CHIQUILLADAS

Artículo de Josep Ramoneda en "El País" del 7-1-03

Con un breve comentario al final (L. B.-B.)

En una entrevista reciente (La Vanguardia, 5-1-03), José María Aznar dice: "Soy partidario de que los europeos asumamos más responsabilidades en materia de seguridad y soy más partidario de una estrecha relación entre Estados Unidos y la Unión Europea. Es absolutamente fundamental para la estabilidad, la paz y la seguridad del mundo. No participo, por lo tanto, de los cantos antiyanquis. Me parecen a estas alturas sencillamente una chiquillada. Y tampoco participio de estas actitudes de mirar hacia otro lado, en el sentido de no querer asumir ninguna responsabilidad".

Aznar, arropado por una fotografía de su gran hazaña bélica, la conquista de Perejil, exhibe este resentimiento -digno de estudio psicoanalítico- contra todo aquello que le suena a progre, que le induce siempre a la descalificación ridiculizadora: "chiquillada", "chistoso", "trasnochado", etcétera. Insisto en mi apelación a algún madrileño con memoria para que nos explique qué le hicieron a Aznar los progres en la Universidad cuando él todavía no había descubierto el patriotismo constitucional y se preparaba para participar en la renovación de las élites dirigentes del franquismo. Algo grave debió de ser para que la amargura perviva aún después de haber derrotado a los progres en las urnas. El hecho es que Aznar en materia de susceptibilidad política vive con cierto retraso: debe de ser una de las pocas personas que todavía dividen el mundo entre los que son progres y los que no son progres. El tiempo pasa, presidente. Aznar ha hecho un oficio del desprecio a los que se le oponen o a los que piensan diferente. Este modo de ejercer el poder, guste o no, se llama arrogancia. Le acompaña siempre. Y le ha ayudado mucho a complicarse la vida en el asunto del Prestige.

Pero dejemos lo anecdótico y vayamos a lo político. Yo también pienso, como el presidente, que el antiamericanismo ha sido una forma muy cómoda de eludir las responsabilidades. Otorgar a los americanos la culpa de todo lo malo que ocurre en el mundo, además de una pérdida de tiempo porque no ayuda en nada a conocer la realidad, es una vía directa hacia el inmovilismo y, encima, salvando la conciencia. Esta actitud ha debilitado mucho a Europa, que vive, sin duda, un grave problema de asunción de responsabilidades políticas. A veces parece que Europa occidental sigue viviendo en el balneario que para ella fue la guerra fría, bajo el manto bipolar. Demasiadas veces ha tenido que acudir Europa a los criticados yanquis para que le salvaran de un apuro, empieza a ser hora de emanciparse. Y emanciparse quiere decir afrontar los problemas y no cargarlos en las espadas de papá Bush. Pero simétrica a esta actitud -y coincidente en sus efectos- es la contraria, la de aquellos a los que Xavier Rubert llama "liberal-leninistas", que sólo ven virtudes en el hacer de los americanos y todos los problemas son culpa de los demás. La aportación de Aznar a la cultura política española tiene mucho que ver con esta figura, que garantiza la permanencia de Europa en estado de irresponsabilidad: lejos de Bush no hay salvación. Abracémonos a Bush y nos ahorramos de pensar y de tomar iniciativas.

Ser antiyanqui puede ser una enfermedad ideológica infantil. Bashkim Shehu se preguntaba por qué hay gente que se llama antiamericana y, en cambio, ni los antipinochetistas se autollamaban antichilenos; ni los antifranquistas, antiespañoles; ni los anticomunistas, antirrusos. El antiamericanismo utiliza una figura concreta -Estados Unidos- para criticar una abstracción -el sistema-. Pero allá los antiyanquis con sus problemas político-psicológicos. La sumisión acrítica a la política de la Administración americana también es ideológicamente una enfermedad infantil. Y valdría contra ella una descalificación simétrica a la que Aznar hace de los antiyanquis.

¿Por qué les llama chiquillos? Sencillamente para obviar el debate político. Bush o los chiquillos: éste es el dilema ante el que nos coloca Aznar. Justo después de apelar a que Europa asuma mayores responsabilidades. No es precisamente con un argumento tan burdo como las responsabilidades se asumen. Porque el dilema de Aznar sólo conduce a la sumisión. El verdadero debate político es otro. Y tiene dos partes: la amenaza terrorista y el modo de enfrentarse a ella. Este debate es el que Aznar quiere escamotear. Pero no podrá hacerlo mucho tiempo si la guerra de Irak se produce. Porque tendrá que explicar su sumisión, a una opinión pública nada convencida, con algo más que descalificaciones.

La primera parte del debate, la amenaza terrorista, Aznar la elude por el procedimiento de la amalgama. Toda violencia política no de Estado es, para Aznar, terrorista y todos los terrorismos son iguales. Una doble afirmación que no aguanta el menor rigor analítico y que no sirve para nada más que para falsear la realidad. Para resolver un problema hay que empezar por entenderlo. Y la amalgama de cosas distintas no clarifica, sino que confunde.

La segunda parte es el modo de hacerle frente. Y concretamente, en el caso al que Aznar se refiere, si la guerra contra Irak es un procedimiento eficaz y ponderado de luchar contra las redes terroristas de Al Qaeda. La responsabilidad de la que habla Aznar pasa precisamente por este debate: por ver si hay opciones alternativas mejores. Y esto es lo que Aznar quiere escamotear dando a entender que cualquiera que proponga otra opción es antiyanqui y, por tanto, un chiquillo.

Y sin embargo, las razones para cuestionar la opción Bush-Aznar son muchas. Y si algo se puede reprochar a Europa es no haber tenido el coraje de plantearlas con toda su fuerza. ¿De qué puede servir la guerra contra Irak en la lucha contra Al Qaeda si no se ha aportado hasta el día de hoy una sola prueba de que exista una conexión entre el Gobierno iraquí y la red terrorista? "La mayor amenaza de todos es la vinculación del terrorismo con las armas de destrucción masiva", dice Aznar. Y tiene razón. Pero tampoco se ha probado que Irak disponga de armas de destrucción masiva. Es más, el hecho de que Estados Unidos esté dispuesto a atacar a Irak da motivos para sospechar que no las tiene. ¿Por qué razón Corea merece un trato distinto que Irak?

Razones para el debate y para que Europa asuma sus responsabilidades las hay. Pero para ello lo primero y principal es no falsear el dilema: porque entre el prejuicio antiyanqui y el prejuicio liberal-leninista no hay ninguna diferencia de naturaleza ideológica, ambos nos muestran la realidad con lentes voluntariamente deformadas. Ambos pueden encontrarse en el reino de las chiquilladas: Aznar y estos molinos de viento contra los que esgrime sus lanzas.

BREVE COMENTARIO (L. B.-B.)

 

Existen algunas rémoras paralizantes en la cultura política española que me interesaría comentar de pasada, sin demasiado tiempo para una reflexión a plena profundidad.

EL ANQUILOSAMIENTO DE LA IZQUIERDA

En los viejos tiempos de la transición recuerdo qué rechazo intelectual me producían algunos "tics" de mis amigos "progres", que a mi juicio les llevaban a evaluar incorrectamente la realidad y a sumirse en un anquilosamiento mental que lastraba el desarrollo político del país. Por ejemplo, estuvieron más o menos veinte años diciendo que el régimen de Franco estaba a punto de caer "como fruta  madura" por su "totalitarismo"; se apuntaban  a firmar cualquier panfleto a favor de ETA; eran ferozmente "antiyanquis"  y prosoviéticos; tenían una profunda desconfianza hacia la madurez del pueblo y un elevado elitismo; su oráculo era el PCI y las innovaciones políticas italianas, etc., etc., etc. ... En fin, toda una demostración de profundidad analítica y capacidad profética.

Y en el tema de los nacionalismos periféricos sucedió y sucede algo parecido: la unión durante muchos años de las demandas de democracia con las de transformación del Estado centralista les ha llevado a sentirse próximos al nacionalismo periférico por inercia, vaya a dónde vaya éste, y a rechazar o menospreciar la idea de España como patria común, dejando un vacío ideológico y de lealtad básica inaceptable en la cultura política del país. Y esta actitud básica, de seguidismo acomplejado del nacionalismo periférico, les ha llevado durante años a mantener para Euskadi una pauta de comportamiento que ha debillitado allí el constitucionalismo, la idea liberal y democrática de España, y a entregarse inermes ante el nacionalismo más retrógado y el nacionalsocialismo más virulento. Y en Cataluña, aún estableciendo las debidas salvedades y diferencias con la situación vasca, no ha habido oposición al nacionalismo hasta tiempos relativamente recientes, y con enormes contradicciones. Hasta fíjense ustedes que ahora el nacionalismo catalán se nos hace vasco, con sus demandas de vaciamiento del Estado en Cataluña, "derechos históricos" y concierto a la vasca. Este cambio, que es escandaloso objetivamente, no ha recibido respuesta firme por parte de los "progres" o de la izquierda en general, pese al peligro que entraña de enmarañar todo y abrir un nuevo frente subversivo para la democracia española.

En fin, todos estos ejemplos extraídos a vuelapluma de la memoria y la experiencia, revelan a mi juicio un anquilosamiento de la cultura política de un sector importante de la izquierda, que no ha sabido adaptarse a los cambios derivados del final de la transición en España, y de la construcción europea y la globalización a  nivel mundial. Y este anquilosamiento tiene también sus repercusiones en la ausencia de un modelo de sociedad y en la falta de percepción de cuál es el actual sujeto histórico de la política igualitaria: se sigue pensando con fórmulas y esquemas estatalistas, y ante la reducción de tamaño, el aburguesamiento y la fragmentación del proletariado industrial, se busca el apoyo predominante y la creatividad política en los movimientos semifundamentalistas y marginales de la sociedad (feministas, ecologistas, gays, etc.).

Pero la cosa se complica más con el sectarismo derivado de esta inercia: la definición de adversarios y aliados, a nivel autonómico, español e internacional está igualmente anquilosada, y suceda lo que suceda, los malos son los de siempre y los buenos también. IU-EB es el reflejo más claro de este anquilosamiento, pero también lo son muchas de las actitudes de la izquierda catalana ante la idea de España, o los nacionalismos, o el PP.

Muchos sedicentes "progresistas", o políticos de izquierda, no han conseguido adaptar sus esquemas al cambio y siguen encerrados en actitudes antifranquistas, pronacionalistas y antiyanquis.

EL SECTARISMO DE LA DERECHA

La derecha de ámbito español todavía no ha conseguido renovarse del todo: es una especie de caleidoscopio incompleto, en el que la mitad de la imagen tiene un orden estructural, y la otra es un caos incoherente.

El PP se ha renovado en parte, asumiendo las ideas neoconservadoras y neoliberales de la derecha europea, pero sigue encerrado también en "tics" del antiguo régimen antidemocrático.

En general, muchas veces el comportamiento del PP se define por un oportunismo inmoral y "electorero" que refleja una profunda perversión entre medios y fines: en el Parlamento, cuando le conviene a sus fines inmediatos, se convierte en una jauría aulladora ---lo del "doberman" sigue teniendo un cierto sentido--- que desprecia la palabra, la institución y a la oposición, impidiéndole hablar. Recordemos una llamativa sesión con Borrell en la palestra, o el reciente abandono del pleno del Congreso por parte del grupo parlamentario popular.

Pero también es inmoral la descalificación permanente de la oposición, o el rehuir las críticas acusando a la oposición de "crimen de lesa patria", o escaqueándose hacia el pasado para evitar rendir cuentas del presente. El señor Coces tiene el "tic" de acusar de crímenes a un colectivo como el PSOE, sin darse cuenta de que eso podría llevar al país a retrotraerse a los inicios de la transición y la política antiterrorista, o a los fusilamientos del 75 o a la catedral de Victoria, o a Montejurra, o a la revisión de la dictadura y la guerra civil. Su colectivo propio, sea su partido o su grupo social, también tendría que rendir cuentas de muchas cosas, si se abrieran las heridas históricas. Aprendan a vivir en democracia y en paz y a respetar al adversario, si no quieren destrozar el futuro con el pasado. Tienen ustedes mucho más poder y tiempo del que rendir cuentas.

Y no hablemos de la instrumentalización partidista de la política antiterrorista, cuando estaban en la oposición e incluso en la actualidad, cuando se pone en cuestión el pacto antiterrorista para intentar recuperar apoyos en la opinión pública, al ver que las encuestas vienen mal dadas y la política  moderada, colaboradora en asuntos de Estado y respetuosa de la oposición, la empuja al alza.

Resulta increíble la torpeza reciente del Gobierno ---central y autonómico--- ante el asunto del "Prestige". Hubo torpeza en la evaluación inicial de la gravedad de la situación, y posiblemente en la adopción de medidas equivocadas para "mandar el barco al quinto pino", y eso llevó a no preparar la respuesta ante la catástrofe ecológica sobrevenida. Pero eso podría ser disculpable, si se hubiera reconocido el error inicial y se hubiera pedido el apoyo de todo el país para resolver el problema. Lo que no es disculpable es la reacción ante una oposición que cumple con su deber instando al gobierno a moverse frente a su parálisis inicial. Y aquí se ve una vez más ese oportunismo e inmoralidad radical derivada de la perversión entre medios y fines: ante las críticas de la oposición y el fallo cometido se la acusa de estar buscando votos, de hacer demagogia, de "crímenes de lesa patria", etc., lo que revela que ante el problema del "Prestige" su principal preocupación son las pérdidas de votos a favor del adversario, y no el problema real de la catástrofe ecológica.

Pero este comportamiento no es más que torpeza sectaria, incapacidad de ver que el pueblo no les va a seguir ya en sus intentos de echarle la culpa de todo a la oposición, de sacarse de encima responsabilidades y de gobernar mirando las encuestas y no los problemas del país.

Es imprescindible que la derecha evolucione de verdad hacia el centro; ante el problema de los nacionalismos periféricos va a ser preciso un gran acuerdo con el PSOE como mínimo; los votantes no van a seguir con sus actitudes congeladas ante el fracaso de los últimos gobiernos del PSOE, y mucho menos a seguir a la derecha hacia una degeneración del sistema democrático, que comienza a verse lastrado por su comportamiento institucional general o en temas como el del pluralismo informativo.

Es preciso avizorar los peligros, y continuar evolucionando en la dirección correcta, en lugar de estancarse o caminar hacia atrás. La democracia española será fuerte y estable si los actores polìticos corrigen sus inercias, sectarismos y perversiones.