LA INTERMINABLE CRUZADA NEOCON
Artículo de
WILLIAM R. POLK
en “La Vanguardia” del
27/01/2004
En Iraq, la política neoconservadora se ha llevado en gran medida a la práctica.
¿En qué otros lugares buscarán los neoconservadores aplicar el poderío
estadounidense? Ya han señalado dos objetivos: Siria e Irán.
El hombre clave en ambos es Michael Ledeen, quien paradójicamente tiene un
apellido muy parecido a Ossama Bin Laden. Fue Leeden el autor de una directriz
política descarnada pero fundamental: “Cada diez años más o menos, Estados
Unidos tiene que elegir algún país de mierda y empujarlo contra la pared, sólo
para enseñarle al resto del mundo que vamos en serio” (1).
“Esta doctrina de lo que llaman anticipación o guerra preventiva”, escribió el
destacado historiador estadounidense Eric Foner, “es exactamente el mismo
razonamiento que utilizaron los japoneses para atacar Pearl Harbor” (2).
Siria es el “país de mierda” que más les gusta odiar a los neoconservadores.
Para ellos es importante porque el Gobierno israelí teme ser incapaz de imponer
sus condiciones a los palestinos mientras Siria siga siendo una importante
potencia árabe. En consecuencia, tal como lo ven Sharon y sus colegas, ahora que
Iraq está dominado, el siguiente de la lista debería ser Siria. Es la política
propugnada por Richard Perle, Douglas Feith y David Wurmser en su documento de
la “ruptura radical” preparado para el Gobierno del Likud. Y en este contexto
deben valorarse los últimos ataques aéreos contra objetivos en Siria.
Evidentemente, su propósito era advertir al Gobierno sirio de que no apoyara el
movimiento de la resistencia palestina.
¿E Irán? Como ha escrito Marc Perelman: “Una coalición en ciernes de halcones
conservadores, organizaciones judías y monárquicos iraníes presiona a la Casa
Blanca para que redoble los esfuerzos cara a conseguir un cambio de régimen en
Irán... La naciente coalición recuerda los preparativos para la invasión de
Iraq” (3). En el lugar ocupado por Ahmed Chalabi como candidato de los
neoconservadores para gobernar Iraq, el favorito para tomar el poder en Irán es
Reza Palhevi, hijo del último sha. El joven pretendiente, por su parte, ha
establecido “discretos contactos con altos funcionarios israelíes... el primer
ministro Sharon y el antiguo primer ministro Beniamin Netanyahu”.
Como en la campaña iraquí, la publicidad de la nueva aventura es llevada a cabo
por “The Weekly Standard”, la revista neoconservadora de William Kristol. Más
importante es que Michael Rubin, el especialista del Winep sobre formas de
derribar regímenes, se ha unido a la Oficina de Planes Especiales de Abram
Shulsky para garantizar que los informes de los servicios de inteligencia
corroboran la política neoconservadora. En segundo plano también se ha mostrado
activo Michael Ledeen, quien ha afirmado que el actual régimen iraní está a
punto de derrumbarse. Sólo necesita un empujón. Deberíamos dárselo, según afirmó
en una conferencia pronunciada en el Jinsa el 30 de abril del 2003: “Se acaba el
tiempo para la diplomacia; es tiempo de un Irán libre, una Siria libre y un
Líbano libre”.
Con patrocinio del Congreso, Ledeen y otros hombres de ideas afines han creado
la Coalición para la Democracia en Irán con el objetivo de unir las fuerzas
necesarias para conseguir un “cambio de régimen”. Del mismo modo que asesoraron
al presidente Bush diciéndole que los iraquíes recibirían a los soldados
estadounidenses con flores, los neoconservadores aseguran hoy que los persas
cantarán y bailarán por las calles.
La lista de países seleccionados no se acaba en Irán. Los planificadores
militares han mencionado también Pakistán, Libia, Somalia y Sudán. Se ha soltado
incluso un globo sonda para ver la reacción de una iniciativa contra Arabia
Saudí.
Antes de abandonar la presidencia de la Junta de Política de Defensa, Richard
Perle convocó una reunión informativa a cargo de un partidario de atacar Arabia
Saudí. Laurent Murawiec describió Arabia Saudí como “la raíz del mal, el primer
móvil, el oponente más peligroso” de Estados Unidos en Oriente Medio (4).
Recomendó que los “funcionarios estadounidenses dieran un ultimátum para que
dejara de respaldar el terrorismo o hiciera frente a la toma de los campos
petrolíferos y los activos financieros invertidos en Estados Unidos”. Los
resultados fueron predecibles: los saudíes retiraron inmediatamente varios
centenares de miles de millones de dólares de Estados Unidos y decidieron no
permitir que los soldados y aviones estadounidenses operaran contra Iraq desde
territorio saudí.
Sin amilanarse, la revista neoconservadora “The Weekly Standard” publicó casi al
mismo tiempo que la reunión un artículo titulado “El próximo enfrentamiento
saudí”, y ese mensaje fue retomado por la revista del Comité Judío
Estadounidense, “Commentary”, con un artículo aún más explícito titulado
“Nuestros enemigos, los saudíes”. De todos modos, en parte quizá porque la
familia Bush e importantes apoyos empresariales del Gobierno Bush tienen ahí una
gran implicación, Arabia Saudí parece haber sido abandonada como objetivo. Sin
embargo, quedan muchos objetivos potenciales.
Corea del Norte estaba en los puestos superiores de la lista hasta que resultó
evidente el catastrófico coste de una campaña contra ese país. Como se cree que
ya posee armas nucleares y como las unidades avanzadas de su Ejército están al
alcance de la artillería de la capital surcoreana, Seúl, parece haberse
asegurado la inmunidad contra un ataque. En realidad, los más o menos 30.000
soldados estadounidenses estacionados en el país son más rehenes que fuerza
disuasoria.
La probable lección que al menos algunos gobiernos extraerán del contraste entre
Iraq y Corea es que la “supervivencia del régimen” tiene que conquistarse
consiguiendo un arma nuclear del modo más rápido y secreto posible. La posesión
de una bomba es el billete de Corea para la seguridad; ser atrapado intentando
hacerse con una supuso la condena a muerte de Saddam; muchos creen que podría
seguir en el poder de haber esperado a tener una bomba para atacar a Kuwait.
Irán estará hoy sopesando esas lecciones mientras reflexiona sobre su respuesta
a los planes de los neoconservadores. Probablemente no se encuentra solo.
Mientras tanto, las tropas estadounidenses ya están implicadas en una prolongada
guerra de guerrillas en Filipinas; es posible que participen de modo más intenso
en operaciones en Colombia; además, hoy mantienen bases en al menos 14 países
africanos y varias decenas más en Asia central y del sur, el Pacífico y América
Latina. Éstos son los hechos, pero las fantasías siguen ahí: se dice que las más
desenfrenadas incluyen incluso la China continental.
Convertir las fantasías en planes es casi automático: el trabajo de la
oficialidad de cualquier ejército es planear contingencias futuras. Sin embargo,
convertir los planes en acción exige importantes decisiones políticas. ¿Son
siquiera concebibles tales decisiones?
Por supuesto, nadie puede saberlo. Lo que sabemos son dos posiciones
contradictorias: por un lado, el mando militar estadounidense ha dicho al
Gobierno que la carga es insostenible con fuerzas convencionales. Desea
desarrollar armas nucleares “utilizables” para guerras pequeñas. También ha
instado a dejar de lado el unilateralismo y que se hagan esfuerzos para
aglutinar el apoyo de al menos 70 países. Hasta la fecha, la respuesta ha sido
escasa. Como han puesto de manifiesto las encuestas de opinión, la actual
política estadounidense es muy impopular en casi todas partes (5).
Puede que incluso sea “insoportable” también financieramente según muchos
economistas, incluido el respetado banquero de inversión Felix Rohatyn (6). Como
han señalado los historiadores, lo que en última instancia acabó con Roma y
otros imperios no fue la derrota militar, sino el derrumbe financiero. Se ha
estimado que, en Estados Unidos, el plan diseñado por el neoconservador James
Woolsley para la generación de una “guerra permanente” costaría al menos 15
billones de dólares.
¿Tendrá cuidado el presidente Bush?
Los augurios no son favorables.
En un discurso pronunciado en el Instituto Empresarial Americano, llamó a los
neoconservadores “algunos de los mejores cerebros de nuestro país”. No obstante,
Bush podría cambiar de opinión. A medida que vea el grado de hostilidad
engendrado por sus políticas, que aumente la cifra de bajas en Afganistán e Iraq
y que se acerquen las elecciones presidenciales, quizá acabe considerando a los
neoconservadores como un lastre político.
En última instancia, la opinión pública estadounidense y el señor Bush deben
darse cuenta de que, como editorializó la revista neoconservadora “The
Economist”, los neoconservadores no son conservadores (7). Son radicales. Sus
planes equivalen a una cruzada mundial. Con todas sus connotaciones históricas
antimusulmanas, ésa es precisamente la palabra más premeditada para perpetuar el
movimiento por la senda deseada por los neoconservadores, una guerra permanente
e interminable.
Bush deberá decidir si la opinión pública aceptará esa senda.
WILLIAM R. POLK, nombrado por John F. Kennedy miembro del
consejo de planificación política del Departamento de Estado entre 1961 y 1965.
Director de la Fundación W. P. Carey
Traducción:
Juan Gabriel López Guix