LA IZQUIERDA VARADA

 

 

  Artículo de IGNACIO SÁNCHEZ CÁMARA. Catedrático de Filosofía del Derecho Universidad de La Coruña, en “ABC” del 28.05.2003

EL electoral parece ser uno de esos insólitos juegos en los que todos ganan. Al menos, si atendemos a las declaraciones de los dirigentes de los principales partidos. Todos contentos. Se diría que los votos, como Descartes afirmaba del buen sentido, son la cosa mejor repartida del mundo, pues nadie se encuentra insatisfecho con la porción recibida. Otra cosa es, quizá, el sentimiento íntimo. La soledad nunca engaña. Salvo casos sangrantes, no hay quien no pueda acogerse a algún aspecto que le pueda beneficiar. La realidad tiene siempre matices y todo es cuestión de perspectiva. Unos ganan en votos, otros en concejales y escaños. Aquellos mejoran los resultados, los de más allá bajan menos de lo que vaticinaban las encuestas. Y si uno se da un batacazo, siempre queda el consuelo de pensar en mejores tiempos venideros. Al fin y al cabo, la democracia es la victoria política del pueblo, y todos somos el pueblo. Nadie, pues, pierde. Felicidades a los vencedores de todos los partidos. Allá en la serena soledad de las conciencias, cada cual es consciente de la suerte que ha corrido. Otra cosa es que la prudencia o la astucia políticas obliguen a velarlo pudorosamente.

Hay, no obstante, hechos y cifras incontrovertibles. El PSOE, por primera vez desde 1993, gana en número de votos, aunque sea sólo por unos cien mil, y el PP gana en número de concejales y representantes autonómicos, y aumenta su poder en las capitales de provincia. El PSOE mejora y el PP empeora muy levemente. Los dos pueden exhibir argumentos para la satisfacción. Otro criterio consiste en sopesar los resultados esperados. Desde este punto de vista, la izquierda ha resultado derrotada. Quienes se atribuyeron el señorío de la calle y la exclusiva de la legitimidad, no pueden dejar de reconocer que las urnas les han sido esquivas. A menos que se empeñen en pretender que millones de españoles hayan otorgado su confianza a un puñado de criminales a sueldo del Pentágono. Por lo demás, no deja de ser un criterio orientativo la observación de las reacciones respectivas de militantes y seguidores. En Génova afloró un entusiasmo acaso excesivo; en Ferraz, un elocuente vacío. Las victorias, como la felicidad y el dinero, son difíciles de ocultar.

Otra posibilidad consiste en dirigirse a los aspectos o circunscripciones más relevantes. Madrid posee un valor electoral que rebasa lo simbólico. Ganar en la capital suele ser condición inexcusable para obtener salvoconducto a la Moncloa. Aquí, como en las más populosas ciudades, se cebó la propaganda antibelicista. Aquí debía comenzar el principio del fin del PP, el cambio de ciclo político, el vuelco anunciado. Nada de esto se ha producido. La izquierda quedó varada en Madrid. Pues el presumible gobierno de coalición entre socialistas y comunistas en la Comunidad no puede ocultar dos hechos relevantes: el aplastante triunfo de Ruiz-Gallardón, ejemplarmente comprometido con la política del Gobierno sobre la guerra de Irak, y el triunfo de Esperanza Aguirre, pese a que no alcanzara la mayoría absoluta por un puñado de votos. En cualquier caso, el partido de los esbirros de la ultraderecha norteamericana, el de los señores de la guerra, que deberían ser conducidos ante la justicia internacional, resultaba el más votado. Algunos analistas de la izquierda, acaso ingenuos, se preguntan, compungidos, por las razones de este abandono de los principios morales por parte de quienes se habían declarado contrarios a la política del PP. Tal vez confundieron la parte con el todo y el ruido con las nueces. Pues, aun suponiendo que la proporción de los hostiles al Gobierno fuera tan alta como vaticinaban las encuestas, es posible estar en contra de la intervención armada pero no de una manera tan desaforada y agresiva como lo estuvo la izquierda radical. Y, por tanto, es posible que no depositen su oposición en las urnas si estiman que otras partidas, como la económica o la antiterrorista, benefician al balance del PP. En suma, que una cosa es desear, más o menos ingenuamente la paz, y otra lanzarse en los brazos, por otra parte nada pacifistas, de la izquierda radical. No son votos todo lo que reluce. Hay más votantes de los que sueña la progresía. Una de las cimas del fiasco del totalitarismo de izquierdas quizá se encuentre en el triunfo popular en las principales poblaciones de la costa gallega anegada por el «Prestige».

Desde la perspectiva de lo que más importa, la unidad de España y la subsistencia del orden constitucional, los resultados arrojan un balance positivo, no sin sombras. En el País Vasco se confirma la solidez del constitucionalismo. No habrá representantes electos del bando del terror. Y sombrías perspectivas se ciernen sobre el siniestro proyecto soberanista de Ibarretxe. Quien ilegítima y totalitariamente pretende hablar en nombre de todo el pueblo vasco, cuando sólo es parte y no mayoritaria, se encuentra con la nada en Navarra, muy poco más en Álava, y perdidas Vitoria y San Sebastián y algunos antiguos bastiones municipales. Conservan sólo Bilbao, entre las cuatro capitales vascas, que son tres, y dependiendo del apoyo espurio de la Izquierda Unida de Llamazares (el socio de Zapatero) y Madrazo (el socio de Arzallus). Acaso la ética política obligaría al PSOE a no pactar con Izquierda Unida mientras los comunistas sustenten al nacionalismo separatista vasco. Peores noticias llegan de Cataluña, donde la estrategia socialista ha conseguido su propio descenso y el auge del radicalismo secesionista. La estrategia de Zapatero, olvidadiza de la enseñanza del felipismo que siempre se mantuvo alejado del comunismo, le ha granjeado una exigua victoria pírrica en número total de votos, que ha beneficiado al comunismo y a la izquierda nacionalista.

La estrategia radical de Zapatero ni ha sido buena para España, que necesita de los dos grandes partidos nacionales y de su leal y recíproca oposición, ni ha sido buena para sus intereses electorales. Si cabe extraer una enseñanza electoral de nuestra joven, mas no tanto, democracia, es que nadie ha ganado nunca con el concurso directo de los radicalismos de uno y otro lado. Sin el voto de la moderación no es posible llegar a la Moncloa. Al abandonar esa moderación, el PSOE de Zapatero sólo obtiene pan, y no mucho, para hoy, y, tal vez, hambre de votos y ausencia de la Moncloa para mañana. Cualquier extrapolación de los resultados municipales y autonómicos del domingo al ámbito nacional es arriesgada. Pero el sistema proporcional y la proliferación de grupos y partidos regionalistas en las elecciones locales permiten aventurar que las cosas no han resultado bien para las elevadas y exageradas aspiraciones socialistas. La sombra de Baleares es más alargada que la que arroja la casi olvidada guerra de Irak. A menos que el porvenir y la fortuna les deparen más magros «prestiges» e «iraks», las expectativas de Zapatero no son las soñadas y los idus de mayo no han sido generosos con el animoso secretario general socialista, a pesar de que pueda proclamar, con razón, que su partido ha sido el más votado. La izquierda ha alcanzado la playa dorada de la Comunidad de Madrid, pero parece varada en la costa electoral.