PASTELEO IMPRESENTABLE

 

 Editorial de  “La Razón” del 28.01.2004

 

La «solución» aplicada por los socialistas a la crisis desatada por los contactos con ETA del «conseller en cap» de la Generalitat, Josep Lluis Carod-Rovira, no deja de ser un pasteleo impresentable que en nada favorece a las expectativas electorales de José Luis Rodríguez Zapatero. El lunes, en nota oficial, el PSOE exigía con firmeza a Maragall «el cese como miembro del Gobierno de Cataluña» de Carod-Rovira. Hoy, parece contentarse sin embargo con el abandono de la jefatura y su pase, aunque por pocos días, al puesto de simple «conseller» sin cartera. En una compleja maniobra, el interlocutor de ETA anuncia que se presentará como candidato por su partido al Congreso de los Diputados, lo que le obligará a dejar el «govern». Es decir, que todos se muestran aliviados con la componenda: Zapatero, porque, a fin de cuentas, Carod se va; Carod, porque, en las formas, no le echan; y Maragall, porque se mantiene en el sillón y no acepta «órdenes de Madrid». Pero esta es sólo la imagen con la que se trata de enmascarar tanto la enormidad de lo que ha hecho Carod-Rovira como de la debilidad efectiva de Rodríguez-Zapatero al frente del PSOE.
   El todavía «conseller» del Gobierno de todos los catalanes insistía ayer en su desplante hacia las víctimas del terrorismo, hacia el ordenamiento constitucional y hacia el propio sentido común. Tributario al fin y al cabo de su pasado radical y sus amistades peligrosas, sigue sin entender que su acción, perpetrada además cuando era presidente en funciones de la Generalitat y con su coche oficial, no puede salvarse como un simple error disculpable por su «buena voluntad». No entiende que lo que hizo es acudir a la llamada de los jefes de una banda de asesinos, y cuando a los asesinos les ha convenido hacerlo.
   Tampoco entiende Maragall que antes que al sillón presidencial, se debe a sus electores; y que en poco ayuda a la dignidad del President su actitud de mantenerse en el cargo a toda costa, incluso perdonando la vida política de un «conseller en cap» que se ha demostrado indigno.
   Como tampoco Rodríguez Zapatero parece haber entendido de una vez que un candidato a presidir el Gobierno de España tiene, como mínimo, que saber gobernar su propio partido. Y no es precisamente con la componenda de esta «salida digna» de Carod-Rovira, con el impresentable pasteleo organizado por Maragall, como se transmite a los españoles una imagen de seriedad, de credibilidad, de compromiso con el electorado, y de capacidad para dirigir los destinos de una nación que es ya la octava potencia económica del mundo.
   La dimisión, parcial y a plazos, de Carod-Rovira, dice bien poco de la respuesta que podía esperarse del PSOE y del peso real de un secretario general que, ni siquiera en esta ocasión, en plena carrera hacia La Moncloa y cuando le avalan el resto de los «barones» y, sin duda, toda la opinión pública, ha sido capaz de actuar con la eficacia y la firmeza que debe acompañar al líder del primer partido de la oposición.