EL SECUESTRO DE CATALUÑA

 

  Artículo de JOSEP RAMONEDA en “El País de Cataluña” del 11.11.2003

 

Consciente de lo que se juega, Convergència i Unió enfoca la recta final de campaña buscando la máxima crispación nacionalista. Puede que tácticamente sea útil. Al fin y al cabo la demonización del adversario y la estrategia de la tensión han sido los recursos que Aznar ha utilizado cada vez que se ha visto en apuros, y no le ha salido mal. Pero en estos casos aparece lo peor de cada ideología, aquel punto en que la doctrina se convierte en máquina de odio y de exclusión.

La noche del debate electoral hice zapping entre la conversación de una cena y el televisor. En una de las visitas a la pantalla, me pilló el momento en que Artur Mas le decía a Maragall: "Usted no cree en Cataluña". Me estremeció por el mal estilo político y por la idea de Cataluña que la frase lleva incorporada. Pero me estremeció más todavía que Pasqual Maragall no se levantara y le obligara a rectificar inmediatamente. Entre adversarios democráticos no es admisible que se ponga en cuestión la lealtad básica de cada uno a los intereses del país. Aznar lo hace siempre que alguien no está de acuerdo con él. Pero, ¿no habíamos quedado en que Aznar no era ningún ejemplo de comportamiento político? Al mismo tiempo, ¿qué significa creer en Cataluña? Cataluña no es ni una criatura, ni un destino ni una realidad anterior o distinta de las personas que la forman. Por tanto, creer en Cataluña es confiar en la potencialidad y en la posibilidad de las personas que la forman. ¿Y eso se puede negar a un catalán que se dispone a competir en unas elecciones para gobernarla?

Lo de la noche del viernes no es una anécdota. Es el tema central -y prácticamente único- que ha tomado la campaña electoral de CiU a medida que se acerca el momento de la verdad. Con tono cada vez más agresivo el argumento es sólo uno: "Cataluña no puede ser gobernada por partidos dependientes de Madrid", "Cataluña no puede ser gobernada por gente no nacionalista que antepone otros intereses a los del país". Una escalada de delirio excluyente que culmina con Duran Lleida afirmando que "el PSC ha muerto" y que tiene abundantes precedentes, por ejemplo, cuando Pujol dijo que el PSC puede ganar gracias "al voto anticatalán del cinturón". Duran, desde que perdió la batalla por la sucesión en beneficio de Artur Mas, ha optado por convertirse en el más gritón de la familia. No sé si le sirve para hacer méritos delante de alguien, lo que es seguro es que no aumenta su prestigio. A Pujol habrá que darle tiempo para despedirse de modo más sereno después de las elecciones. ¿Cómo puede ser anticatalán un votante de Cataluña? ¿Es que Cataluña es algo distinto de la suma de voluntades de sus ciudadanos?

Lo que va de la confianza en un buen resultado al miedo a perder. Carod Rovira ha ofrecido durante esta campaña un nacionalismo comprensivo, más pragmático e incluyente que doctrinario y exclusivo. Artur Mas recupera el discurso de los buenos catalanes y los malos catalanes, para configurar un patético paisaje en que hay unos nacionalistas buenos (CiU, por supuesto), unos nacionalistas equivocados (ERC) capaces de entregar la patria a un partido supeditado a Madrid, dos partidos sucursalistas (PSC y PP) y un partido invisible (ICV) al que Mas no se ha referido apenas. ¿No es éste exactamente el mismo modelo que el PP y el PNV se disputan en el País Vasco? ¿Es éste el objetivo de Mas, la confrontación entre nacionalistas y no nacionalistas? ¿Es éste su modelo de ruptura con el pujolismo? A esto se le llama secuestrar a Cataluña.

En realidad, si Pujol, Mas y compañía se permiten negar la catalanidad y la lealtad al país a los demás es porque los otros partidos no se lo han impedido. Y éste ha sido un factor clave de la hegemonía nacionalista. La doctrina nacionalista es contaminante, como toda ideología emitida desde el poder, y el PSC la ha vivido siempre con un sentimiento de duda. Desde el caso Banca Catalana, los socialistas han estado atrapados en la red del partido régimen, con un sentimiento de falta, como si realmente tuviesen una culpa, una deuda que hacerse perdonar. Y su única culpa fue regalar la bandera de la Generalitat a Pujol en 1980. Esta culpa es la que les ha hecho dar por bueno el territorio roturado por Pujol, que ha sabido ser a la vez jugador y diseñador del campo. Esta culpa es la que hace que, a menudo, el PSC aparezca como un partido que tiene vergüenza de ser como es. Y estas inseguridades se transmiten al electorado. Y explican en buena parte que a estas alturas y después de 23 años, a juzgar por las encuestas, el PSC no tenga todavía las elecciones ganadas.

Todo esto no quita que el discurso de la descalificación patriótica del adversario que CiU practica sea innoble. Y, lo peor, exprese una inaceptable idea de Cataluña asociada a un solo partido, a una sola formación, a una sola persona. No, Cataluña no es CiU. Ningún partido democrático tiene menos derecho que cualquier otro a representar y gobernar este país. Salvo que el nacionalismo no sea nada más que un discurso para garantizarse que gobiernen siempre los mismos.

Precisamente por eso, en este momento en que Maragall puede ser presidente de Cataluña, me parece más exigible que nunca que plante cara a este discurso de la exclusión. Porque realmente no se entiende por qué el PSC a lo largo de su historia ha sido tan complaciente con el más constante argumento que CiU ha tirado contra ellos: ustedes defienden intereses ajenos a Cataluña.

Días atrás el presidente Pujol dijo que no sería bueno que hubiese más de un partido en el espacio nacionalista. Esta negación del pluralismo puede parecer chocante. Pero ha sido la base de la hegemonía de CiU: un solo partido nacionalista, depositario único e incontestable, y todos los demás marcados con el signo de la sospecha. Es decir, incapacitados para gobernar Cataluña. A este sistema se le ha llamado el oasis catalán y también podría llamarse la pax pujolista. Sólo fue contestado por Pasqual Maragall desde el Ayuntamiento de Barcelona. Por eso Pujol le ha tenido siempre como la gran amenaza. ¿Me aceptan la apuesta de que, si CiU pierde, sus dirigentes darán el oasis catalán por terminado?