EUROPA VIRTUAL Y EUROPA EXISTENTE

 

 Artículo de Valentí PUIG  en  “ABC” del 14/06/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

LA norma que algunos países tienen de una jornada de reflexión antes de votar debiera convertirse en el caso de estas elecciones europeas en un trimestre de reflexión post-electoral. En cambio, lo que hay es un calendario de alta intensidad que lleva a la Conferencia Intergubernamental en Luxemburgo para pactar los flecos del Tratado Constitucional, a la cumbre que redondee el Tratado y designe nuevo presidente de la Comisión, hasta llegar a la constitución del nuevo Parlamento europeo, todo eso después de unas elecciones gravadas por la muy notable abstención, con el consiguiente voto de castigo a la mayoría de Gobiernos nacionales y con una Cámara europea mechada, de euroescepticismo.

La primera impresión es la siguiente: poco importa cuántos votan ni a quién votan porque se dan en la Unión Europea suficientes fuerzas deterministas como para que la vida siga igual. La segunda consiste en constatar que un desinterés masivo trasladado a una carencia de representatividad democrática no daña de forma grave una Unión Europea entendida como mixtura transnacional e intergubernamental, pero sí afecta mucho a un proyecto federativo o supranacional. «Quot erat demonstrandum»: de ensancharse las distancias entre la Europea virtual y la Europa virtual, la ocupación del trecho intermedio sería muy fácil para los nuevos populismos, como ya se está viendo.

No es menos cierto que, a los pocos días de celebrar el aniversario del desembarco de Normandía, la Europa que ha acudido a votar, del Ártico al Mediterráneo, es una victoria de la cooperación y de la voluntad de convivencia. Ahí están logros tan tangibles como el euro. Hace unas décadas, el totalitarismo controlaba gran parte de esa Europa que ayer votó o se abstuvo. España conoce las ventajas de haber ingresado en ese sistema de sistemas cuando acabó el régimen franquista.

POR otro lado, es una Unión Europea que no anda sobrada de voluntad política, atemorizada por Al Qaida, ensimismada en un antiamericanismo que ha debilitado el vínculo atlántico, con unos mercados laborales necesitados de flexibilización, con una población que envejece y con bajas tasas de natalidad. A esa Europa le sería saludable fijar objetivos claros y comprensibles, regresar al lenguaje de la transparencia institucional y al realismo de lo posible. Sin embargo, va a meterse en el embrollo de votaciones y referéndums sobre un Tratado Constitucional del que casi nadie sabe nada y que previsiblemente merecerá otra dosis elevada de abstención y va a alimentar las dialécticas euroescépticas.

SERÍA muy cómodo achacar a la apatía ciudadana lo que es una mezcla de factores indiscernibles, de orden institucional, de fatiga colectiva y de achaques de becerro de oro. A Europa le conviene hacer una pausa y «pensarse». Ahora mismo no está para mutaciones cuánticas. Requiere de un tiempo para asimilar el «big bang» de la ampliación y para rehacer su sistema de anticuerpos para así poder reaccionar mejor ante todo lo que va del 11-S al 11-M. Tiene que lograr el equilibrio adecuado entre la fiscalización democrática y el institucionalismo. En realidad, la práctica empírica puede hallar soluciones, como lo fue fundacionalmente la Comunidad del Carbón y Acero. Lo evidente es que en el escenario político de Bruselas no se representan espectáculos que tengan la garra que tienen los debates políticos nacionales, por harto que tengan al votante. La peor solución consiste en querer inventarse un teatro nuevo y exigir que el público -un nuevo «demos»- lo abarrote todos los días. De algún modo, el europeísmo pasa a ser cosa del pasado. Ahora hay que tomarle mejor al pulso a la Unión Europea tal como realmente es.