CONSTITUCIÓN O TRATADO

 

 Artículo de IGNACIO SOTELO  en “El País” del 02/07/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 El 18 de junio, el Consejo Europeo daba luz verde a la primera Constitución de la Unión. A muchos europeístas a los que la posibilidad de dotarnos de una Constitución hace tan sólo tres años nos parecía un sueño inalcanzable -¿recuerdan acaso cómo reaccionamos ante el proyecto de Marcelino Oreja?-, la alegría que nos proporciona este nuevo Tratado, que representa sin duda un pequeño avance en un largo camino aún por recorrer, viene cercenada por la pomposa y a todas luces falsa denominación de Constitución. ¿Por qué esta operación de despiste, llamando Constitución a un Tratado entre Estados, como los que hasta ahora han regido la UE?

Sólo los pueblos pueden darse a sí mismos una Constitución, y el hecho palmario es que los europeos no han elegido a sus representantes para que preparasen un proyecto constitucional, que luego ratificarían o no. En este caso, todo lo más cabría hablar de una carta otorgada, si no fuera una denominación superflua para designar un simple Tratado que, como los demás, ha sido elaborado por los Gobiernos, aunque en este caso, para salir del atolladero en que habían caído, hubieran recurrido a una asamblea sin capacidad de decisión, encargada de elaborar un borrador que sirviera de base a la Conferencia Intergubernamental que es la que llevaría a cabo los últimos retoques para que al final legislara el Consejo Europeo. El que llamasen "convención" a aquella asamblea deliberante -los nombres conllevan su destino- trajo consigo que, para sorpresa de muchos, al cumplir con el pedido de simplificar, fundiendo en uno, menos el del Euroatom, los tratados que configuran la Unión, llamasen Constitución al producto de su trabajo. A la demanda generalizada de más democracia y transparencia en la construcción de Europa, se contesta con más de lo mismo, aunque esta vez embalado el producto final con un título altisonante. Operación de distracción que si, por un lado, muestra hasta qué punto los Gobiernos desprecian a los pueblos, dispuestos a recurrir a la mayor demagogia para ganárselos, por otro, implica un cierto avance, al reconocer que Europa necesita una Constitución que lo sea de verdad. Positivo es que hayamos empezado a caminar por la senda constitucional, aunque sea con una carta otorgada.

Con todo, el nuevo Tratado supone algunos aportes en esta construcción de Europa a la velocidad del caracol. Tendremos un presidente del Consejo Europeo elegido por dos años y medio, con la posibilidad de ser reelegido una sola vez, y un ministro de Asuntos Exteriores, que forman el meollo de un futuro Gobierno europeo. La Unión adquiere personalidad jurídica, elemento básico para configurar algo parecido a un Estado, y el Parlamento Europeo, muy alejado aún de constituir un parlamento de verdad, va aumentando poco a poco la función de colegislar con el verdadero legislador, el Consejo de Ministros, aunque tampoco esta vez quede bien delimitado cuándo actúa como poder legislativo y cuándo no.

Tres puntos me parecen para los españoles especialmente significativos. Aviso a los nacionalistas periféricos. A la UE la constituyen los Estados, no los pueblos, y se garantiza la "integridad territorial" de los Estados miembros. Aviso a los socialistas. Aunque el Tratado distingue por fin, como quería Alemania, las competencias exclusivas de la Unión y las compartidas con los Estados, la política social no es competencia exclusiva de la Unión, como son algunas económicas, ni tampoco pertenece a las compartidas, sino que queda en el ámbito de la coordinación voluntaria. También la cultura, la ciencia y la educación son competencias exclusivas de los Estados, aunque, como en la política social, quepan formas de coordinación, que en la práctica rechazan los países más avanzados en estos campos. Los Estados son responsables exclusivos de la política social, científica, cultural y educativa, en las que se produce ya, y no dejará de ir en aumento, una durísima competencia interna. Los pueblos europeos para no dormirse sobre los laureles necesitan competir entre ellos, al menos así piensan los más fuertes.