¿MAR RIZADA EN ORIENTE MEDIO?

  Artículo de KENNETH W. STEIN en “La Vanguardia” del 12.06.2003

NO HA LLEGADO AÚN LA hora de desplegar las pancartas de la democracia a lo Jefferson en Oriente Medio; pero el debate ya se ha entablado
UN INFORME CRITICA A los países árabes por no haber garantizado el ejercicio de los derechos civiles ni promovido una mayor libertad de la mujer
KENNETH W. STEIN, profesor de Historia de Oriente Medio y de Ciencia Política de la Universidad de Emory (Atlanta, Estados Unidos)

Una vez derrocado el régimen, ¿cambiará el paisaje político de Oriente Medio? Un analista sirio defiende este punto de vista. Shaaban Abbud, en el diario kuwaití “Al Ra'i Al Am”, escribió a principios de mayo: “La caída de la dictadura iraquí como consecuencia de la intervención extranjera anglo-norteamericana constituye un acontecimiento histórico susceptible de ejercer un continuado impacto en el plano regional, del mundo árabe e internacional”.

Las potencias europeas, en la Primera Guerra Mundial, dividieron y procedieron a demarcar el territorio del antiguo imperio otomano troceándolo en numerosos estados en la región de Oriente Medio aún hoy existentes. En los subsiguientes setenta años, la creación de diversos estados, el mantenimiento y protección de las fronteras y la perpetuación de las figuras y regímenes en el poder se enseñorea- ron de la escena política en Oriente Medio. El desbaratado intento de secuestro de Kuwait a cargo de Saddam Hussein (un intento, de hecho, de trazar de nuevo las líneas fronterizas) fue contestado con una actitud frontal de rechazo de la comunidad internacional. Sin embargo, a lo largo de los últimos veinte años se ha producido un cambio, ilustrado por el tránsito de un simple mantenimiento y protección de la situación fronteriza al interés sobre la forma de gobierno de cada estado en particular. Actualmente, la relación entre gobernantes y gobernados se halla sometida a minucioso examen en el seno del propio país. El autoritarismo absoluto o el gobierno restringido de las elites, ¿consentirán en devolver el poder a un mayor número de ciudadanos en los estados de Oriente Medio?

Los ciudadanos de Oriente Medio –habida cuenta de los numerosos ejemplos históricos existentes– deberían albergar dudas sobre las intenciones de las potencias extranjeras. No obstante, la prolongada ausencia de la sociedad civil no puede únicamente atribuirse a haber estado bajo la influencia de británicos y franceses. Es cierto que sus administraciones respectivas moderaron las expectativas de los sistemas parlamentarios locales recurriendo a un gobierno de talante imperial. Sin embargo, la responsabilidad por la actitud negligente a la hora de promover una ciudadanía sólida y consciente recae directamente sobre las espaldas de grupos sectarios, etnias, clanes tribales y elites que fueron los bien dispuestos colaboradores políticos, subordinados a los regímenes británico y francés. Estas elites, al alentar sin desmayo el control político ejercido por las familias y los intereses de clase, impidieron toda posibilidad de ascenso social. Se trata de un rasgo común en todo Oriente Medio, ya se viera fomentado por las personalidades destacadas árabes de Nablus o de Damasco, los letrados de Alejandría o Jerusalén, los terratenientes de Bagdad, Beirut, El Cairo o Jaifa o las familias y tribus que ejercían el poder en Arabia, Jordania e Iraq.

Una de ellas perpetuó su posición elitista en el escenario político árabe en Oriente Medio en el periodo de entreguerras proclamando a los cuatro vientos sus actitudes anticoloniales, pronacionalistas y antiextranjeras. Se suprimió el ejercicio de los derechos cívicos en la inmensa mayoría de los estados árabes en Oriente Medio con el pretexto de combatir la dominación colonial. Y se sofocaron las válvulas de escape habituales para dar salida y expresión a la disidencia local en aras de la lucha preferente en defensa de los intereses locales o panárabes...

Ulteriormente, en el periodo poscolonial, los lazos castrenses o tribales prescindieron de los constitucionalistas o simplemente utilizaron a los parlamentarios para legitimar los regímenes autoritarios, autocráticos y militares. La política de corte ideológico y el culto a la personalidad predominó en Egipto, Libia, Siria e Iraq. Una cierta mezcla de política basada en lazos familiares, tribales y étnicos es omnipresente en la península Arábiga y se mantiene con rasgos similares en Siria y Jordania. Incluso hoy día, el presidente Hosni Mubarak intenta periódicamente promover la causa de su hijo como su posible sucesor. Saad Eddin Ibrahim, el defensor de la sociedad civil egipcia, manifestó recientemente: “Que un único candidato, sea dentro o fuera de Egipto, opte a la presidencia y obtenga el 99% de los votos constituye una burla”.

A finales de los años setenta y ochenta, cuando cayó el sha y el estamento clerical impuso su sistema político y de valores a la sociedad iraní, el resto de Oriente Medio se mantuvo a la expectativa, dudando de que la rígida adhesión de los principios islámicos constituyera la respuesta idónea a la modernización occidental. Los dirigentes de los países circundantes de Oriente Medio establecieron acuerdos prácticos, a medio camino entre aplastar a los activistas islámicos como hizo Hafez El Assad en Siria a principios de los ochenta, o incorporándolos de pleno tal y como trataron de hacer –con éxito razonable– Egipto y Jordania. Algunos partidos islámicos –para sobrevivir en el seno de democracias bajo control– se moderaron, se acomodaron a la situación y alcanzaron diversas componendas, pero la vía islámica del siglo VII fue objeto de un rechazo frontal por parte de los líderes árabes y unas masas predominantemente laicas. Este profundo examen de conciencia del papel de la ciudadanía árabe frente al régimen floreció en el marco resultante del conflicto con Iraq a principios de los años noventa. Fue entonces cuando se plantearon las preguntas: ¿por qué los regímenes árabes carecían de respuesta frente al secuestro de Kuwait a manos de Iraq? El informe sobre el progreso humano en el mundo árabe –publicado en junio de 2002 y redactado por especialistas árabes en ciencias sociales– criticó a los países árabes por no haber fomentado la creación de la sociedad civil, ni garantizado el ejercicio de los derechos ciudadanos, ni promovido una mayor libertad de la mujer.

Un muestreo de los estudios árabes en materia de ciudadanía indica que el debate ha crecido en importancia en los últimos años. En enero del 2002, el prestigioso periódico árabe “Al Hayat”, de Londres, comentó que “los regímenes (árabes) se hallan en condiciones de sofocar cualquier intento de protesta contra sus políticas (que rechazan) los derechos más esenciales de sus ciudadanos”. Al desarrollar este pensamiento en enero de este año, un colaborador advirtió, en el “Al Quds Al Arabi”, de Londres, que “los árabes de a pie no se sienten seguros porque los sistemas sociales en los que viven no garantizan sus derechos. Se considera que los derechos sociales son dádivas de los gobernantes, quienes pueden privar a la gente de ellos en cualquier momento. En realidad, los gobernantes árabes conciben la libertad en sí misma como un regalo que se puede quitar. La cultura predominante en el mundo árabe es una cultura en cuyo seno la gente no tiene derechos; sólo tiene obligaciones que ha de cumplir”.

Un representante de alto rango del Gobierno jordano me dijo el pasado mes de abril en Amman: “En el mundo árabe somos ciudadanos, pero carecemos de ciudadanía”. Los propios saudíes han de admitir que el terrorismo que les atacó no guardaba relación con el fracaso en solucionar el problema palestino. En la estela del ataque terrorista en Arabia Saudí, un colaborador del diario libanés “Al Nahar” hizo notar que se hace necesaria una reforma interna que conduzca a “una mayor participación política, a una mayor libertad de expresión y a soluciones a los problemas del desempleo, la corrupción, la distribución injusta de la riqueza, el despilfarro y otras cuestiones importantes”.

Después del 11-S, las “proezas” de Ossama Bin Laden obligaron a los distraídos e indiferentes a examinar de cerca cómo funcionan los regímenes árabes. La guerra con Iraq provocó aún mayor vigilancia sobre cualquier árabe. Cada día se enumeran los puntos flacos de los estados árabes. Un comentarista sirio ha dicho este mes: “El hallazgo de enormes fosas de cadáveres en Iraq descarta toda clase de ilusiones sobre el régimen de Saddam... (quienes) manifiestan su miedo patológico y su obsesión por los crecientes llamamientos en favor de la democracia y la cultura de los derechos humanos han aprendido bien la lección”. Y un escritor egipcio ha dicho: “La nación árabe necesita desesperadamente una actitud de autocrítica sincera y sensata para poder superar sus graves deficiencias políticas, económicas y sociales”.

¿Mostrarán las sociedades de Oriente Medio una actitud de mayor iniciativa para cambiar las reglas de su sistema de gobierno? Invocar el cambio significa compartir la riqueza y el poder con los demás. Raramente ceden los políticos el poder o la influencia. Pero, ¿qué pasaría si, a lo largo del próximo decenio, progresa en Iraq un proceso de adopción de decisiones descentralizado e incluso brota un Estado palestino que, al menos en cierta medida, actúa según el criterio de la autodeterminación? No, no ha llegado aún la hora de desplegar las pancartas de la democracia a lo Jefferson en Oriente Medio. Sin embargo, el reconocimiento de la existencia de un problema precede al debate y el debate ya se ha entablado.

Traducción: José María Puig de la Bellacasa