LA GUERRA QUE NO CESA

 

 

  Artículo de Carlos SEMPRÚN MAURA en “La Razón” del 06.10.2003


Nada ha terminado. Ni en Afganistán, ni en Iraq, ni en Israel, ni en Indonesia, ni en Filipinas, ni en ningún otro lugar. Estamos ante una guerra sucia, larga, solapada y terrorista. En Iraq, si la intervención militar aliada fue inteligentemente planeada y eficazmente conducida, está claro que no encontró una feroz resistencia, porque pocos eran los iraquíes dispuestos a morir en defensa del tirano, pese a lo que pensaban Chirac y otros, como Llamazares. Además, algunos jefes militares o político-religiosos mantuvieron sus tropas al margen del conflicto, en la medida de lo posible, porque los bombardeos fueron sumamente eficaces para utilizarlas ahora, en beneficio propio, para la conquista del poder. Esto es lo que está ocurriendo. Y el papel de Irán es un secreto a voces, como lo son los lazos entre las autoridades iraníes y los chiítas iraquíes. El fanatismo religioso supera las fronteras y si uno está dispuesto a morir matando para Alá da lo mismo que sea saudí, iraquí, iraní o andaluz.
   El atentado contra la embajada jordana, contra la sede de la ONU, contra canalizaciones y oleoductos, como otros atentados, podrían parecer «nihilistas», cuyo único objetivo sería crear el caos. Pero si se piensa en Teherán, entonces, las cosas se explican mejor. Irán quiere hacerse con Iraq, lo mismo que Iraq quiso hacerse con Irán, e intentó conquistarle militarmente. Jordania, la ONU, Occidente en general, y sus aliados reales o supuestos, de todas formas «malos musulmanes», son los enemigos declarados de las autoridades iraníes, y concretamente del Guía de la Revolución, Ali Jamenei. Como, evidentemente, de todos los integristas islámicos. Una curiosa leyenda sobre Irán circula en las capitales occidentales: se afirma que es un país muy complejo, se alude a la tradicional sutileza y ambigüedad persas, y sobre todo se afirma que se van a desarrollar en ese país «cambios democráticos», y algunos se atreven incluso a hablar de «revolución democrática», en torno al presidente Jatami, y que por lo tanto la máxima prudencia se impone para no echarlo todo a perder, prudentes incluso en relación con el programa nuclear militar de Irán. Lo cual resulta una broma pesada. Porque Irán, con su integrismo islámico y la bomba, sería o será tan peligroso como Iraq, antes de la bienvenida intervención militar. No digo que la situación fuera la misma en ambos países; en Iraq, la tiranía masacró a sus oposiciones (kurdos, chiítas, etcétera), mientras que en Irán aún no del todo, los estudiantes se manifiestan a favor de un poco más de libertad, hay cada vez más mujeres hartas de la ley islámica que las esclaviza, y otras manifestaciones de descontento; en suma, existe efectivamente una oposición en Irán, cuyo perfil, por otra parte, no está muy claro, pero lo que está clarísimo es que la represión es bestial y nadie puede, hoy en día, afirmar que la oposición va a ganar, y aún menos que está ganando, que es cosa de días, y que el presidente Jatami representa la opción democrática. Puede que existan profundas divergencias en la cumbre, puede que ambiciones personales se enfrenten, y también puede que todo ello se limite a un reparto de papeles, según la famosa y tradicional sutileza persa. Una cosa, al menos, resulta evidente: los dirigentes iraníes moderados o integristas son partidarios de la destrucción total de Israel y subvencionan y dirigen organizaciones terroristas, y no sólo palestinas. Es una moderación de tipo Batasuna y con los petrodólares detrás.
   La hipocresía y mala fe de la minoría europea, y particularmente del «eje del mal» francoalemán, que después de haber intentado salvar a toda costa a Sadam Husein, con la complicidad activa de Hans Blix y de sus inspectores ciegos, sordos y mudos, y el paripé de las armas de destrucción masiva (porque claro, Iraq atacó Irán, ocupó Kuwait, masacró a kurdos, chiítas y cientos de miles de ciudadanos «no conformes», empleando únicamente perfumes de Oriente), después de haber manifestado violentamente contra los USA, después de haber traicionado cínicamente la indispensable solidaridad democrática internacional, después de haberse negado a participar en la intervención militar, pretenden ahora «gobernar la paz» y exigen que los yanquis se vayan inmediatamente, que Iraq sea devuelto a los iraquíes (y su petróleo a Total). Me recuerda Munich y la célebre frase de Churchill: «Perdisteis el honor con la coartada de salvar la paz, pues tendréis el deshonor y la guerra». También en 1938 buena parte de la opinión pública quería la paz, como ahora, pero eso no evitó la guerra, como hoy no evitará el terrorismo. Al revés, lo alienta. El unilateralismo ¬muy relativo¬ de los USA se justifica por la traición de varios países democráticos, cuyos gobiernos prefieren las dictaduras con petróleo, a las democracias con elecciones. Hablando de Iraq y criticando la postura de su Gobierno y de su presidente, Jean François Revel declaraba hace poco que «era muy difícil construir una democracia en un país sin demócratas». Y así es. Por toda una serie de razones históricas y por el lastre de decenios de tiranía, la democracia es un sistema desconocido en Iraq y si las tropas aliadas se retiran ahora, el caos sería de aquelarre, infinitamente peor que hace doce años cuando la indecisión de Bush senior convirtió su victoria en derrota, y que la tiranía masacró impunemente a los chiitas, después de haber masacrado a los kurdos. Irán, Turquía, kurdos, chiítas, baasistas, etcétera, se lanzarían en una guerra total para hacerse con el poder y el petróleo. Guerra que probablemente la ONU «condenaría». Esto lo saben nuestros actuales muniqueses, pero no les importa, lo único que les interesa es que los USA pierdan.