LAS DOS CUESTIONES PALPITANTES

 

 

 Editorial de  “El Semanal Digital” del 24/02/2004

 

 

Si ETA declarase ahora una tregua más amplia, tal vez general, España se encontraría en la misma situación que ante la tregua-trampa, aunque con algunas graves diferencias.

24 de febrero.  El traidor no es menester, siendo la traición pasada. Y así la sabiduría tradicional castellana se ha hecho realidad en Josep Lluis Carod-Rovira, que fue en semanas pasada el centro de la atención pública, que ha cambiado los rumbos y los ritmos de la política española, pero que ya no es noticia. O al menos no lo será mientras no urda alguna trama nueva, o mientras no salgan a la luz hazañas pasadas. Sin embargo, Carod ha destapado dos cuestiones decisivas para la convivencia cívica, que tal vez latían ocultas pero que ahora se muestra en toda su magnitud.

Una es la lealtad democrática de la oposición. En efecto, el PSOE no ha sabido gestionar la crisis etarra inducida por el republicanismo catalán, y se ha empecinado en dar por resuelto un problema que se agrava por momentos. El socialismo se considera en posesión exclusiva de la verdad, y en definitiva en posesión exclusiva de la legitimidad política, de manera que el alejamiento del poder le lleva a dar por buenas personas y situaciones que distan mucho de serlo. Esto no es bueno para la democracia española.

De hecho, la concreción práctica de esa naturaleza dubitativa del socialismo español es el carácter y el estilo de su liderazgo. José Luis Rodríguez Zapatero no ha demostrado cualidades para dirigir un partido en tiempos de tormenta, y ha puesto sus intereses personales por encima de los de su organización, y los de ésta por encima de los de la nación. Con estos hechos objetivamente demostrados, la crisis Carod es ante todo la crisis de la oposición. Una oposición carente de cualidades y de legitimidad para gobernar, salvo poniendo en peligro valores que se reputaban intocables.

Pero la segunda cuestión desatada por Carod y sus amigos terroristas es más urgente, aunque tal vez no más peligrosa. El nacionalismo vasco, como punta de lanza de los enemigos de la unidad española, ha hecho un experimento exitoso en Cataluña: se ha demostrado que con una mínima concesión retórica de ETA todo el nacionalismo y casi toda la izquierda se abre al diálogo, a las concesiones y a la quiebra de la cohesión constitucional. Si ETA declarase ahora una tregua más amplia, tal vez general, España se encontraría en la misma situación que ante la tregua-trampa, aunque con algunas graves diferencias. Ahora el nacionalismo está más unido, y sus enemigos más divididos. Ahora una parte del socialismo podría acceder a las peticiones de ETA a cambio de poder. Muchas personas han muerto para que cosas así sean imposibles. Por dignidad, España debe sajar sin piedad esos dos tumores políticos, esas dos cuestiones palpitantes que bufonescamente Carod ha servido para destapar.