VOLVER A MATAR A ERNEST LLUCH

 

 Artículo de PILAR RAHOLA  en “El País de Cataluña” del 21/02/2004

 

 

Pilar Rahola es periodista y escritora. pilarrahola@hotmail.com

Las casualidades de la vida -o su tendencia innata al sarcasmo- me han llevado a estar de viaje en los dos momentos Carod que, de momento, hemos vivido en Cataluña. En Puerto Rico dando unas conferencias, cuando se anunció la visita, y en Costa Rica, cuando salta la noticia de la tregua trampa de ETA. Escribo estas líneas, pues, con un jet lag de caballo, la distorsión inevitable que comporta la distancia, y una cierta sensación de tirarme al vacío, no en vano ni he leído, ni he oído, ni casi he hablado sobre el asunto. Como mucho, los noticiarios de Urdaci pasados por el cable costarricense, que me llegaban sin permiso a mi habitación desesperada. Lo de TVE ya es grave de cerca, pero les aseguro que vista la distorsión informativa de lejos, aún resulta más inaguantable. En la lejanía se muestra de una evidencia hiriente... Así pues, como ya me pasó con la primera bomba informativa, también la segunda me llega con sobrepeso de declaraciones del PP, pero con poco conocimiento de las reacciones catalanas. Es decir, desde Costa Rica, servidora está con la información como muchos ciudadanos de las Españas patrias: oyendo sólo la contaminación gubernamental. Ciertamente, en algunos sitios, hay que ser un librepensador casi suicida para poder pensar más allá de tanto ruido, tanta consigna, tanto dogma demonizador.

Con jet lag, pues, y con distancia, distorsión y contaminación informativa a las espaldas, me apresto a plantear tres elementos de reflexión. El primero tiene que ver con la confirmación del error de Carod. Resultaba evidente que la excursión a Perpiñán nos iba a crear una grave desestabilización en la política catalana, y que el daño infligido a Zapatero, por un lado, y a la presidencia de Maragall, por otro, serían serios. Que uno vaya a ver a ETA cuando le llaman, por muy buenas intenciones que tenga -el infierno está lleno de buenas intenciones-, sólo puede servir para que ETA le marque la agenda política, el tiempo y hasta la forma como lo destroza. Carod puso en bandeja a ETA la capacidad de crear el noticiario político, y así estamos, con una organización en horas bajas que, de golpe, consigue cambiarnos el ritmo y la lógica de las cosas. No abundaré en lo obvio: que lo de ETA es un atentado a la moral, a la bondad, a la dignidad. Pero creo necesario repetir que Cataluña ni necesita, ni merece, ni quiere los favores de una pandilla de totalitarios con chapela que ahora nos vienen a perdonar la vida. ¿Qué pasa? ¿Que si sube el voto independentista ya no nos matarán? ¿Y si no sube? ¿La vida de Ernest Lluch se debió a que ERC aún no tenía suficientes votos? Si no fuera porque hablamos de vidas, de personas queridas asesinadas, de la paz y sus sepultureros, diríamos que estos de ETA son directamente imbéciles. Lo diríamos si no fuera porque hemos tenido que llorar y compartir el dolor por las víctimas. El error de Carod ha conseguido justamente esto: que la paz catalana parezca ahora la concesión graciosa de un grupo terrorista, y no el resultado de la sociedad madura y consciente que la ha mimado, querido y construido. Sin ninguna duda, el comunicado de ETA es un nuevo atentado contra Cataluña. Como si nos mataran otra vez a los tantos que ya nos mataron.

El segundo tiene que ver con el ruido mesetario. Ciertamente, es difícil pensar y, sobre todo, resolver una crisis con todos estos altavoces crispados gritándonos al oído. Lo que ha ocurrido ha nacido de un error catalán, y los catalanes somos gente suficientemente madura como para poder resolverlo solitos. Pero además, si hace falta, tendremos que recordarles a algunos que vociferan, que la contribución de Cataluña a la estabilidad y a la convivencia ha sido históricamente ejemplar, de manera que no es de recibo que ahora se nos intente mostrar como una sociedad radicalizada e intolerante. Carod se ha equivocado y el consenso sobre su error es mayoritario, pero no ha pervertido el sentido pacífico de este país, cuyas pulsaciones están muy por encima de los errores de sus líderes. Sin embargo, hay en algunos cenáculos del nacionalismo español una voluntad militante de dar una imagen agresiva de Cataluña, y lo de Carod les ha ido de perlas. No sólo no ponen sordina al error, sino que intentan convertirlo en himno nacional. Carod nunca tendría que haber ido a ver a ETA. Pero el PP nunca tendría que utilizar perversamente el terrorismo.

El tercero, la necesidad de que la vida política catalana recupere su propio pulso, más allá del interés externo por alargar la crisis. Si nos quedamos colgados de la escandalera que nos montan en los micrófonos madrileños, no conseguiremos dar la vuelta a esta desgraciada situación. Hay un interés evidente por no cerrar las heridas del error, y precisamente por ello nosotros tendríamos que cerrarlas con más celeridad, incluso a pesar de las bombas verbales de ETA. Cataluña ya ha cumplido. Ha dimitido un conseller en cap, el segundo partido del Gobierno se ha quedado con su líder fuera del Ejecutivo, la práctica totalidad de la opinión pública ha hecho la crítica pertinente, y el país al completo ha rechazado la trampa mortal terrorista. ¿Qué más hay que hacer? ¿Colgar a Josep Lluís del palo mayor? Me da por creer que ni con tamaña imagen, algunos sedientos de sangre quedarían contentos. Creo que Carod Rovira ya ha padecido las consecuencias de su error; creo que es un político muy relevante que superará esta desgraciada situación; creo que el Gobierno merece volver a recuperar el timón y que está preparado para ello; y, sobre todo, creo que Cataluña no tiene que arrodillarse ante los nuevos inquisidores que nos han crecido como hongos. No serán algunos los que nos van a dar lecciones de pacifismo, ni desde los voceros del reino, ni desde los pasamontañas siniestros que dicen perdonarnos la vida. ¿Perdonarla? Lo que hacen es insultar nuevamente a nuestros muertos.