NI CASO AL LEGADO DE SADAT

  Artículo de KENNETH W. STEIN    en “La Vanguardia” del 14.09.2003

Arafat no está dotado para abandonar la política del victimismo trocándola por una política de responsabilidad como hizo Sadat ante Israel
KENNETH W. STEIN, profesor de Historia de Oriente Medio y de Ciencia Política de la Universidad de Emory, Atlanta (EE.UU.)

 


Septiembre y octubre del 2003 señalan el vigesimoquinto y trigésimo aniversario de dos momentos decisivos en la historia del conflicto árabe-israelí. Me refiero por una parte al estallido de la guerra de Oriente Medio en octubre de 1973 y por otra a la firma de los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel –con mediación de Estados Unidos– en septiembre de 1978. Resulta razonable inferir que, de no hallarse entonces el presidente Anuar El Sadat al frente de los destinos de Egipto, el carácter y la forma de encarar el conflicto árabe-israelí habrían sido notablemente distintos. ¿Por qué los actuales líderes palestinos no pueden alcanzar un compromiso semejante con la historia?

Sadat quebró la barrera psicológica al reconocer a Israel. Ciertamente no abrazó de forma abierta y entusiasta la legitimidad del Estado de Israel, sino que aceptó a Israel –de modo renuente– como una realidad para permitir que prosperaran sus propios objetivos nacionalistas. Su objetivo de fondo era la devolución de la península del Sinaí, en poder de Israel desde la guerra de junio de 1967. Sadat asumió audazmente el destino de su país y de su pueblo con sus propias manos. Aprovechó la oportunidad. Nada detuvo sus iniciativas, que los obstáculos sólo llegaron en todo caso a demorar. Por suerte para él, tuvo ocasión de tratar con unos líderes israelíes que dieron muestra como él de voluntad política y de valentía. Recurrió a los estadistas norteamericanos Henry Kissinger y Jimmy Carter, que colaboraron sin desmayo. Y tal vez –factor tan importante como las restantes razones para el éxito de Sadat– compartía una motivación estratégica con Israel y

EE.UU.: la oposición a una amenaza común, esto es, la presencia e influencia de la Unión Soviética en Oriente Medio, motivación que permanentemente impulsaba a los líderes de los tres países a llevar las cosas adelante.

Los cambios en el liderazgo palestino en las últimas semanas han permitido reflexionar para determinar posibles analogías. ¿Se hallan en condiciones tanto Arafat como las autoridades palestinas de impregnarse igualmente de realismo y de adoptar decisiones cruciales en beneficio de sus propios intereses nacionalistas aunque el hecho de compartir el territorio al oeste del río Jordán no equivalga a ver cumplido su sueño? Los palestinos no han entendido cuestiones conceptuales fundamentales: la renuncia a la lucha armada y al derecho de retorno de los palestinos a un tiempo a cambio de la creación de su largamente anhelado Estado palestino. ¿Abandonarán los palestinos su recurso a la política de victimismo trocándola por una política de responsabilidad?

En los años setenta, Sadat no descuidó la persecución de un único objetivo: el fomento de los intereses nacionales de Egipto. Dio muestras de clarividencia y coraje. Se encaró con unas fuerzas armadas israelíes que eran superiores y con unos dirigentes en Israel que desconfiaban de su proceder. A pesar de las enormes limitaciones materiales y de las barreras psicológicas, su autoridad se apoyaba en la fuerza de su determinación. Y, al proceder de este modo, reorganizó el firmamento político, dio paso a nuevas realidades y cambió radicalmente una serie de presupuestos que venían de antiguo. Siempre que se estancaba el proceso político, Sadat lo reanimaba. Perseveró en su empeño frente a una profunda oposición árabe a su decisión de reconocer y negociar con el Estado judío. Mostró su disposición a distanciarse de Moscú. Se alineó gradualmente con

EE.UU. obsequiando así a Washington con uno de sus mayores triunfos de la guerra fría. Obligó a la política exterior norteamericana en Oriente Medio a sopesar los puntos de vista árabes. Sadat logró cambiar el rumbo político de Egipto. Su actuación ganó un tiempo vital para que El Cairo pudiera afrontar la pesada losa de un pasmoso crecimiento demográfico combinado con el estancamiento económico. Lo que no pudo recuperar mediante la guerra lo logró mediante las negociaciones. Las iniciativas de Sadat prestaron fe –inequívocamente– al axioma en política que dice que los líderes importan. Sin dejar de ser un orgulloso nacionalista árabe, llegó a compromisos prácticos porque comprendió y actuó para cambiar determinadas realidades políticas tanto en el contexto internacional como en el regional.

En consecuencia, ¿por qué los palestinos no han avanzado en la vía de la creación de su propio Estado? ¿Depende únicamente de la definición de fronteras, de la forma de compartir los recursos hídricos y del logro de acuerdos con respecto a los asentamientos? ¿De que el nuevo primer ministro palestino controle los servicios de seguridad? ¿De privar a Hamas de la influencia de que goza entre los palestinos porque atiende necesidades sociales de la población? Por supuesto que importa que un primer ministro palestino no sea un títere del presidente palestino. Por supuesto que importa que la ayuda económica mejore sensible e inmediatamente la vida diaria de los palestinos. E importa que el Gobierno israelí se retire efectivamente de parte de Cisjordania, Gaza y Jerusalén en la mencionada senda hacia la creación del Estado palestino. Y, por supuesto, importa que tanto israelíes como palestinos tienen derecho a disfrutar de dignidad personal y de seguridad personal y nacional.

El factor esencial radica en un cambio en el liderazgo y actitud palestina. Su líder sigue siendo un terco nacionalista. Emplea la violencia y la intimidación para eliminar la oposición palestina interna; se vale de su patrocinio y amiguismo para asegurarse las lealtades. Se atiene estrictamente a su objetivo estratégico a largo plazo consistente en no hacer verdaderas concesiones al sionismo. Y se niega a reconocer realidades políticas contemporáneas incluso cuando una superpotencia tiende una mano a su pueblo. Su definición de la autodeterminación es la siguiente: yo decido por mí mismo. La ausencia de moderación, de realismo y de valentía política en su proceso de adopción de decisiones ha conducido a retrocesos palpables: más inmigración judía, más asentamientos y ausencia de un Estado.

¿Una descripción precisa de Yasser Arafat? Sí. Lo es, asimismo, de Haj Amin Al Husseini, el muftí de Jerusalén que encabezó el movimiento nacional árabe palestino y adoptó toda suerte de decisiones erróneas mientras los sionistas edificaban su hogar en Palestina desde el decenio de los años veinte del siglo pasado en adelante. No basta con dejar de lado a Arafat; expulsarle de los territorios no es tampoco la respuesta adecuada. El muftí fue obligado a abandonar Palestina en 1937 y continuó –a lo largo del decenio siguiente– siendo el titiritero que movía los hilos de la comunidad palestina. Él decidía quién podía negociar y sobre qué cuestiones; contribuyó a poner en circulación la moneda del victimismo y el sufrimiento.

Sadat podría haberse regodeado en el ultraje de la ocupación israelí del Sinaí o bien haber aguardado a que se produjera una distensión entre Moscú y Washington. Falto de paciencia, sin embargo, fue el motor que adoptó decisiones pragmáticas y realistas por el bien de Egipto. Los líderes palestinos pueden actualmente hacer lo propio. Aprovechar los cables que se les echan. No basta decir que soy una víctima, luego existo. No es asumir el destino en las propias manos. Cambiar el destino exige una voluntad, una valentía y una visión de la realidad indesmayables. Hay palestinos capaces que se hallan dotados de estas cualidades; Arafat no se cuenta entre ellos.

Traducción: José María Puig de la Bellacasa