POR QUÉ SADDAM HUSSEIN NUNCA SE DESARMARÁ

Por William Shawcross , The Observer

Publicado en "La Nación" del 4-3-03.

Con un breve comentario al final (L. B-B.)

LONDRES
El jefe de los inspectores de armas de las Naciones Unidas, Hans Blix, ha exigido a Irak que destruya todos sus misiles Al-Samoud 2, que, como se ha determinado, exceden el alcance de 150 kilómetros permitido por la ONU.

Puede que Saddam Hussein acepte por razones tácticas, especialmente porque tales "concesiones" convencerían a muchas personas de que las inspecciones están dando resultados y de que un ataque armado no sólo es innecesario sino grotesco.

Pero la realidad que hay que recordar es que Saddam Hussein nunca renunciará a sus armas de destrucción masiva de manera voluntaria, según lo exigen la resolución 1441 y otras dieciséis resoluciones. Estas armas son parte integral del sentido de su régimen. El historial de Saddam demuestra que considera que ningún costo es demasiado alto para retener su capacidad biológica, química y nuclear, cualquiera que sea ésta.

En 1991, al terminar la guerra en Kuwait, el acuerdo de capitulación estipuló específicamente que Irak entregaría sus armas de destrucción masiva en un plazo de quince días. Las sanciones impuestas tras su invasión a Kuwait se mantendrían hasta esa fecha. Su rechazo a cumplir con esa exigencia significó que el embargo petrolero de las Naciones Unidas se haya mantenido durante doce años, costándole a Irak más de 180.000 millones de dólares y un gran sufrimiento a su pueblo.

Es erróneo acusar a Occidente o a las Naciones Unidas por el hambre y las muertes de los niños iraquíes: es a Saddam Hussein al que hay que responsabilizar, ya que considera que ello es sólo una pequeña parte del precio que hay que pagar por sus armas proscriptas.

La obsesión de Saddam Hussein por las armas de destrucción masiva tiene raíces profundas, tanto en el ámbito interno como exterior. En primer lugar, ve la amenaza de tales armas como un medio de controlar internamente al 60 por ciento de los iraquíes que son chiitas. El uso de armas químicas contra los kurdos, en 1998, enseñó a los chiitas los riesgos de realizar un levantamiento. En 1999, una revuelta de los chiitas en la ciudad de Najaf fue aplastada por las fuerzas de seguridad de Saddam Hussein, acompañadas por tropas de uniformes blancos que usaban máscaras antigases. La gente se sentía aterrada ante la idea de que Saddam Hussein la fuera a atacar con gas (con las armas que él niega poseer y que la ONU aún busca vanamente). Desde entonces, los chiitas han vivido, en su mayoría, intimidados.

Según Amatzia Baram, del Centro Saban de la Brookings Institution, en Washington, las armas de destrucción masiva ayudan a mantener en línea a las fuerzas armadas tradicionales. A éstas las controla la Organización de Seguridad Especial, leal a Saddam Hussein, que sirve de contrapeso al ejército tradicional, en cuyos oficiales Hussein no confía. El ejército sabe que su máximo poder radica en otra parte.

En el exterior, los beneficios parecen aún más obvios. Saddam Hussein cree que la victoria de Irak sobre Irán, en 1988, tuvo mucho que ver con su uso de las armas de destrucción masiva. También cree que ésa fue una de las principales razones por las cuales los aliados no marcharon sobre Bagdad en 1991. Al observar la situación de Corea del Norte, puede haber concluido que sólo las armas nucleares proporcionan una disuasión inexpugnable. .Su tercer incentivo es su deseo de transformarse en el líder incuestionable del mundo árabe. Su fracaso en conseguir los recursos petroleros kuwaitíes, en 1991, lo convenció de que las armas nucleares son esenciales. Con armas nucleares se sentiría capaz de enfrentar a Israel de manera espectacular.

Por lo tanto, las armas de destrucción masiva están ligadas a su sentido de supervivencia y de destino. Es brillantemente astuto al dividir a sus enemigos. Pero también se equivoca de manera espectacular. No creyó que los aliados usarían la fuerza para sacarlo de Kuwait. Pero él consideró su propia supervivencia una victoria sobre sus enemigos. Su campaña por mantener sus armas de destrucción masiva durante doce años ha sido igualmente exitosa.

La oposición mundial al uso de la fuerza estadounidense-británica puede haberlo convencido de que sus tácticas pueden haberlo salvado nuevamente.

Esta semana podría entregar sus misiles Al-Samoud para que Blix pueda informar de "un gran triunfo" y de esa manera dividir aún más a los enemigos de Saddam. Pero nunca se desarmará de manera voluntaria, como lo pide la resolución 1441.

Es posible que, por cuestión de suerte, perseverancia y buena inteligencia, los inspectores encuentren materiales prohibidos. Nunca encontrarán el grueso de las armas ilegales. Pero ése no es su trabajo. Su trabajo es vigilar su desarme voluntario. Saddam Hussein no lo está haciendo y nunca lo hará.

Claramente, está infringiendo la resolución 1441 y así será siempre. La decisión que enfrenta el mundo es si hay que dejarlo hacer de las suyas nuevamente. George W. Bush y Tony Blair dicen que no. Están en lo correcto.

El autor es directivo de The International Crisis Group.

 

BREVE COMENTARIO (L. B.-B.)

 

Las dos opciones estratégicas que parecen estar en juego en la crisis de Irak son las siguientes:

La partidaria de resolver el problema con inspecciones, más negocios y desarrollo, la franco-alemana (¿rusa?), que teme a la desestabilización del Oriente Próximo si se interviene militarmente en Irak, y que confía en que manteniendo la presión militar, desarmando al régimen de Saddam y levantando las sanciones, se podrá llevar a buen término la situación.

La norteamericana-británica-española, que no cree posible mantener la presión militar indefinidamente ni, por tanto, las inspecciones, y que es consciente de que el régimen de Saddam nunca se desarmará, pues su naturaleza es tiránica en el interior y hostil hacia el exterior. Por ello, constituye un peligro para sus vecinos y el mundo occidental, además de que su perdurabilidad daña a su pueblo y constituye un ejemplo y un factor de desestabilización del mundo.

La primera opción está construida sobre el miedo, la apreciación errónea de la virtualidad de las inspecciones, el parasitismo sobre la segunda opción, y quizá intereses muy inmediatos.

La segunda debe orientarse de una vez hacia un cambio de régimen en Irak, dado que éste ha incumplido reiteradamente y sigue incumpliendo los mandatos de la comunidad internacional. El cambio de régimen será un resultado de la aplicación potencial o real de la fuerza, para conseguir el desarme definitivo y evitar su rearme  potencial una vez que cesara la presión militar inmediata sobre Irak. La mentira permanente, la tiranía despiadada y la hostilidad hacia todos  no pueden constituir una base sólida para obtener la paz y seguridad para el futuro.

La dificultad con que se encuentra la posición norteamericana es la de que resulta incapaz de conseguir apoyos amplios en el Consejo de Seguridad de las NNUU, y que produce como consecuencia de ello una ruptura de las instituciones internacionales.

No obstante, si se quiere evitar un retroceso ominoso por pasividad e inacción frente a un grave peligro, los EEUU deberían liderar sin más dilaciones la intervención para cambiar el régimen de Irak. Existen sobradas razones políticas y jurídicas para ello. Pero también deberían suministrar incentivos positivos a sectores del régimen de Hussein, al mundo árabe  y a los aliados reticentes, para que den el paso adelante, no bloqueen y/o colaboren posteriormente a la reconstrucción del Irak destruido por largos años de tiranía y desidia internacional. Lo deseable sería el derrocamiento de Hussein y el desarme, o una guerra corta, y solicitar a Francia, Rusia, Alemania y el resto de Europa su colaboración en la movilización y el despegue hacia la modernización del mundo árabe. Ceder en el liderazgo, por parte de EEUU, como consecuencia del miedo o los bloqueos múltiples, sería doblemente nefasto: por mantener incólume un régimen peligroso, y por dejar un vacío de poder que ni Francia ni Alemania pueden  llenar. Ni en Europa ni a nivel mundial.

Lo que sería demencial, a mi juicio ---pues estoy convencido de conservarlo, a pesar de todo--- sería uncirnos al carro del gaullismo a estas alturas de la historia, o dejarnos vencer por el miedo, o por sentimientos pacifistas primarios y prepolíticos. Es preciso jugar fuerte, parar el deterioro político del mundo árabe e islámico, vencer al terrorismo y al fundamentalismo e impulsar la modernización. La recomposición del vínculo trasatlántico y de la unidad europea vendrá después ---con "funcionalismo" (Monnet) en Oriente Próximo---.

El momento es crítico y trascendental: les deseo coraje, acierto y suerte.