¿UNA GRAN NACIÓN?

 

 Artículo de FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS, de las Reales Academias Española y de la Historia   en  “ABC” del 30/03/2004

 

 

JOSÉ María Aznar sacaba pecho diciendo eso de «Somos una gran nación». Un poco como Napoleón ante las Pirámides: «Cuarenta siglos nos contemplan». Pero, ya se ve, su ejército, como el de Napoleón, era insuficiente. El 11 y el 14 de Marzo trajeron la capitulación ante Al Qaida: los socialistas ya anuncian la retirada de Irak. Abdicamos del papel de guardianes de Occidente. Entre tanto, los de ERC, afortunadamente sólo ellos, capitulan ante ETA.

Pero no era sólo Aznar el que, ilusionadamente, decía eso. Y la verdad es que había hecho crecer a España y son injustas las campañas contra él (¿por qué tanto odio?). También fuera de España decían cosas parecidas. Por ejemplo, el 2 de febrero, «Newsweek» presentaba en portada «The Spanish way» y sugería que España podía ser un modelo para Europa. En España encontraba las más dinámicas instituciones financieras, el mayor crecimiento del empleo, el Foro Cultural de Barcelona. Y no más lejos que el 8 de marzo (¡tres días antes del once!) decía «Times» que «España conquista el mundo». Gastronomía, cine, negocios, arquitectura, deportes... Arzak, Adrià, Fernando Alonso, Florentino Pérez, Juanito Oiarzábal, Marcelino Botín, Calatrava, Muñoz Molina, Tamara Rojo, Alejandro Sanz, Almodóvar, algunos científicos. De educación y humanidades nada, claro. Todo bajo la égida de Aznar. «Una nación que hace pocas décadas estaba oprimida, hoy tiene nervio para ayudar a construir la Constitución europea y enviar tropas a Irak». Sic transit...

La España de Aznar y la de las revistas americanas contienen elementos de una gran nación. Y podrían añadirse muchísimos más, por ejemplo, en el terreno de la cultura, en el de la solidaridad ante el crimen, en el del funcionamiento, el día triste, de todos los servicios. En el del crecimiento en casi todo. Y sobre todo, está el trabajo del pueblo español, en las peores circunstancias. De tantos españoles de los que son símbolo los que viajaban en aquellos trenes.

¿Pero, somos una gran nación? A comienzos del siglo XXI y después de lo que hemos vivido nos tienta la autocrítica, o el masoquismo, si quieren, como tentaba a los regeneracionistas de comienzos del XX.

La verdad, estos días frenéticos nos ha puesto a todos mal cuerpo. A mí me hacen ver con ojos críticos, quizá demasiado, el espectáculo de nuestra democracia. De todos sus actores.

El PP, que ha tenido estos años méritos extraordinarios, ha hecho una campaña floja. Ya se ha dicho, yo querría insistir en su pasar de puntillas por el tema que una ruidosa clac había convertido en central: la guerra de Irak. No han sabido explicar que España no ha hecho esa guerra, está allí mínimamente y en misión pacífica, más bien simbólica, casi un paripé. Y que, fueran cualesquiera los errores de los americanos al lanzar esta guerra, de ellos hablé días atrás, era imperativo el responder a la agresión de los islamistas. Ya se ha visto lo peligrosos que son.

Y luego, yo no creo que los líderes del PP hayan mentido, pero es claro que interpretaron los hechos a partir de un wishful thinking o pensamiento interesado, que dicen. A partir de precedentes mal analizados y de conjeturas. Apretando el cerco de ETA, cerrándole la puerta principal, se olvidaron casi del otro enemigo, lo consideraron no existente. Y un comando se les coló por la puerta trasera e hizo un acto de guerra con un objetivo: echarlos del poder. Lo ha conseguido.

Ingenuidad, renuncia a presentar razones, exceso de confianza y mínimo de vigilancia: estas son sus faltas. Pero tampoco son de recibo muchas cosas de los socialistas. Eran insuficientes, tuvieron que dejarse arropar por grupos de reventadores nada democráticos. Y hay los otros. Resulta que ahora «Cultura contra la guerra» son nuestros ideólogos y Almodóvar nuestro Sócrates. Y los socialistas han tenido que aceptar pasivamente a los Maragales y Carodes, y a los del «diálogo» en el país Vasco. Dios les dé suerte. Me temo que tendrán que recordar a Aznar, contra el que han hecho campañas inmerecidas.

Y violaron en forma inadmisible el día de reflexión y lanzaron acusaciones sin sentido. En fin, después de todo, ganaron, aunque es bastante vergonzoso que haya sido Al Qaida quien les ha dado los votos que les faltaban. Hoy dan la imagen de una formación seria que nos dará un Gobierno serio. Solo que nace con tales hipotecas que muy hábil ha de ser para librarse de ellas. No les va a salir gratis el zafarse de ciertas demagogias.

Pero los partidos son sólo partidos y el sujeto de la democracia es el pueblo, sobre él revierte. He elogiado muchos de sus comportamientos. Pero, la verdad, que un atentado de Al Qaida haya dado millón y medio o más votos contra «la guerra de Irak», es preocupante. ¡Resulta que Al Qaida decide nuestras elecciones! Que, antes que la razón ha imperado, para esos electores, la emoción, que ha dado el éxito a propagandas interesadas. Cierto que esa fluctuación de votos ha sido, comparativamente, baja. Pero suficiente.

La verdad, un sector del pueblo español ha fallado. Si ahora nos retiramos de Irak, de nuestra misión pacífica en Irak, será un gran deshonor para España. Y más ahora en que, en el nivel internacional, se ha llegado a acuerdos, seguirán otros más, habrá una Constitución en Irak. Esperamos se nos evite todavía la gran vergüenza. No sería digna, ciertamente, de una gran nación. Una gran nación reacciona cuando es agredida, no se retira a la primera ofensiva.

Ni parece que sea propio de una gran nación ese fraccionalismo galopante que sufrimos, sin paralelo en el mundo occidental. Nuestras Autonomías nos han llenado de tabiques y de despilfarro. Y lo concedido al «hecho diferencial» (no tan importante, la verdad) en Cataluña, el País Vasco, Galicia, para nada ha servido, piden más y más y más. Buen problema para los socialistas y para todos. El miedo es que las concesiones lo que logren al final sea provocar nuevas concesiones. Es dudoso, mientras arrastremos ese problema, que seamos una gran nación.

Y hay el absurdo sistema electoral, que favorece a formaciones mínimas, distorsiona la voluntad popular y todo el sistema, lo hace inmanejable.

Y hay tantas cosas más que nos hacen dudar. Ese tratar de vivir gozando y aturdiéndose, aplazando, haciendo como que no se ve. Tanto absentismo y bajo rendimiento en el trabajo, tanta apariencia, tanto derroche, tanto vivir en plena fiesta tratando de eludir la responsabilidad, tanto trepa. Tanto preferir una educación de nivel bajo, rehuyendo el esfuerzo. Ceder sin pudor ante cualquier presión. La envidia. El odio.

Y nos hace dudar, también, el trato que nos dan por ahí fuera. Algo hemos ganado en presencia y en prestigio, algo quedará. Y éramos los aliados que sacaban la cara por los americanos, les aliviábamos de la sensación de aislamiento. Pero cualquiera que haya trabajado en la Ciencia y las Humanidades sabe que, en su fuero íntimo, los anglosajones siguen considerándonos de segunda. Nos lanzan miradas de benevolencia, pero procuran no vernos.

Yo no reprocho a Aznar su sueño que, después de todo, contenía elementos de realidad. Pero, después del sueño, vemos ahora en torno nuestro una potencia más bien mediana. Disminuida en la esfera internacional y con un problema interno que es grave. Y sin demasiada decisión para afrontarlo. Quizá la negociación pueda realizarse sin que cueste excesivas concesiones. Pero quedará el temor de no terminar nunca, por más lastre que se suelte.

Entre tanto, España vive bien, la gente prefiere disfrutar y olvidar problemas. Renuncia al papel de gran potencia, que comporta sacrificios y responsabilidades. Cambia el Gobierno y se acabó. Pero no se acabó, los problemas siguen ahí. Pasada la hora emotiva, habrá que afrontarlos.