LA INSPIRACIÓN DE LOS NEOCONSERVADORES
Artículo de William
R. Polk en “La Vanguardia” del
25.01.2004
Muy breve comentario al final:
¡QUIERO CONFESARME Y
ARREPENTIRME!
L. B.-B. (26-1-04)
Los neoconservadores alcanzaron el
poder con tanta rapidez, casi de la noche a la mañana, tras los atentados del
11 de septiembre del 2001, que eran prácticamente desconocidos. Existían pocas
pistas acerca de sus fuentes de inspiración; sólo ahora empiezan a verse con
claridad los antecedentes. Los propios éxitos cosechados permiten seguir su
evolución y establecer los modos en que están organizados. Además, a pesar de
sus diferencias individuales, forman un grupo tan estrecho que es posible
considerarlos como un conjunto.
Los datos muestran cuatro fuentes de inspiración. En primer lugar, muchos
estuvieron influenciados en su juventud por el movimiento trotskista. Al
crecer, saltaron al otro lado del espectro político desde la izquierda radical
hasta la derecha radical. En el salto, no abandonaron el compromiso con uno de
los principios rectores de León Trotsky, a saber, que
la política mundial debía moldearse y controlarse mediante la “revolución
permanente”. Según Trotsky, sus oponentes no podrían
construir nunca una oposición eficaz porque se verían abrumados por una
avalancha de insurrección.
Los neoconservadores estadounidenses adaptaron la revolución permanente de Trotsky a su ideología radicalmente derechista bajo la
forma de “guerra permanente”. En palabras de un miembro del grupo, el antiguo
director de la CIA James Woolsey: “Esta cuarta guerra
mundial durará, según creo, mucho más de lo que duraron para nosotros la
Primera y la Segunda Guerra mundiales. Esperemos que no sean las más de cuatro
décadas de la guerra fría” (1).
La guerra continua ha sido adoptada como elemento clave de la política
estadounidense ideal por parte de los neoconservadores. Consideran que, bajo la amenaza que plantea y la destrucción real que
comporta, los oponentes exteriores serán intimidados o destruidos, mientras que
los oponentes internos serán desestabilizados, arrastrados en la corriente de
los acontecimientos y silenciados por los imperativos del patriotismo. De tal
modo, la guerra les proporcionará lo que Trotsky consideró
que la guerra proporcionaría al comunismo: una fuerza irresistible.
La segunda influencia de los neoconservadores procedió de la obra de un
profesor de ciencias políticas poco conocido de la Universidad de Chicago,
donde estudiaron Wolfowitz y Jalilzad.
Leo Strauss, un exiliado alemán, entusiasmó (y halagó) a sus protegidos con la
creencia de que había descubierto en la filosofía griega significados secretos
que sólo podía comprender una pequeña elite: ellos (2). También justificó “el
derecho natural del más fuerte”, utilizado más tarde por los neoconservadores
para justificar el derecho de Estados Unidos a reprimir a cualquier Estado que
pudiera constituir un desafío. Esto es, la guerra preventiva.
De ello se seguía que, si la guerra era necesaria para el éxito de la política
estadounidense, los intentos de controlar las armas sólo contribuirían a
debilitar el país. Esta conclusión fue avanzada por Albert Wohlstetter,
estratega neoconservador de la guerra fría de la Universidad de Chicago y la Rand
Corporation. A Wohlstetter,
resuelto partidario de la amenaza de la fuerza, se le atribuye haber acuñado la
escalofriante expresión “el delicado equilibrio del terror” para referirse a su
tipo de política exterior. Se dice también que fue uno de los modelos para el
personaje del doctor Strangelove.
Además del compromiso con la guerra permanente y la creencia de constituir una
pequeña elite esotérica que dirigía una política de fuerza unilateral, los
neoconservadores están motivados por una afinidad con Israel que raya en el
patriotismo. Y no sólo con Israel o con el movimiento sionista en general, sino
que se identifican con la extrema derecha del movimiento sionista. En ello, su
fuente de inspiración ha sido el dirigente sionista radical Zeev
(Vladimir) Jabotinski, quien en la década de 1930
defendió el empleo de un “sionismo muscular” para conquistar a cualquier precio
todo Eretz Israel. Retomado por el partido Likud, el movimiento israelí de extrema derecha que creció
de las organizaciones terroristas Irgun y Stern, el sionismo muscular se encuentra hoy personificado
por Ariel Sharon. Es con él y sus ideas con lo que se identifican los
neoconservadores estadounidenses.
En estrecha relación con tales creencias, los neoconservadores han establecido
una entrelazada serie de pertenencias a “laboratorios de ideas” proisraelíes,
comprometidos políticamente y bien financiados. Aunque esa media docena de
instituciones constituyen entidades separadas, sus juntas directivas,
benefactores y cargos nombrados son en parte coincidentes. Representan quizás
el ejemplo supremo de lo que en las escuelas empresariales se ha dado en llamar
“creación de contactos”. Así, un “becario” de una puede ser director o
investigador de otra, y los individuos son a menudo directores de dos o más.
Esta estrecha organización e influencia permite a los neoconservadores
reforzarse mutuamente.
El mayor grupo es el Instituto Empresarial Americano (AEI) de Washington, que
en el 2000 declaró un presupuesto de 24,5 millones de dólares. Richard Perle,
Michael Ledeen, Joshua Muravchik,
Michael Rubin y otros neoconservadores aparecen en
las listas de “investigadores residentes” o “becarios residentes”, y en él han
participado o participan el vicepresidente, Dick Cheney, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.
El Instituto para Políticas de Oriente Próximo de Washington (Winep) es algo más pequeño. En el 2000, recibió
subvenciones desgravables por valor de 4,1 millones de dólares. Su director
fundador fue Martin Indyk, que había sido antes
director de investigación del importante lobby proisraelí Comité de Asuntos
Públicos Estadounidense-Israelí (Aipac). En 1993,
tras ser hecho a toda prisa ciudadano estadounidense, Indyk
se convirtió en ayudante especial del presidente Clinton y director para
Oriente Medio del Consejo de Seguridad Nacional. Más tarde fue nombrado
embajador en Israel y subsecretario de Estado para Oriente Medio y el Sudeste
Asiático. El Winep está hoy dirigido por Dennis Ross,
que actuó como coordinador del presidente Clinton en el proceso de paz de
Oriente Medio. Entre los investigadores y el personal que comparte con otros
institutos neoconservadores se encuentran Robert Satloff
(director de política), Patrick Clawson (director de
investigación), Michael Rubin y Martin Kramer.
El Instituto Judío para Asuntos de la Seguridad Nacional (Jinsa),
que fue fundado en 1976, gestiona un presupuesto anual de unos 1,5 millones de
dólares. Prácticamente fusionado con otro grupo, el Centro para la Política de
Seguridad (CSP), posee una impresionante junta directiva que incluye al
vicepresidente, Dick Cheney,
y los neoconservadores Paul Wolfowitz, Richard Perle,
el subsecretario de Estado, John Bolton, el subsecretario de Defensa, Douglas Feith, Michael Ledeen, la antigua
embajadora en las Naciones Unidas Jeanne J. Kirkpatrick,
Stephen Bryen, Joshua Muravchik,
Eugene Rostow y el ex director de la CIA James Woolsey, además de varios generales y almirantes retirados.
Es posible que ningún otro grupo haya hecho una campaña más infatigable que el Jinsa/CSP en favor de un “cambio de régimen” en Oriente
Medio, contra la limitación de armas y por el programa denominado “guerra de
las galaxias”. No constituye, pues, sorpresa alguna que la mayoría de sus
fondos procedan de contratistas del Departamento de Defensa, fundaciones
conservadoras y destacados derechistas. Ha colocado a
casi dos docenas de sus miembros, investigadores, directores y asesores en
puestos elevados del Gobierno de Bush.
El Instituto Hudson fue fundado en 1961 por Herman Kahn,
que era por entonces un destacado partidario de la guerra nuclear contra la
Unión Soviética (3). Mantiene un activo programa relacionado con Oriente Medio
bajo la dirección de Meyrav Wurmser,
cuyo marido, David, es el principal asesor de John Bolton, el “halcón” de mayor
rango en el Departamento de Estado. Richard Perle es uno de los miembros del
consejo de administración.
El Foro de Oriente Medio, el grupo más pequeño, es también el más estridente.
Utiliza donaciones desgravables por valor de unos 1,5 millones de dólares al
año para realizar una vigorosa campaña en favor del gobierno del Likud en Israel. Los miembros clave de su personal están
también relacionados con el AEI y el Winep.
El director del Foro, Daniel Pipes, a quien el presidente Bush ha hecho hace
poco miembro de la junta del Instituto de la Paz de Estados Unidos, organizó
una iniciativa llamada Campus Watch (Obervatorio Universitario). Su objetivo es denunciar y
atacar a los profesores universitarios críticos con Israel o la política estadounidense
en Oriente Medio. Su colega Martin Kramer (antiguo
director del Centro Moshe Dayan
de la Universidad de Tel Aviv) ha ampliado el ataque para incluir también al
Departamento de Estado, de manera muy parecida a cómo el antiguo “lobby de
China” atacó a los sinólogos en la época de McCarthy.
Gracias al apoyo de esta diversidad de organizaciones y con estrechos lazos
ideológicos, por vínculos de amistad e incluso matrimoniales, los
neoconservadores han hecho uso de las oportunidades proporcionadas por los
atentados del 11-S para conseguir lo que el antiguo subsecretario de Estado
David Newsom ha etiquetado como un “un golpe de
Estado en gran medida pacífico”. Según Newsom, “los
miembros del grupo se han envuelto en la bandera”, de modo que se ha “creado
una atmósfera de intimidación sobre la base del patriotismo con el objetivo de
acallar las críticas y las opiniones contrarias”.
WILLIAM R. POLK, nombrado por John F.
Kennedy miembro del consejo de planificación política del Departamento de
Estado entre 1961 y 1965. Director de la Fundación W. P. Carey
©
William R. Polk
Traducción:
Juan Gabriel López Guix
Muy breve comentario al final:
¡QUIERO CONFESARME Y
ARREPENTIRME!
L. B.-B. (26-1-04)
Debo confesar mis culpas ante Ustedes:
leyendo a Polk y otros lúcidos autores me estoy dando
cuenta de mi gran irresponsabilidad y debilidad mental, por haberme dejado
conducir por una camarilla tan malévola hacia una guerra tan injusta. La única
atenuante que disminuye mi culpabilidad es que me he dejado influir por
opiniones poco solventes: el pueblo americano y los medios de comunicación más
importantes de los Estados Unidos deben ser débiles mentales infiltrados de
"halcones" ominosos. También media Europa ha errado. Havel, Glucksman y otros creadores de opinión carecen de la
categoría intelectual y política de Chirac, Schröeder,
los dirigentes de la izquierda española y diversos columnistas de "El
País" y "El Periódico". Existe una conjura judeomasónica
y tejana para destruir la civilización. Hasta siento lástima por el aspecto
desaliñado y barbudo de Hussein. ¡Pobres! ¡Cuanto
sufren él y los insurgentes iraquíes por culpa del malévolo Bush y los "neocons"! Deberían haber dejado pudrirse por los
siglos de los siglos a Irak y el Oriente Próximo. Que Llamazares y las
"fuerzas de la cultura" nos orienten y protejan.