DE AQUELLOS POLVOS VIENEN ESTOS LODOS

 

 Artículo de MIQUEL PORTA PERALES, Crítico literario y ensayista,  en  “ABC” del 20/02/2004

Y yo me pregunto por qué se sorprenden algunos ante el comunicado de ETA que anuncia «la suspensión de su campaña de acciones armadas en Cataluña». A quien lea con atención el comunicado, y conozca las ideas generadas por el nacionalismo catalán durante las dos últimas décadas, la decisión de la banda no le pillará desprevenido. Y es que, entre uno y otras, entre comunicado e ideas, existe un cierto aire de familia. Para corroborar lo dicho, les propongo una lectura paralela del escrito etarra y del pensamiento político del nacionalismo catalán. Veamos, ¿cómo justifica ETA la tregua en Cataluña? Estas son sus «razones»: porque «Cataluña y Euskal Herria son dos naciones oprimidas por los Estados español y francés, divididas territorialmente en base a fronteras artificiales impuestas por la fuerza de las armas»; porque en las últimas décadas «se ha dado una clarificación y un empuje importante en las fuerzas independentistas y una amplia conciencia sobre la necesidad del reconocimiento del derecho de autodeterminación que les corresponde a los pueblos oprimidos por el Estado español»; y porque «Euskal Herria y Cataluña son las cuñas que están haciendo crujir el caduco entramado del marco institucional político impuesto» por el Estado español a través del Estado de las Autonomías. Pues bien, estas tres «razones» -nación oprimida, autodeterminación, ruptura del marco constitucional establecido- son precisamente las que ha fomentado el nacionalismo catalán desde la Transición hasta hoy. Y son las que, como diría un marxista, justifican en última instancia un texto que lleva el revelador título de «Catalunya-Euskal Herria: solidaridad y respeto». Para entender el porqué del anuncio etarra, así como para calibrar sus consecuencias, resulta obligado detenerse en el discurso nacionalista catalán que favorece que la banda escriba lo que escribe.

La idea de que Cataluña -como la Euskal Herria del nacionalismo vasco llamado democrático y de ETA- es una nación secularmente oprimida por España y Francia es consubstancial al discurso nacionalista catalán. Si alguien, por ejemplo, repasa los textos escolares y no escolares ad usum en Cataluña recibirá el siguiente mensaje: Cataluña era una nación independiente en el siglo X; el Compromiso de Caspe supuso un duro golpe para las libertades de Cataluña; en el siglo XVII existió un imperialismo castellano con vocación aniquiladora; el Tratado de los Pirineos supuso la mutilación de una Cataluña que se repartió entre España y Francia; el Decreto de Nueva Planta significó el fin del Estado catalán. Y la nación catalana -por cierto: el nacionalismo catalán, ¿cuándo aceptará la pluralidad nacional que reclama a los demás?- no sólo está políticamente oprimida, sino también fiscalmente expoliada por ese Estado depredador que es España.

El llamado derecho de autodeterminación -también como en la Euskal Herria del nacionalismo vasco llamado democrático y de ETA- es otra de las joyas de la corona del nacionalismo catalán. Aquí, el argumento adquiere la forma de silogismo: si Cataluña es una nación, si las naciones tienen derecho a la autodeterminación, de ello se deduce que Cataluña tiene derecho a la autodeterminación. ¿La Constitución? No cuenta. ¿Las resoluciones de la ONU que establecen los límites de tal supuesto derecho? Tampoco cuentan. Lo que cuenta -como en la Euskal Herria de Ibarretxe y Otegui- es el ser una nación. En efecto, por ser una nación -algún día habrá que hablar de la realidad «nacional» de Cataluña- se tiene ganado el cielo de la autodeterminación. Lo dijo Carod-Rovira hace apenas un mes, después de haberse entrevistado con ETA: «Nos reafirmamos en la defensa del derecho democrático que tiene la nación catalana a decidir libremente su futuro, de acuerdo con el reconocimiento de su derecho a la autodeterminación». Ese discurso me suena. No nos ensañemos con Carod-Rovira. Él no es el único. Apunten: como respuesta al acuerdo firmado entre el PNV y EA el 6 de julio de 2001, en el que ambas fuerzas políticas no renunciaban al derecho de autodeterminación, Artur Mas declaraba que la «autodeterminación es un derecho natural de los pueblos». Insisto, el discurso me suena.

La ruptura del marco constitucional establecido es la tercera «razón» que permite constatar los paralelismos existentes entre el nacionalismo catalán y el vasco. En efecto, en Cataluña se está planteando también el cambio de modelo de Estado. En Cataluña, hay que admitirlo, el proceso tiene poco ver -afortunadamente- con el ensueño etnicista y antidemocrático de Ibarretxe. Pero, las similitudes existen. Así, CiU argumenta que «Cataluña es titular de derechos históricos que amparan la propuesta de nuevo Estatuto». Y Carod-Rovira -en la declaración antes citada- reivindicaba la apertura de un «periodo constituyente para el reconocimiento de las naciones catalana, vasca y gallega».

Se podrá objetar que el nacionalismo catalán está en su derecho de pensar que Cataluña es una nación oprimida y explotada, que la autodeterminación es una alternativa defendible siempre y cuando se haga de forma pacífica, y que la Constitución prevé la reforma del Estatuto. De acuerdo. Pero, esa no es la cuestión. La cuestión es otra: el nacionalismo catalán -al comulgar con las idea de nación oprimida, de autodeterminación como derecho inalienable, y de derecho histórico que justifica per se el cambio de marco institucional- padece, por utilizar la terminología psicológica, una suerte de síndrome identitario o trastorno narcisista de personalidad. Quienes padecen este síndrome -según indica el DSM-III-R, el vademécum de todo psicólogo-, «tienden a exagerar sus talentos y esperan ser valorados como una cosa especial. Piensan que, a causa de sus características especiales, sus problemas son únicos y sólo pueden ser entendidos por otra gente también especial». Pues bien, esa es la cuestión que explica el aire de familia entre el nacionalismo catalán y el vasco: ambos, por seguir con la definición del DSM-III-R, creen ser unos entes especiales que sólo se comprenden entre sí precisamente porque son especiales y comparten unas características especiales. Y de ahí, el sentido último del comunicado de ETA que habla de «solidaridad y respeto». Y de ahí que el comunicado entre especiales se cierre con un ¡Gora Euskal Herria Askatasuna! y un ¡Visca Catalunya Lliure!, máxima expresión de solidaridad y respeto.

Alguien dirá que el comunicado de ETA obedece a la necesidad que tiene la banda de recuperar una cierta iniciativa o de presionar al PNV mostrándole que la tregua negociada es posible. Tal vez sea cierto. Alguien dirá que Carod-Rovira ha sido utilizado por los terroristas. Seguro. Pero, la cuestión, aquí también, es otra: sin el síndrome identitario que padece el nacionalismo catalán, sin la solidaridad con esa entelequia llamada pueblo vasco, el comunicado de ETA probablemente nunca hubiera tenido lugar. Añado: sin la traducción política práctica del síndrome identitario que padece el nacionalismo catalán -léase apoyo al pacto de Estella, cuestionamiento de la Ley Antiterrorista y de la Ley de Partidos que ilegaliza Batusana, apoyo al diario Egunkaria, al Plan Ibarretxe, y a la insubordinación de Atutxa, exaltación del diálogo, invención de conspiraciones centralistas-; sin todo eso, ETA lo tendría hoy más difícil. Pero, la deriva abertzale del nacionalismo catalán durante dos décadas no sólo ha abonado el terreno a las ideas radicales, sino que está euskadizando a Cataluña. De aquellos polvos vienen estos lodos.