EL HONOR DE LA RAZÓN

Artículo de JOSEP RAMONEDA en "El País" del 13-2-03

 

1. ¿Por qué Bush quiere hacer la guerra a Irak? El pretexto es de todos conocido: castigar el incumplimiento por parte de Irak de la obligación de desarmarse aceptada por Sadam Husein después de su derrota en la guerra del Golfo. Sobre este argumento -y sobre la interpretación de las resoluciones del Consejo de Seguridad- gira la batalla diplomática. Pero debajo del pretexto están las motivaciones reales. ¿Qué encontramos?

En el ámbito de lo psicopolítico, los ecos del 11-S. Bush está encadenado por su decisión de presentar la lucha antiterrorista como una guerra y por el mediocre balance de la campaña de Afganistán. La guerra genera ansiedad y exige victorias. La lucha antiterrorista pide paciencia, información y mucho trabajo secreto de poco lucimiento mediático. Bush quiso dar una reparación rápida a los norteamericanos y aprovechar la guerra contra el terrorismo para sus proyectos geopolíticos. La principal amenaza a la seguridad de EE UU es la violencia terrorista. Pero el terrorista se esconde, nada inquieta más que un enemigo escurridizo cuyo rostro es invisible. Atacar a un Estado convencional es un modo de dominar la angustia que la imprecisa ubicuidad de la red Al Qaeda provoca. Los norteamericanos están preparados para tratar con un Estado enemigo debidamente identificado como fuente del Mal -a lo largo de su historia han aprendido a vivir cohesionados contra alguien-, pero es insoportable para ellos tener un enemigo inaprensible, que puede ser perfectamente el vecino de al lado.

Sin embargo, antes de que el 11-S trajera la inseguridad y el pánico, existía ya una renovada estrategia geopolítica. "Americanizar el mundo sin mundializar América" sería el lema, como corresponde a un líder tejano poco viajado, que ve el resto del planeta como confusa tierra de infieles a redimir. Como ha explicado Zaki Laidi, el soporte de esta estrategia es un proyecto globalizador basado en la fusión entre poder económico y poder político, entre mercado y fuerza. El capital se convierte en factor normativo, las diferencias entre público y privado, entre fuerza y persuasión se diluyen. Estados Unidos sigue fiel a una peculiar idea de imperio, que tiene las riendas del mundo sin instalarse nunca fuera de su territorio. Lanza sus tentáculos. Liquida un régimen. Y se va. La tarea de construcción de una nación corresponde a otros. Estados Unidos no quiere contaminarse, rehúye el contacto continuado. Y por eso deja las guerras sin acabar, en Somalia como en Irak, en Kosovo como en Afganistán. La guerra de Irak es la exhibición de poder que debe reordenar un espacio geopolítico de vital importancia por el petróleo y dejar claro quién manda. La cuestión del petróleo existe, por supuesto, en el trasfondo de la guerra y en las proximidades de las personas que gobiernan los Estados Unidos. Pero no es la única motivación, ni siquiera la principal. Kagan contesta rápido al periodista que le interroga: "Petróleo sí, para Europa". De Oriente viene un 90 por ciento del petróleo que consume Europa y sólo un quince del que consumen los Estados Unidos. El petróleo iraquí puede ser la gran mercancía para agradecer favores y castigar ausencias después de la guerra. Y un gran negocio para este poder estadounidense que ha consumado la fusión entre público y privado.

Puesto que Estados Unidos es el centro y lo demás sólo son piezas del mapa del "imperio humanitario" (Ignatieff), la política interior americana es el verdadero motor del activismo de Bush. La guerra para ganar las elecciones: en noviembre dio buen resultado. Pero aún no habían empezado las escaramuzas. La guerra sólo era una promesa. La guerra se acerca y la opinión pública norteamericana duda. Colin Powell exhibe pruebas, pero nada confirma la conexión entre Irak y Al Qaeda. Cada vez es más evidente que la guerra de Irak poco tiene que ver con la lucha antiterrorista.

2. Las motivaciones se adornan con el derecho. Es verdad que en los tiempos que corremos la defensa de la ley se ha convertido en una de las pocas armas de los que no tienen poder. Pero el derecho tiene su origen en la fuerza. Y Bush lo sabe. Si es el más fuerte debe gobernar el derecho. Es cierto que sin la fuerza de apoyo del poder de EE UU la doctrina de los derechos humanos no estaría hoy tan extendida por el mundo. Pero la fuerza permite apropiarse del derecho. Colin Powell apela "al derecho soberano de Estados Unidos a actuar contra Irak". ¿De dónde proviene esta soberanía? La Carta de las Naciones Unidas sólo admite que un Estado tiene derecho a la guerra si es atacado. Irak, de momento, no consta que haya atacado a Estados Unidos. La afirmación de Powell es, por tanto, una confiscación del derecho. Esta América que quiere americanizar el mundo utiliza su demos como si fuera universal. El demos que establece la voluntad general de mundo es el de Estados Unidos y el que no lo acepta es un Estado canalla ("rogue"). ¿Qué es un Estado canalla? Litwak lo resuelve por el camino directo: "Un Estado canalla es aquel que los Estados Unidos dicen que lo es".

Confiscación del derecho y designación del enemigo: "el eje del mal" es la figura. Bush no quiere gobernar sólo con la fuerza, quiere presentarse como portador del bien. Es tiempo de principios, dice. ¿Quién designa el Mal? El que sabe lo que es el Bien. Bush en el juicio final. Desde el 11-S, EE UU se siente abandonado por Dios, Bush asume su representación. Pero "en el eje del mal" encuentra su propia perdición. Corea del Norte, otro miembro del eje, desafía a Estados Unidos con el arma nuclear, mientras Sadam está quieto tratando de ganar tiempo con los inspectores. Y la pregunta se propaga entre la ciudadanía: ¿por qué quieren atacar a Irak y no a Corea? La respuesta es simple: porque Irak no tiene arma nuclear. La estrategia de Bush se convierte en un modo de incentivar la producción de armas nucleares. Si Irak las tuviera, ¿se atrevería Bush? Corea se salva. Por la misma razón -el potencial nuclear- por la que Rusia está en el G-8, que no será por méritos económicos, y a los chechenos se les niega toda esperanza. Lula hará bien en darles a sus militares la bomba atómica que les ha prometido. Se ha visto que es la única manera de hacerse invulnerable ante Estados Unidos. ¿El nuevo orden va a conducirnos de regreso a la época de la disuasión nuclear?

3. Europa, tierra gastada, trabajada por la historia, es víctima de sus prejuicios. Siempre ha descubierto demasiado tarde los peligros que amenazaban su libertad. Tardó años en reconocer la barbarie estalinista, no supo detectar el peligro nazi y siempre ha visto antes la paja en el ojo americano que la biga en el ojo de cualquier dictador periférico. Los Estados Unidos le acusan de estar abotargada, de no tener las antenas atentas a las nuevas formas de violencia global. Los Estados Unidos sienten la rivalidad de Europa, la única que puede competir con ellos en riqueza. Y saben de la debilidad de Europa: su acomodada sociedad no parece muy dispuesta a arriesgar su bienestar en defensa de la libertad. Más bien camina hacia la indiferencia y

para vivirla con buena conciencia nada mejor que convertir la paz y la vida en valores absolutos. Los Estados Unidos no entienden la ingratitud de Europa, a la que tantas veces salvaron de las consecuencias de su ceguera ante el Mal. El antiamericanismo es todavía uno de los resortes ideológicos que más fácilmente se disparan. El Mal americano: el Mal sólo puede hacer el Mal. De aquí que desde el principio del conflicto se haya dado por hecho que los norteamericanos habían decidido atacar a Irak. Y que sólo era cuestión de vestir la guerra.

Los prejuicios no son el mejor consejero para una estrategia internacional. ¿De qué se trata: de que los Estados Unidos no vayan a la guerra o de poner el buen perfil, el rostro del alma bella, ante una guerra que ya está decidida? Francia y Alemania parecen tenerlo claro. Y luchan con empeño para encontrar una salida. Hay actitudes que la razón europea no puede entender. La opinión europea quiere saber el cómo y el porqué de las cosas. Su idea de la razón quizás es menos instrumental que la de los norteamericanos. La pregunta por el cómo no basta. Los europeos se interrogan sobre las causas y sobre los fines. No entienden que se les imponga una guerra que debería ser contra el terrorismo, pero todo el mundo sabe que nada tiene que ver. Si los fines no quedan claros y las motivaciones son inconcretas, la ciudadanía europea no aceptará la guerra.

4. Ante la incomprensión europea, el doctrinario Rumsfeld condena a Francia y Alemania -los motores de la Unión, que concentran todo el despecho norteamericano- como viejos países, alejados de lo que son hoy los países modernos. Los que tienen memoria habrán recordado que Carl Schmitt también dijo que sólo había dos Estados realmente modernos en el mundo: el nazi y el bolchevique. Pero dejemos el pasado y volvamos a la posmodernidad globalizadora. ¿Cuáles son los Estados europeos homologados por Rumsfeld? España, Italia y Rumania. Italia da la clave. Italia ha conseguido -como bien ha explicado Antonio Tabucchi- la fusión del poder económico, el poder político y el poder mediático en la persona de Silvio Berlusconi, y va camino de cerrar el círculo apoderándose del poder judicial. Aznar ha intentado emularle: a través de las privatizaciones de Estado, ha avanzado en la confusión entre público y privado y ha tratado de dominar el espacio mediático; además, ha hecho cuanto ha podido para conquistar el Poder Judicial. ¿Es éste el nuevo modelo de Estado que Rumsfeld nos propone como idea regulativa del futuro? La tradición democrática se basa en la separación: de los poderes, de la sociedad civil y el Estado, de lo público y lo privado. Hay presuntos liberales que parecen haberlo olvidado.

5. Lo escribió Kant (y lo repite Derrida): "Hay que salvar el honor de la razón", porque perder la razón es perder el mundo. O mejor dicho, nuestro mundo. La razón es un viejo invento que nos introdujo en la aventura humana: el largo proceso del desencanto del mundo y el intento por domesticarlo. La razón ha producido monstruos cada vez que ella misma ha querido convertirse en mito, reocupar el espacio vacío de lo sagrado. Millones de ciudadanos han sido víctimas de ello. Por eso, la razón política sólo es liberadora si guarda siempre la distancia. Si mantiene viva la pregunta por el porqué de las cosas y reconoce que toda creencia compartida es un juicio que no juzga, una verdad que no se pone en duda, una propuesta que no se examina. Los prejuicios se comparten por simpatía o por opción de moral provisional, pero no por doctrina o determinación.

La guerra de Bush es la imposición del prejuicio. Sadam Husein es un detestable personaje, cuyas atrocidades se cuentan y no acaban, y es penoso ver que todavía hay gente que sigue el principio estalinista de "no desesperar Billancourt" y prefiere omitir la barbarie de Sadam Husein para no dar cartas a la guerra. Podría defenderse la injerencia humanitaria para defender a los ciudadanos iraquíes. Pero no se dan las condiciones para una policía permanente del mundo, ni es ésta la intención norteamericana. Bush, ¿qué propone? La aceptación ciega de su decisión de erradicar este Mal -¿por qué éste y no otro?- sin explicar siquiera el día después. No hay otra materialidad de esta guerra que los votos, el petróleo y los cadáveres. Lo demás es ideología: promesa de un nuevo orden, basado en un solo principio: el que tiene la fuerza hace la ley. A la vieja Europa corresponde salvar el honor de la razón ante un disparate que rompe cualquier proyecto cosmopolita de globalización política, de soberanías compartidas. ¿Será precisamente esta idea la que los Estados Unidos pretenden erradicar de raíz con esta operación ejemplar? La dicotomía Estado legal, Estado canalla es la promesa de un nuevo demos universal del que todo aquello que queda fuera del patrón impuesto por los Estados Unidos está excluido. Al terrorismo se le vence con tiempo, con información, con policía y con una política dispuesta a compartir y cooperar para aislar y desconectar a los terroristas de su entorno. Convertir esta lucha en una guerra convencional es una sinrazón que sólo sirve para crear víctimas, héroes y agravios. ¿Sabrá Europa -que todavía cree en la persuasión de la palabra- defender el honor de la razón?