SUBESTIMANDO A BUSH

 

  Artículo de Aníbal Romero  en “Libertad Digital” del 12.06.2003

 

El presidente norteamericano es un hombre con suerte: sus adversarios siempre le subestiman. Un ejemplo clave fue la elección del año 2000. En esa oportunidad, un político realmente mediocre, Al Gore, se presentó en el escenario como una especie de sabelotodo que sin duda aplastaría al rústico vaquero de Texas. Se equivocó. Posteriormente, y hasta el día de hoy, la izquierda internacional —con su característica torpeza— continúa haciendo mofa de Bush y combina su sorna con odio incontenible. En medio de tales pasiones pierden de vista lo esencial y obvio: Bush no es un político subestimable.

Al igual que Reagan, también objeto de burla como "actor de segunda clase" y muchos otros adjetivos hirientes, Bush mezcla claridad de propósitos con una férrea convicción en sus principios. No podría ser mayor el contraste con un personaje al estilo de Clinton: superficial, mendaz y sin sentido de dirección, gran culpable del debilitamiento de la voluntad norteamericana en los años 90.

La izquierda internacional, y en especial la estadounidense, cometió un gravísimo error con Reagan. Hasta los soviéticos le subestimaron y no sobrevivieron para reírse. Lo mismo, sólo que en dimensiones más hondas, ha ocurrido con Bush. Y digo esto porque Bush, quien jamás fue subestimable, después del 11-S se ha convertido en un político formidable, identificado a fondo con los sentimientos de la mayoría en su país y dispuesto a colocar sus acciones donde coloca sus palabras.

Osama Bin Laden y Sadam Hussein ya saben esto. Chirac y Schroeder también. El partido Demócrata en Estados Unidos y los columnistas de izquierda en el New York Times hace rato que dejaron de lado los chistecitos necios sobre el vaquero primitivo. Los Ayatolas iraníes están desarmando a los terroristas que ellos mismos financiaban hasta hace poco. El dictador sirio les imita. Por estas tierras nuestras, los cálculos se les complican a Castro y a Chávez.

Cabe imaginar cómo estaría el mundo si en Washington mandara Gore o Clinton, dando discursos en la ONU en tanto que los tiranos, déspotas y forajidos del "eje del mal" internacional hacen de las suyas, amparados en la hipocresía, el miedo y la indecisión que predominaron por tantos años y que permitieron el desarrollo de una amenaza terrorista como la que hoy existe. Los oradores de oficio y profesionales de la ingenuidad añoran una etapa de las relaciones internacionales que, por fortuna, no volverá. Los Chirac de este mundo, aplaudidos por Sadam y Chávez, hablan demasiado, pero son más egoístas que el resto. Su retórica durará sólo hasta el día en que sus países experimenten lo que ya Estados Unidos vivió. No lo deseo, pero es así.

El 11-S hizo época en las relaciones internacionales contemporáneas. No entender eso es andar perdidos en la selva que nos rodea. La agenda exterior de Estados Unidos cambió radicalmente y tenía que hacerlo. Ya el G-8 no representa lo que fue hasta hace poco. La seguridad nacional está antes que la economía, y por ello Bush sólo permaneció un día en Evian. Su problema prioritario es el Oriente Medio, la amenaza del fundamentalismo islámico y la estabilización de un área de crucial relevancia estratégica.

Chirac y Schroeder cometen un error gravísimo al empujar a la Unión Europea a una confrontación con Washington. Con ello sólo lograrán dividir a Europa y debilitar al Occidente democrático. La realidad implacable de la hegemonía militar norteamericana exige una postura de cooperación con sentido crítico. De lo contrario, la idea europea fracasará ineluctablemente.

En cuanto a América Latina, los aplausos a Castro y Chávez en el parlamento argentino indican que el complejo de inferioridad anti-yanqui todavía hace estragos en nuestros espíritus. Aplausos para un tirano que oprime y fusila a sus ciudadanos, al responsable de 44 años de fracaso histórico, que dejarán un legado de ruina y desengaño en una sociedad malherida. Aplausos para un aprendiz de dictador, el pintoresco venezolano, ejecutor del más grande desperdicio de capital político de que se tenga memoria en nuestro país, otro paria internacional, admirador de Sadam y Tirofijo y enemigo jurado de Estados Unidos. ¡Y estos son los ovacionados en el Congreso argentino! ¿Qué añadir al respecto? ¿Vale acaso la pena, para Bush, ocuparse de ellos? En ocasiones, la respuesta se me hace dudosa.

Aníbal Romero es profesor de Ciencia Política en la Universidad Simón Bolívar.