Casa Blanca, la dirección republicana en el Congreso y una amplia diversidad de empresas estadounidenses? ¿Cómo han conseguido silenciar a sus oponentes y convencer a la mayoría de estadounidenses de que no son revolucionarios radicales, sino conservadores tradicionales? ¿Qué hacen ahora y que se proponen hacer? Este artículo y los que seguirán responden a todas estas preguntas.

Cuando los miembros de la Administración de Bush tomaron posesión de sus cargos, pocos observadores prestaron atención a los neoconservadores. Casi ninguno procedía de la tradicional “elite del poder” de Washington. Muchos eran antiguos académicos; unos pocos llegaron al gobierno como la mayor parte del gobierno de Bush, procedentes del mundo empresarial, y, en tanto que mayoritariamente judíos, pocos pertenecían a los clubs sociales y políticos de los republicanos, que solían ser todavía “wasp” (blancos, anglosajones y protestantes). No cabía duda de que eran “outsiders”, aunque habían sido adoptados ya por los funcionarios de la “vieja guardia”. El vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld habían trabajado con algunos en la década de 1980, durante los gobiernos de Reagan y Bush padre; luego, en la década de 1990, mientras duró el gobierno de Clinton, colaboraron con ellos en proyectos orientados a moldear las políticas estadounidenses con miras a una vuelta al poder. Durante la transición desde la Administración de Clinton a la de Bush, Cheney los utilizó como agentes suyos y colocó a muchos en cargos gubernamentales clave.

En consecuencia, aunque pocos periodistas o miembros del Congreso se hubieran fijado demasiado en ellos durante los primeros meses del nuevo gobierno, los neoconservadores ocupaban ya cargos cuando el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 les brindó su oportunidad. Tras el atentado, eran los únicos del entorno presidencial que tenían un plan, estaban decididos a llevarlo a cabo y tenían la capacidad para hacerlo. Confuso y asustado por los acontecimientos, el presidente Bush, alentado por el vicepresidente y el secretario de Defensa, se volvió hacia ellos en busca de consejo; en realidad, lo que hizo fue entregarles las riendas del gobierno. Los neoconservadores se apoderaron ávidamente de ellas y se lanzaron en el acto a una guerra de represalias contra las huestes talibán del movimiento Al Qaeda que encabeza Ossama Bin Laden.

El éxito aparente o al menos inicial de la guerra afgana contribuyó a solidificar su influencia sobre el presidente Bush y su equipo y, a pesar de los recelos, sobre el estado mayor militar. Ni siquiera los periodistas, de costumbre escépticos, plantearon objeción alguna. Los neoconservadores no sólo parecían tener respuestas para todas las supuestas amenazas a la seguridad de Estados Unidos, sino que sintonizaban con la opinión pública. La campaña afgana suscitó una respuesta patriótica instintiva, fue tremendamente popular y proporcionó una tranquilizadora demostración del poderío estadounidense.

Ahora bien, por útiles que resultaran en la consolidación de su poder, Afganistán y el movimiento Al Qaeda nunca fueron los asuntos centrales para los neoconservadores. Desde el primer día después de los atentados del 11-S, tal como informó el jefe de la camarilla, Paul Wolfowitz, al presidente Bush, el verdadero objetivo era el régimen de Saddam Hussein en Iraq. Afganistán suponía sólo un primer paso, una especie de prueba de lo que sería una campaña casi ilimitada –conocida en el alto mando militar como “drenaje de la ciénaga”– con ataques proyectados contra Iraq, Siria, Líbano, Libia, Irán, Somalia y Sudán. Llevaban planeándolo desde la década de 1980 y por fin tenían la capacidad para hacerlo.

Con el fin de comprender qué planeaban y por qué lo planeaban, debemos presentar a los integrantes de la camarilla y explicar la intensidad de su compromiso con la remodelación de Oriente Medio y, en última instancia, de todo el mundo islámico. Y... más allá.

WILLIAM R. POLK, nombrado por John F. Kennedy miembro del consejo de planificación política del Departamento de Estado entre 1961 y 1965. Director de la Fundación W. P. Carey
Traducción: Juan Gabriel López Guix