EL MENSAJE DESDE TURQUÍA
Artículo de Ignacio San Miguel en “El Semanal Digital” del 06/07/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
6 de julio. Las recientes declaraciones de George W. Bush durante su última
visita a Turquía constituyen un resumen de las líneas maestras de su política
exterior respecto del mundo musulmán. Su aparente intromisión en los asuntos de
la Unión Europea al declarar que Turquía debía incorporarse a este organismo, en
realidad no era tal, por lo menos en su intención, pues el mensaje, considerado
como una provocación por Jacques Chirac, no estaba destinado ni a él ni a
Europa, sino a los países musulmanes.
Varios aspectos destacan en este mensaje. Uno, el considerar a Turquía un
ejemplo para las naciones musulmanas. Después de haberse occidentalizado bajo la
férrea dirección de Kemal Ataturk, y regirse en la actualidad por un sistema
democrático, homologable al de los países occidentales, Turquía supone un
mentís, según Bush, a la fatalidad de un choque de civilizaciones. Bush no cree
inevitable este choque y proyecta, a cambio, la idea de la democracia como
solución al conflicto. A tanto llega, que incluyó en sus palabras una referencia
a la religión musulmana, la que, en su opinión, contiene enseñanzas que conducen
a la democracia.
Este planteamiento es el mismo que condujo a la intervención en Irak. La única
razón verdaderamente convincente, por su alcance político, para esta
intervención es la del establecimiento de una democracia en Oriente Medio,
aliada de Estados Unidos, desde la que se pueda ir presionando en las naciones
musulmanas del entorno en orden al establecimiento en ellas del régimen de la
democracia. El objetivo sería la neutralización del islamismo radical y, con
ello, la solución del conflicto árabe-israelí. La existencia de armas de
destrucción masiva en manos de Saddam Hussein constituyó la justificación moral
para la intervención, que resultaba así entendible y aceptable para todo el
mundo. Desgraciadamente, los informes secretos al respecto resultaron
incorrectos: o bien eran anticuados, o bien fueron maquillados a impulsos de
grupos de presión que deseaban la intervención a toda costa, sin parar mientes
en escrúpulos morales. Lo que resulta inadmisible para el sentido común es
pensar que Bush construyese una mentira para justificar una intervención, a
sabiendas de que el fraude iba a ser descubierto poco después por los
inspectores, y eso teniendo en perspectiva una reelección presidencial.
La creencia de los norteamericanos en la democracia es muy fuerte, quizás
excesiva. Está en la médula de su pensamiento, es su religión laica. Y los
neoconservadores que tanta influencia tienen ahora en el Partido Republicano, y
que piensan que Estados Unidos debe intervenir activamente en todos los
conflictos mundiales, enarbolan la democracia como la panacea. Bush coincide con
ellos en esta orientación. Los conservadores tradicionales, si bien tienen la
misma fe en la democracia, tienden al aislacionismo, y piensan que resulta
indeseable que su patria intervenga en tantos puntos del Globo. Lo ideal para
ellos sería que cada nación resolviera sus problemas por sí misma.
Si bien Bush se aparta en tal aspecto del conservadurismo tradicional, sin
embargo coincide con él en materia de moral y costumbres. No hay por qué dudar
de que su encuentro con Billy Graham, el célebre predicador, hace ya muchos
años, marcase su vida. Esta circunstancia está presente en sus palabras cuando,
al hablar de la conveniencia de la democracia, afirma que no es cierto que ésta
sea incompatible con ideales elevados. Él es consciente de que para los
musulmanes el mundo occidental está degenerado y que su contacto es corruptor, y
de que tienen razones válidas para pensar así. Si bien el cristianismo es una
religión superior al islamismo en orden a la civilización, lo cierto es que
Occidente ha ido perdiendo a marchas forzadas sus señas de identidad cristianas,
y lo que están recibiendo los musulmanes, los iraquíes, por ejemplo, no es
doctrina cristiana ni modelos cristianos de vida, sino los detritos de una
civilización desnaturalizada: pornografía, aborto, libertinaje sexual, etc. Bush
tiene que ser consciente de ello y de que Occidente necesita regenerarse
moralmente antes de pretender influir en las naciones musulmanas de otra forma
que no sea por vía de la corrupción. La democracia debe llenarse de contenido
moral para resultar atractiva a pueblos íntimamente religiosos. De ahí la
proclama de Bush de que la democracia no está reñida con la elevación ética.
El mensaje de Bush puede resumirse a tres conceptos: el choque de civilizaciones
no es inevitable; la democracia es el destino de las naciones musulmanas y la
solución para que este choque no se produzca; la democracia puede y debe tener
contenido ético y religioso. Turquía es un ejemplo de nación musulmana que va a
ingresar con pleno derecho en el club occidental de la Unión Europea.
El destinatario principal de los beneficios de esa proyección política ha de ser
Estados Unidos, naturalmente. Todavía no ha nacido el político americano que no
piense en primer lugar en los intereses americanos. Y la democratización de los
países musulmanes supondría el surgimiento de estrechos aliados y clientes.
En Estados Unidos hay analistas que piensan que George Bush, al igual que
Woodrow Wilson, se mueve en un mundo de abstracciones idealistas en detrimento
de la orientación pragmática que debe primar en un buen político y estadista. Es
posible que sea así y que sus sueños utópicos se vean frustrados. En cualquier
caso, su pensamiento, como producto que es de las distintas corrientes de
intereses materiales, ideológicos y religiosos, merece la debida atención. No es
aceptable el juicio patoso del comentarista español común, al que su
antiamericanismo adocenado le induce a considerar la figura de Bush como simple
blanco de diatribas insustanciales.