EL PARTIDO ES DE QUIEN LO TRABAJA

 

 Artículo de JOSEP RAMONEDA  en “El País” del 27/07/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

De los partidos que se resuelven por goleada se acostumbra a aprender poco. Sólo sirven para aumentar la autoestima de los forofos del equipo que gana. Para que haya partido se necesitan dos equipos y que se mantenga siempre abierta una cierta incertidumbre sobre el resultado final. Del congreso del PSC podría decirse que no hubo congreso. No tanto por los resultados, que eran perfectamente previsibles, como porque desde el primer momento desapareció cualquier indicio de sorpresa. Y, con ello, el morbo que anima este tipo de espectáculos.

José Montilla, a finales del año pasado sacó a Pasqual Maragall del desconcierto de una noche negra y lo llevó en volandas hasta la presidencia de la Generalitat. Y, cuatro meses más tarde, Zapatero mediando, consiguió el mejor resultado de la historia del PSC. Con estas credenciales a nadie puede extrañar que el congreso del PSC haya completado la reforma del partido a imagen y semejanza de su secretario general. Ni siquiera Maragall, a pesar de sus razonables advertencias sobre el enorme trabajo que queda por hacer, quiso, esta vez, romper la monotonía.

Aseguran los que trabajan en análisis demoscópicos que a los ciudadanos les gustan los partidos unidos y disciplinados, especialmente si están en el Gobierno. Pero al mismo tiempo, los medios de comunicación critican la falta de debate y de confrontación de ideas en unos partidos muy jerarquizados y burocratizados en que los cuadros dependen más de la dirección que de las bases, lo cual hace milagros en materia de sumisión y servidumbre. Si el congreso es de cierre de filas y autocomplacencia, se denuncia la falta de capacidad crítica y si hay debate y discrepancia se dice inmediatamente que el partido está en crisis. ¿Cómo debería ser el buen congreso?

Naturalmente, a los dirigentes políticos les encantan las unanimidades que hacen que el instrumento partido sea mucho más fácil de utilizar. Si, además, saben que las unanimidades gustan a la opinión, no es extraño que la mayoría de los congresos se salden con votaciones a la búlgara. ¿Por qué la opinión quiere partidos de una sola pieza? Probablemente, porque la experiencia demuestra que un congreso conflictivo es, muy a menudo, la antesala de la crisis del partido. Y, sin embargo, haría un gran favor a la democracia un partido que desmintiera con los hechos este tópico. En realidad, hay por lo menos dos ejemplos de congresos de alta confrontación con resultados positivos para el futuro del partido en cuestión: el de Esquerra que eligió a Carod y el del PSOE que eligió por nueve votos a Zapatero. Pero eran dos partidos que habían tocado fondo.

Antes del congreso del PSC, diversos dirigentes decían que no podía ser un congreso de autocomplacencia, porque no se debía olvidar lo que los últimos resultados electorales pueden haber ocultado: la falta de conexión del PSC con los jóvenes, sus dificultades de penetración entre los sectores más activos de las clases medias, los recelos en la Cataluña profunda, la definición pendiente de un proyecto de modernidad para que Cataluña no sea rehén de la hegemonía ideológica establecida por el nacionalismo conservador. Sin embargo, ha sido un congreso de autocomplacencia, cuya imagen de síntesis no es un mensaje de intenciones, sino una nueva dirección formada conforme a unos parámetros, que confirman -el partido es de quien se lo trabaja- que Maragall gobierna pero el partido es de Montilla.

De esta realidad, sale un partido cada vez más concebido como maquinaria de movilización electoral y de una estructura piramidal que concentra todo el poder en la cumbre. El principal -casi único- mensaje político que se ha emitido es la mirada al centro. Y, en el centro, está CiU. José Montilla siempre ha pensado que el rival que hay que batir es y seguirá siendo CiU. Y le ha señalado como tal con insistencia. Se puede pensar que forma parte del hábito: durante 25 años la política catalana se ha articulado en la oposición CiU-PSC. Pero creo que es un componente esencial de la estrategia de Gobierno catalanista de izquierdas. Si el PSC hizo esta opción fue con la confianza de que sería siempre, y con diferencia, la primera fuerza de la alianza. Para que esto sea así es necesario que CiU resista. Y que resista en la justa medida para no provocar la tentación del frentismo nacionalista. La dialéctica CiU-PSC sigue siendo, por tanto, el motor de la política catalana, en el análisis del primer secretario socialista. En CiU se ha abierto una vía de agua con sus dudas sobre Europa y Montilla va a por este punto débil. Europa ha sido el principal compromiso del congreso del PSC.

Las ganas de evitar cualquier signo de confrontación -¿por qué será que los partidos siempre ven peligro en cualquier discrepancia?- y las pulsiones jerárquicas del esquema organizativo han hecho que los temas clave que podían ser objeto de discusión se hayan transferido a la nueva dirección. Esta sensación de una asamblea entregada a sus jefes no parece especialmente ejemplar. La democracia es una planta que, por lo que parece, se cultiva fuera de los partidos políticos

A falta de otras informaciones, queda como noticia la reincorporación de Josep Maria Sala a la dirección del PSC. En el plano personal, me parece una justa reparación: siempre he pensado que Sala pagó por otros y lo asumió con ejemplar -por no decir excesiva- lealtad. En el plano político, me parece un error. Denota una cierta prepotencia del partido que cree que puede ponerse por encima de las resoluciones judiciales; revela esta tendencia morbosa de los socialistas a flirtear con una pasado sobre el que, por encima de todo, les conviene pasar página, y es una concesión al patriotismo de partido que, como todo patriotismo, me resulta siempre inquietante.

El PSC sale del congreso con una maquinaria reforzada y engrasada que puede dar la razón a aquellos que piensan que en Cataluña hay un solo partido -en el sentido profesional de la palabra- y cuatro agrupaciones de electores. Pero arrastra tareas pendientes desde las municipales de hace un año que si se demoran, tarde o temprano pasarán factura. La conquista de la recompensa suprema -la presidencia de la Generalitat- y el éxito en generales y europeas (es decir, en las elecciones en clave supranacional) no debe hacer olvidar las deficiencias que aparecieron en las municipales y en las autonómicas del año pasado. Y, salvo crisis, las próximas elecciones serán precisamente municipales. Dentro de tres años.