MARTE Y VENUS, RECONCILIADOS

  Artículo de JAVIER SOLANA  en  “El País” del 14.04.2003

 

Javier Solana es alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior y de Seguridad Común. Este texto está basado en la conferencia Albert Gordon, pronunciada en la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard (EE UU) el 7 de abril de 2003.

Vivimos tiempos difíciles. La guerra en Irak, con los sufrimientos y la pérdida de vidas humanas que implica, hace aflorar emociones y exacerba los sentimientos. Tiempos difíciles, pero también tiempos de reflexión honesta entre amigos.

John Fitzgerald Kennedy dijo en una ocasión: "Nosotros [los estadounidenses] no consideramos una Europa unida y fuerte un rival, sino un socio". Incluso llegó a proponer una declaración de interdependencia entre "la nueva unión emergente en Europa con la vieja unión americana". Sin duda, unos sentimientos hermosos, difíciles de encontrar en nuestros días.

La situación actual ha sido objeto de innumerables análisis sobre nuestras diferencias, como el de Robert Kagan, que quizás han pretendido popularizar ideas sutiles, algo que no resulta fácil. No han faltado exageraciones ni simplificaciones que proyectan la imagen de que europeos y americanos no sólo viven en continentes separados, sino en planetas distintos, enfrentados por una percepción totalmente diferente del mundo. Los europeos provendrían de Venus, lo que, según sus detractores, significaría ser pusilánimes, poco despiertos, débiles política y militarmente. Los americanos, por el contrario, serían de Marte, es decir, poderosos, viriles y dinámicos, un territorio en el que dominan la claridad moral y la acción decidida. Pero en el mundo real existe un planeta, la Tierra, donde compartimos el presente y debemos construir el futuro.

¿Por qué las propuestas de interdependencia del presidente Kennedy parecen tan fuera de lugar hoy? ¿Nos enfrentamos realmente a una crisis de las relaciones transatlánticas?

Si analizamos la situación con una cierta perspectiva, comprobaremos que no es la primera vez en la historia reciente que las opiniones sobre el uso de la fuerza han diferido a cada lado del Atlántico, y que no siempre han sido los europeos los más legalistas y cautelosos. Hace tan sólo unos días tuvo lugar en el océano Índico una operación realmente osada. Cuando se encontraba en alta mar, un buque fue abordado desde helicópteros. Transportaba misiles desde Corea del Norte a Yemen. ¿Qué sucedió? Los expertos de otro país decidieron que la acción era ilegal y debía ser abortada. ¿Quiénes eran los que abordaron el buque? Eran europeos, casualmente españoles. ¿Y quién insistió en que se pusiera fin a la operación debido a las normas legales internacionales? El Gobierno de Estados Unidos.

A ambos lados del Atlántico encontramos toda una panoplia de puntos de vista distintos. Lamentablemente, concentramos demasiado nuestra atención en los extremos. A menudo, no nos percatamos de los puntos en común, del terreno que compartimos. La opinión pública no es monolítica. En Estados Unidos hay quienes se oponen a la guerra (como, por ejemplo, aquí en este campus). De igual manera que los hay que la apoyan en Europa. Si preguntáramos sobre el objetivo de lograr el desarme de Irak, en lugar de sobre los medios elegidos para lograrlo, nos encontraríamos con una gran coincidencia de puntos de vista.

Desde una perspectiva económica, también podemos llegar a la conclusión de que la propuesta interdependencia del presidente Kennedy es ya una realidad. El grado de integración económica alcanzado entre Estados Unidos y la Unión Europea no tiene precedentes. Hablamos mucho del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) y del "siglo asiático", pero la verdad es que en los últimos ocho años las inversiones norteamericanas en Holanda son el doble que en México y diez veces más que en China. Las inversiones europeas en el estado de Tejas doblan a las americanas en Japón.

En el terreno de lo político, también se han intensificado los contactos. Mencionaré el caso de los Balcanes. Al principio de los noventa, Europa estaba dividida; Naciones Unidas, también; la OTAN, paralizada, y las relaciones transatlánticas pasaban por un mal momento. Los Balcanes eran escenario de tragedias y atrocidades. En la actualidad, el panorama es totalmente distinto. La cooperación entre la Unión Europea y EE UU es constante y la ONU desempeña un papel utilísimo de apoyo a todos.

¿Por qué entonces, si hemos logrado trabajar bien en algunas áreas, tenemos esta sensación de crisis? Porque nos encontramos en un momento crucial. Es verdad que desde el final de la Segunda Guerra Mundial se nos viene diciendo que estamos ante un momento histórico, decisivo. Estoy convencido de que esta afirmación es hoy más cierta que nunca. A los europeos nos invade un profundo sentimiento de inquietud y perturbación.

La guerra en Irak es totalmente nueva. Puede ser la primera de una nueva era: se trata de una dramática exhibición del dominio americano en un momento en que Estados Unidos se siente más vulnerable que nunca. Para los americanos, se trata de una guerra preventiva. Pero muchos europeos se preguntan, por el contrario, si la guerra no se hubiese podido evitar, si se habían agotado todas las opciones para una solución pacífica.

La crisis iraquí ha dividido la Unión Europea, la OTAN y Naciones Unidas. En algunos casos ha separado a los gobiernos de sus poblaciones. Los gobiernos europeos que han apoyado la guerra lo han hecho en contra de sus opiniones públicas, corriendo un gran riesgo político. Los argumentos de Estados Unidos no han convencido a la gran mayoría de europeos. Nos hemos enzarzado en "francos intercambios" de puntos de vista. Nunca habíamos visto que se alcanzara tal grado de enfrentamiento. Pero a todos, la guerra nos sitúa ante una cuestión muy seria: ¿cómo abordar la amenaza de la proliferación de armas de destrucción masiva?

En esta parte del Atlántico, las divisiones nos causan una gran desazón. Queremos que se terminen. La reacción europea no debe confundirse con hostilidad, antiamericanismo o pacifismo. Tiene que ser posible estar en desacuerdo y seguir siendo amigos y socios. Para ello, tenemos que seguir trabajando para restaurar el diálogo civilizado y la visión común. Tenemos que ser capaces de aprovechar la oportunidad que nos brindan las actuales circunstancias. Tenemos la posibilidad de aclarar profundas cuestiones que debemos resolver juntos si pretendemos construir una relación transatlántica dispuesta a hacer frente a los desafíos del siglo XXI. Algunas de estas cuestiones, ni más ni menos, conciernen al nuevo orden mundial.

Lo primero que me llama la atención es que los problemas del mundo de hoy son problemas comunes: armas de destrucción masiva, terrorismo, pobreza, Estados fallidos, la crisis en Oriente Próximo... Todos ellos afectan profundamente tanto a Europa como a Estados Unidos.

Europa está más al alcance de misiles procedentes de países potencialmente hostiles, que incluso pueden llevar armas de destrucción masiva, que Estados Unidos. También padecemos, y hemos padecido durante años, el terrorismo. Es cierto que no hemos sufrido un ataque tan catastrófico como el que cambió profundamente América el 11 de septiembre, pero podemos ser víctimas de él en cualquier momento.

La gran crisis de Oriente Próximo, que afecta de manera distinta a toda la región, desde Afganistán hasta Marruecos, ha sido desde hace años uno de los temas centrales de las relaciones entre Estados Unidos y Europa. EE UU es el poder dominante en Oriente Próximo desde la Segunda Guerra Mundial, pero esta región es vecina nuestra y todo lo que allí ocurre tiene un profundo impacto en Europa. Hemos estado trabajando juntos para solucionar esta crisis. Hace dos años fui miembro del Comité Mitchell. Las propuestas que hicimos entonces eran buenas, sabíamos hacia dónde había que avanzar. Simplemente, el tren quedó parado en la estación. Mientras, más de 2.000 personas han muerto. Es el momento de romper esta dinámica y empezar a cambiarla. Por ello, he recibido con satisfacción el anuncio que el presidente Bush ha dicho sobre la "hoja de ruta" del Cuarteto. Es el momento de ponerla en práctica.

Pero los problemas comunes requieren soluciones comunes. No se trata sólo de que EE UU y la Unión Europea estén involucrados. Necesitamos la ayuda de Japón, Rusia, China y otros países para afrontar estas cuestiones. No puedo imaginar que seamos capaces de hacerlo a menos que compartamos los objetivos y haya una cooperación más estrecha.

¿Cómo podemos recuperar la idea de ese objetivo común? Con un renovado compromiso con los cuatro principios básicos que han constituido la base de nuestra relación desde hace más de 50 años.

Primero, debemos reconocer que somos aliados y socios. Que ambos hacemos contribuciones claras y útiles. Que afrontamos las causas de los problemas, no sólo los síntomas. Por último, que actuamos unidos en favor de un mundo basado en reglas comunes y aceptadas por todos.

Si somos aliados y socios debemos relacionarnos como tales. Trata a tus amigos como aliados y te corresponderán. Las alianzas permiten legitimar el liderazgo, ofreciendo un foro para hablar y escuchar, para definir tareas comunes y la forma de hacerlas realidad. La alianza debe determinar la misión en cada caso. Lo que no debe significar, de hecho, un veto europeo a las iniciativas americanas. Es la mejor apuesta para restaurar nuestro objetivo común.

La alternativa sería elegir a los socios como se escoge a los útiles de una caja de herramientas. La mayoría de nosotros preferimos ser considerados "aliados" o "socios", en vez de simples herramientas de la caja.

Para que las alianzas y asociaciones sean efectivas necesitan capacidades eficaces, a las que deben contribuir todos los miembros. Éste debería ser nuestro segundo principio: contribuir como un aliado para ser considerado un aliado. Europa ha sido muy criticada en América por no hacer lo suficiente en defensa. Una parte de las críticas están justificadas. Yo mismo las secundo cuando digo que Europa necesita gastar más y mejor. Los líderes europeos están haciendo un esfuerzo para hacer más operativas las capacidades militares. La seguridad es hoy un concepto multidimensional. Proporcionar y asegurar paz, orden y estabilidad es una manera eficaz de restañar las heridas. Reconstruir una nación no es sencillo, como hemos comprobado en Afganistán y seguramente veremos en Irak.

El tercer principio, de puro sentido común, es que debemos usar las capacidades compartidas para enfrentarnos a las causas y a los síntomas. Pero aplicar el sentido común no siempre resulta fácil. El presidente Bush subrayaba que "debemos afrontar las peores amenazas antes de que aparezcan, porque si esperamos a que se materialicen vamos a tener que esperar demasiado". Desde nuestro punto de vista, esto es cierto aplicado también a problemas como el cambio climático, el desarrollo sostenible o la desintegración regional. Necesitamos políticas activas para anticipar estos problemas, que asimismo afectan a nuestra seguridad en el sentido amplio y, en consecuencia, adoptar estrategias preventivas.

Analizar las causas significa también actuar sobre el medio ambiente que abona el terrorismo, con la misma determinación con que actuamos sobre él. Ninguna causa justifica el terrorismo, pero eso no significa que debamos ignorarlas. Sin menospreciar las capacidades de nuestros enemigos, tenemos que estudiar los motivos que les llevan a adquirirlas. Debemos preocuparnos por las armas de destrucción masiva y por que puedan llegar a manos de terroristas. Hacer todo lo posible por evitarlo. Pero, como nos mostró trágicamente el 11 de septiembre, la motivación, aunque no se disponga de alta tecnología, es la peor arma de destrucción masiva.

Hacer que otros quieran lo que tú deseas puede ser más útil que hacer que otros hagan lo que tú quieres. Basta un ejemplo. Esta semana tendré el honor de asistir a la ceremonia en la que diez países firmarán los tratados de adhesión a la UE. Ocho de ellos formaban parte del llamado "bloque soviético". La perspectiva de ser miembro de la UE ha resultado un gran acicate para que todos ellos llevaran a cabo una profunda transformación de su política, su economía y sus sistemas legales. Les hemos ayudado y alentado, pero la motivación ha sido suya, y ésta es la base de su éxito. No sólo han logrado cambiar de régimen, sino de sistema.

Esto me conduce al cuarto y último principio: actuamos juntos para mantener y fortalecer un mundo basado en reglas comunes y aceptadas por todos (multilateralismo). Ésta es la mejor manera para acabar con las motivaciones y las capacidades para la destrucción que tanto tememos.

Algunos insinúan que existe una dicotomía entre "poder", el método de EE UU, y "ley", el de Europa. De hecho, ley y poder son dos caras de la misma moneda. El poder es necesario para establecer la ley, y la ley es la cara legítima del poder. En ocasiones los países europeos han tendido a olvidar que la ley y la legalidad internacional deben ser respaldadas por la fuerza. Al mismo tiempo, también hemos escuchado voces en América que parecen haber olvidado que, para ser eficaz, la fuerza debe ser respaldada por la legitimidad. Una defensa real de los valores transatlánticos depende de la aceptación y el refuerzo de las reglas y las normas comúnmente aceptadas.

Pero una visión basada en la legalidad y la legitimidad no puede ser limitadora de la acción de EE UU. Los americanos han escrito gran parte del Derecho Internacional que tanto nos ha servido en la posguerra. Apoyar la legalidad internacional es la mejor manera de que América preserve su posición como superpotencia aceptada y pueda continuar expandiendo sus valores. Otras alternativas, como el aislamiento o el dominio mediante la fuerza, no son viables a largo plazo.

Conceptos como fuerza, reglas y legitimidad han confluido en la crisis de Irak. Debemos asumir que no todo el mundo cree que la guerra sea legítima. Pero también debemos asegurarnos de que la paz sea percibida como legítima. Por esta razón, es importante el papel de Naciones Unidas en la reconstrucción política. De lo contrario, nos enfrentaremos a lo que Hegel llamó "la impotencia de la victoria", refiriéndose a Napoleón en España.

El concepto de poder es relativo. Poder americano es también debilidad europea, y es importante para ambos, americanos y europeos, reconducir esta equivalencia. Llevará tiempo, pero también lo requirió la construcción de EE UU. Europa es un proyecto diferente, pero en algunos aspectos los avances conseguidos en los primeros 50 años de su desarrollo son más espectaculares que los progresos de los primeros 100 años en EE UU. Después de todo, Estados Unidos no tuvo una moneda única hasta 1862 y no se creó un banco central hasta 1913.

Soy consciente de que no siempre es fácil tratar con la Unión Europea. A pesar de ello, sería un error que EE UU "escogiera" de entre sus aliados europeos, porque supondría ignorar que la UE colectivamente tiene capacidades de las que carecen individualmente sus miembros. Históricamente, EE UU ha hecho grandes esfuerzos para poner fin a los enfrentamientos entre países europeos. Sería un fracaso de todos que ahora volviéramos a pelearnos. Intentar dividir Europa sólo da la razón a aquellos que arguyen que la identidad europea se centra en la oposición a Estados Unidos. Una política de "divide y vencerás" puede desembocar en "divide y fracasarás".

Lo que queremos es más Europa, no menos América. En el mundo en que vivimos, ni EE UU ni Europa encontrarán un aliado con el que compartan un grado tan alto de valores e intereses.

No soy un experto en la materia, pero, según la mitología, Marte sólo encontró la paz en los brazos de Venus, y de su unión nació la diosa Armonía.