UN «APARTHEID» DE LA MUERTE

 

 Artículo de VALENTÍ PUIG  en  “ABC” del 19/02/2004

ETA ha proclamado unilateralmente el territorio de Cataluña como su protectorado, donde no matará mientras la gente se porte bien. En términos clásicos de esquizofrenia política, Carod-Rovira por su parte ayer proclamaba los males de ETA. Lo que no retrocede es el sentimentalismo del diálogo como solución del mal. El viaje de Carod a Perpiñán ha demostrado una vez más y por lo menos que insistir en que la solución negociada pudiera finiquitar el terrorismo es dar oxígeno al terror porque -como dijo Conor Cruise O´Brien- así se responsabiliza por igual a los terroristas y a quienes el terror trata de atemorizar: no de otro modo se concede respetabilidad al terrorista, animándole a perseverar en el terror.

En la mañana del día en que ABC publicaba la primicia sobre el encuentro de Carod-Rovira -entonces «conseller en cap» de la «Generalitat»- con dirigentes de la banda terrorista ETA, un conocido talibán de la radio autonómica catalana -«Catalunya Ràdio»- negaba de forma categórica y ofendida la posibilidad de que esa fuese una información cierta. En menos de una hora, el mismo Carod-Rovira confirmaba su conciliábulo con ETA. Así es como no pocas veces toma cuerpo la opinión pública catalana y es por procesos de esta índole que puede haber quien ahora aplauda la declaración de ETA. A pesar de que demos por hecho que la pusilanimidad y la antipolítica son costumbres de nuestros días, la consecuencia de tanta ligereza y deslealtad es poner en cuestión que el Estado tiene sus fuerzas para luchar contra ETA y vencerla -como está haciendo- de punta a punta del territorio de Cataluña y de toda España.

Ayer era un día especialmente indicado para estar unos minutos en silencio ante las tumbas de Hipercor, para reflexionar sobre los riesgos de la indiferencia y de la autosatisfacción, las flaquezas y los complejos de una sociedad propensa a mirar para otro lado siempre que crea que le conviene. A partir del 1 de enero, por poner una fecha convencional, ETA tolera la vida en Cataluña, a modo de recompensa por el 16 por ciento de votos independentistas que recabó «Esquerra Republicana». Evoquemos la libra de carne en «El mercader de Venecia». En realidad, ETA nunca había tenido un rehén tan populoso ni el zulo había sido de tales dimensiones.

Aunque las consecuencias políticas de esa tregua fraccionada de ETA sean difícilmente calculables, lo más evidente es que para nada serán positivas salvo para el sector de la opinión pública catalana que todavía quiera vivir en el limbo de la retórica del diálogo ultraplatónico o entregarse miméticamente a la práctica minoritaria de una violencia independentista y antisistema. Incluso así, el solidarismo y el buenismo tienen sus límites. En estos casos, el paso del tiempo pronto recalca las distancias entre lo que debiera ocurrir y lo que ocurra. A primera vista, Pasqual Maragall -presidente de la «Generalitat»- parece obligado a depurar las responsabilidades en su gobierno tripartito y a «Esquerra Republicana» le corresponde romper amarras con Carod-Rovira o dejar el gobierno autonómico. Los prágmáticos de «Esquerra» saben que a la larga saldrían ganando. Ante una contingencia tan próxima de descomposición de lo político y de descrédito institucional, Maragall nunca tendrá mejor escenario para deslindar la política de la indignidad. Si «Esquerra Republicana» no repudia a Carod-Rovira y convoca un congreso extraordinario a Pasqual Maragall se le ofrece la vía de constatar la caída del tripartito autonómico y recabar nuevos apoyos parlamentarios. Con mayor o menor interés, las ofertas no faltan. Tampoco se acabaría el mundo de convocarse nuevas elecciones al parlamento autonómico de Cataluña. Los viejos maestros indican que debe trazarse una línea entre normas cambiantes y procesos de descomposición.

Carod-Rovira ha introducido un elemento disolvente y perturbador en la idiosincrasia de un sistema político catalán avezado a los usos del victimismo pero no hasta tal degradación geopolítica que requiriera -pedido o no, sugerido o casi- un protectorado de ETA. Queda cuarteado el ya precario equilibrio de poderes y contrapoderes, la legitimidad institucional flota a la deriva y la opinión pública se ve a merced de los efectos colaterales. Ayer, inmediatamente después del anuncio de la tregua focalizada de ETA, se percibía -claro está que de forma aleatoria- una sociedad catalana aturdida y estupefacta, carente de liderazgos morales y de estados coherentes de opinión.

Para las elecciones generales, la bomba-lapa política que Carod-Rovira contribuyó a colocar en la panza de la cohesión general va a zarandear los dispositivos de la confrontación electoral, tal vez solo de forma transitoria. Seguramente será Rodríguez Zapatero quien se vea azotado el primero por la racha de este vendaval. Carod había asegurado recientemente que le apoyaría, en la hipótesis de un debate de investidura. Los vínculos entre PSOE y PSC habrán quedado bajo mínimos: el PSOE no tan no solo no puede ceder más, sino que ha de restablecer la cuota de autoridad que le corresponde ante un socio que tiene por prioridad la permanencia en la sede de la «Generalitat». A punto de iniciarse la campaña electoral, la hipoteca catalana grava patrimonialmente al PSOE como alternativa de gobierno y erosiona su liderazgo actual. Por supuesto, lo más grave es que ETA se haya inmiscuido en la campaña electoral, flanqueada por la «ikurriña» y por la «senyera» estelada del independentismo catalán.

En la apoteosis de la frivolidad megalómana y de la política intrínsecamente aviesa, ayer Carod-Rovira contaba en un artículo lírico su reciente escapada a Alghero -Alguer-, la pequeña ciudad de la isla de Cerdeña donde algunos habitantes de la tercera edad hablan un «patois» derivado del catalán. Carod-Rovira describía su emoción al compartir palabras - «fitora», «llisses», «nansa»- con unos pescadores, en términos de intercambio sincopado, equiparable al «Yo, Tarzán» y «Tú, Jane». Ese estriptís lingüístico resultaba indicativo de la podredumbre moral que puede acumular el reduccionismo fundamentalista al pasar de la recuperación de lo pretérito a la reivindicación de lo que nunca existió. Hay algo cumplidamente siniestro en el embeleso por los restos fósiles del catalán en Alghero mientras se es en buena parte responsable del intento de secuestro moral de Cataluña por ETA. Frente a la complejidad de lo vivo y mortal, Carod-Rovira prefiere el éxtasis de un paraíso étnico-lingüístico que le aleje drásticamente de las realidades de España. Por ejemplo, de que ETA puede matar mañana mismo en cualquier punto de España, menos en esa Cataluña que ha merecido el perdón etarra. Quizás Carod-Rovira crea que los ciudadanos catalanes le deben la vida cuando en realidad nos ha hecho perder el honor.