EL TERRORISMO Y OCCIDENTE

 

  Artículo de JEAN-FRANÇOIS REVEL, DE LA ACADEMIA FRANCESA en “ABC” del 06.10.2003

Desde luego, en política internacional, Francia tiene el arte de plantear propuestas que no pueden desembocar en ninguna solución práctica en lo inmediato. Proclamar que en Irak hay que anteponer una acción política a una acción de seguridad y que hay que restituir la soberanía al pueblo iraquí, es decir lo evidente, pero irrealista a corto plazo. Por otro lado, los estadounidenses no proponen nada distinto, sino a medio plazo, porque no se puede «restituir» al pueblo iraquí en tres semanas una soberanía que nunca ha tenido o, más aún, hacerle adoptar y respetar unas reglas democráticas que jamás ha conocido. «Nuestro objetivo, nuestro único objetivo», afirma el secretario de Estado Colin Powell, «es devolver Irak a los iraquíes para que puedan gobernarse a sí mismos de acuerdo con unos ideales democráticos».

En realidad, lo que implica la propuesta francesa es que el pueblo iraquí fue despojado de su soberanía por la intervención militar estadounidense y, por lo tanto, que tenía esa soberanía bajo la dictadura de Sadam Husein. ¿Qué ceguera ante la historia puede haber inspirado a nuestros dirigentes tamaño disparate? Para comprender la génesis, hay que leer el libro de André Glucksmann, «Occidente contra Occidente», que acaba de publicar Plon. Glucksmann muestra que la intervención en Irak se derivaba en primer lugar del deber de asistir a un pueblo en peligro de muerte, del mismo modo que habría estado justificada una intervención occidental y de la ONU eficaz (que no se produjo) para prevenir el genocidio en Ruanda. ¿Han oído hablar los dirigentes franceses de las fosas comunes y de las cámaras de tortura que se descubren en Irak cada día desde el final de la guerra?

En segundo lugar, prosigue Glucksmann, y es el argumento más importante, hoy hay una guerra mundial contra los derechos humanos y la democracia, entre «la civilización y el nihilismo». Esta guerra no está dirigida únicamente contra Estados Unidos, sino contra todo país democrático, toda institución que defienda los derechos humanos. La prueba es que en Irak los antiguos partidarios de Sadam o los terroristas infiltrados llegados del exterior no atacan únicamente a los estadounidenses. Hicieron explotar la sede de la ONU en Bagdad, matando a decenas de personas, entre ellas el Alto Representante Sergio Vieira de Mello. Así pues, traspasar enteramente a la ONU la dirección de la reconstrucción de Irak, esa gran idea francesa, no acabaría ni mucho menos con los crímenes terroristas en este país, o en ningún otro lugar.

El 11 de septiembre de 2001, anunciado por varias agresiones del mismo tipo aunque menos graves, fue la declaración de guerra oficial a los países democráticos de todos los Estados u organizaciones del mundo que quieren aniquilar la civilización de los derechos humanos. Aunque «guerra» no es la palabra exacta. Porque el terrorismo, subraya precisamente Glucksmann, no consiste en atacar a un ejército enemigo, capaz de defenderse, sino a civiles inocentes indefensos. La ONU que, en más de medio siglo, se ha revelado impotente para impedir tantas masacres y genocidios, parece especialmente mal preparada para combatir este terrorismo nuevo, al mismo tiempo omnipresente e inasible.

Por eso puede resultar extraño que los «partidarios de la paz», entre los cuales figuraba Vladimir Putin, el benefactor de Chechenia, y los manifestantes que desfilaban en nuestras ciudades para apoyarles, hayan permanecido en silencio cuando Sadam declaró dos guerras sucesivas que provocaron un millón de muertos. La noción de «guerra humanitaria», escribe Glucksmann, puede parecer contradictoria. Sin embargo, es apropiada cuando el «agresor» interviene, no por espíritu de conquista, sino con la intención de poner fin a unas matanzas. Es lo que hicieron demasiado tarde los europeos en Bosnia y lo que hace en la actualidad la ONU, sin gran éxito, en la llamada República «Democrática» del Congo. No se pueden tachar de «imperialistas» estas dos acciones.

La palabrería de moda está llena de «procesos de paz», de «diálogo» y de «tolerancia». Sin embargo, incluso tras la desaparición de las grandes maquinarias totalitarias, las guerras entre Estados, etnias y religiones devastan a continentes enteros. El terrorismo más mortífero les parece a muchos un medio de acción natural y legítimo, incluso dentro de países democráticos, aún más fuera de ellos y contra ellos. Así, la nueva guerra terrorista lleva a Glucksmann a hacerse esta pregunta: ¿verá el siglo XXI «la desaparición de aquello que fue celebrado u odiado hasta hoy bajo el nombre de Occidente»? A menudo hemos temido esta desaparición, ante otras amenazas. Esperemos que esta vez, al igual que las anteriores, no vaya la vencida.